El Santo del día
6 de junio
San Norberto
Oración a San Norberto
Tú, que respondiste al llamado divino, Renunciando a la vanidad y el poder, Ayúdanos a buscar la santidad en todo momento, Y a vivir con generosidad y humildad. Oh San Norberto, apóstol de la reconciliación, Haznos instrumentos de paz y unidad, Que nuestros corazones estén abiertos al perdón, Y que busquemos siempre la armonía y el bien común. Enseñanos a amar y servir a la Iglesia, A ser testigos valientes de la verdad, Que tu ejemplo de fervor y celo apostólico, Nos anime a anunciar el Evangelio sin cesar.
Amén.
Con pocas horas de diferencia llegaron a la ciudad de Spira, el emperador carolingio, Lotario II (que entraba en plan de triunfador tras vencer a Conrado, pretendiente de su trono) y el predicador Norberto, a quien la gente –que sabía de su santa elocuencia– sin permitirle descanso alguno, prácticamente lo obligó a predicar en un templo cercano al que atraído por su conmovedor sermón ingresó el monarca acompañado de una delegación de Magdeburgo, que le pedía la designación de un nuevo arzobispo, pues la sede estaba vacante por la muerte del anterior prelado y fue tan sentido su mensaje que mientras el pueblo aclamaba al orador, el emperador no pudo contener las lágrimas y entonces los emocionados embajadores propusieron su nombre para esa prelatura.
Norberto se opuso vehementemente, pero Lotario lo obligó a aceptar y aunque los enviados pretendieron vestirlo con los ropajes episcopales y montarlo sobre un brioso corcel, se negó tajantemente y emprendió el viaje, a pie, descalzo y con el mismo hábito raído, que hacía años no se cambiaba. Al llegar a la sede del arzobispado, el portero le negó la entrada porque allí: “no había espacio para andrajosos como él”. Ante esa aseveración, Norberto permaneció en humilde silencio y estaba a punto de retornar sobre sus pasos, cuando uno de los embajadores intervino y entonces el avergonzado guardián se acercó a pedirle perdón por su impertinencia, pero el santo le respondió: “No se preocupe hermano, pues usted es el único que me ha juzgado sabiamente”.
Norberto de Xanten (nacido en 1080, en Xanten, Alemania), además de estar emparentado con la familia imperial, por el lado materno y dada la influencia que su padre el conde de Genne tenía en la corte, fue educado con esmero y muy joven, pudo acceder a una carrera eclesiástica promisoria que comenzó con el subdiaconado, siguió con una canonjía en la iglesia de san Víctor –que le aseguraba buenos ingresos– luego Enrique V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, lo nombró Limosnero Real, cargo que le permitía manejar a discreción las limosnas que el monarca disponía para repartir entre los pobres y le confería un enorme prestigio en la corte, coyuntura que aprovechó para llevar una vida disipada, llena de lujos, exenta de obligaciones y por lo tanto con el suficiente tiempo para dedicarse a la caza y a los viajes de placer. Precisamente en uno de ellos –cuando Norberto, acababa de cumplir 33 años–, se desató una tormenta cuyos rayos y truenos asustaron a su caballo que lo derribó y allí quedó inconsciente un buen rato; cuando al fin recuperó el conocimiento anonadado por el suceso –que tomó como un aviso del cielo– preguntó: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” y según contaba años más tarde el mismo Norberto, una voz interior le respondió: “Apártate del mal y haz el bien: busca la paz y síguela”. Y eso hizo.
Repuesto del acontecimiento, Norberto renunció a sus cargos, se retiró al convento de Siegburg, en Colonia y allí, de la mano del virtuoso abad Conon, se familiarizó con la rígida vida monacal: aprendió a meditar, a ayunar, a mortificar su cuerpo, estudió filosofía, teología, Sagradas Escrituras y cuando concluyó el ciclo de aprendizaje fue ordenado sacerdote en 1115. Una vez ungido, vendió todas sus propiedades y el dinero recibido por ellas lo repartió entre los pobres, vistió un tosco sayal y descalzo –aún en invierno–, iba de pueblo en pueblo, contando su historia, predicando el arrepentimiento y prevalido de su verbo encendido convirtió comarcas enteras.
La fama de su santidad y elocuencia se fueron extendiendo por todo el país, hasta que llegó a los oídos del papa Gelasio II, quien lo autorizó para predicar en donde quisiera. Al morir este pontífice, el nuevo papa Calixto II, le refrendó la licencia de predicador pero le ordenó que se quedara en Lyon con el fin de que enderezara a sus laxos clérigos y entonces Bartolomé, el obispo titular de esa diócesis, lo autorizó para construir su propio monasterio lo que hizo en una vega estéril llamada Premontré y con 41 novicios, fundó, entonces, en 1121, la Orden de los Premostratenses, monjes dedicados a la contemplación y a la servidumbre de los pobres y a la predicación por fuera del claustro.
En poco tiempo el éxito de esta congregación (aprobada por el papa Honorio II, en 1125) lo impulsó a crear más conventos en diferentes ciudades y al mismo tiempo Norberto continuaba predicando por doquier y en una de esas correrías, fue elegido obispo de Magdeburgo, diócesis a la que le cambió la cara y a sus sacerdotes y feligreses la actitud hedonista; su influencia creció tanto, que en 1133, logró que el emperador Lotario repusiera en Roma, al papa Inocencio II –sucesor de Honorio II–, víctima de una conjura de cardenales rebeldes que eligieron al antipapa Anacleto II y por esa causa había tenido que huir de la ciudad eterna. Tal esfuerzo –sumado a los constantes ayunos y penitencias que desde hacía muchos años habían debilitado su salud– llevó a san Norberto, a la tumba, el 6 de junio de 1134, a los 54 años. Fue canonizado por el papa Gregorio XIII, en 1582. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Norberto, que nos enseñe a ser mensajeros de la Buena Nueva, en todas partes.