El Santo del día
9 de octubre
San Luis Beltrán
Oración a San Luis Beltrán
San Luis Beltrán, Misionero incansable y ejemplo de fe, que llevaste el Evangelio a tierras lejanas, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. Danos la gracia de ser apóstoles valientes, inspíranos a compartir la Buena Nueva con el mundo. Que en tu ejemplo de dedicación encontramos fortaleza, y en tu devoción, la pasión por llevar a Cristo a todos. San Luis Beltrán, patrón de las Américas y misionero ferviente, ayúdanos a ser testigos de Cristo en cada rincón. Ruega por nosotros ante el Trono Celestial, para que podamos seguir tu ejemplo y ser instrumentos de evangelización.
Amén.
A medida que hablaba sobre la pasión y muerte del Salvador, las sentidas palabras de fray Luis Beltrán, calaban profundamente entre los nativos que abarrotaban el centro del caserío de la isla de San Vicente, mientras un silencio fervoroso reinaba en el ambiente. Sin hacer ruido, el imponente cacique del lugar y su séquito se acercaron, se quedaron a prudente distancia y también fueron atrapados por el mensaje. Al terminar su sermón, el mandamás se acercó a fray Luis y le pidió que le explicara cómo era la cruz de la que hablaba; entonces el santo sin decir palabra se acercó a un frondoso árbol que estaba en el centro de la plaza, se recostó contra su abarcadura imitando a Jesús Crucificado y al instante el tronco, como si fuera de plastilina, se fue ahuecando. Al retirarse, quedó impresa en la corteza una larga cruz acanalada de las mismas proporciones y estatura del monje. Ni qué decir que el cacique y todos los presentes cayeron de rodillas, se hicieron bautizar en el acto y convirtieron este sitio en lugar de peregrinación.
Luis Beltrán i Eixarch (nacido el 1° de febrero de 1526, en Valencia, España), por el influjo de su piadosa familia, cuya madre era descendiente de san Vicente Ferrer, quiso imitar en todo a este santo y por eso a muy temprana edad, ya ayunaba, se sometía a una rigurosa penitencia, dormía en el suelo y oraba todo el tiempo. De ahí que a nadie tomó por sorpresa el hecho de que sin cumplir los 15 años, se fugara para convertirse en ermitaño, pero ese impulso fue cortado por los enviados de su padre que, aunque lo llevaron de regreso a casa, con ello solo aplazaron su vocación religiosa que se hizo realidad en 1544, cuando ingresó al convento de los dominicos, de Valencia, claustro en el que por su virtud, austeridad y dedicación al estudio, obtuvo los méritos suficientes para ser ordenado sacerdote, en 1547 y dado su ejemplo, al poco tiempo, Luis Beltrán fue nombrado maestro de novicios, luego prior del monasterio de santa Ana de Albaida, al cual gobernó con su admirable ejemplo y sus sermones conmovedores, con los que se ganó la designación de predicador de la Orden, pero su mira estaba puesta en las misiones y en 1562, logró su objetivo: viajó a América y desde Cartagena de Indias, san Luis Beltrán, desplegó su celo evangélico, que lo llevó por manglares, selvas atiborradas de fieras, serpientes venenosas, insectos ponzoñosos, tribus agresivas e indomables, cuyos brujos y jefes lo envenenaron varias veces, pero los bebedizos jamás hicieron efecto, como por ejemplo el día en el que se bebió una pócima preparada ante él, con la condición de que si no moría, el jefe indio, se convertiría y naturalmente ganó la apuesta.
Al final todos esos pueblos terminaron a los pies de Cristo a causa de su convincente predicación, su vida ejemplar, los constantes milagros y por la férrea defensa que hizo de los indígenas –ante las autoridades virreinales y la corona española–, frente a los abusos de los encomenderos, que también fracasaron en más de cinco intentos de asesinato, de los que siempre san Luis Beltrán, salió indemne gracias a la evidente protección divina.
Se calcula que en sus siete años de evangelización en este continente, san Luis Beltrán logró la conversión y el bautismo de más de 22 mil nativos. Desgastado, macilento, cojo y cuasi ciego, Luis Beltrán retornó en 1569, a España, en donde como Predicador General de los dominicos, recorrió a pie limpio varias provincias, despertó la adormilada fe del pueblo y del clero, por lo cual le asignaron de nuevo el cargo de maestro de novicios y otra vez lo encargaron del priorato de varios monasterios, el último de los cuales, fue el de Valencia que aceptó a regañadientes y con su acostumbrado rigor, Luis Beltrán restituyó el severo espíritu dominico y aunque logró que lo relevaran en 1578, siguieron consultándolo reyes, altos funcionarios, sacerdotes, priores, obispos, cardenales y feligreses que hacían largas filas en su confesionario, pero los estragos de una vida de sacrificio, lo fueron minando y el 9 de octubre de 1581 –fecha que el mismo san Luis Beltrán había vaticinado–, murió en olor de santidad, en la ciudad de Valencia.
Fue canonizado por el papa Clemente X, en 1671. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Luis Beltrán, que nos dé valentía para enfrentar a los enemigos de la fe.