El Santo del día
30 de octubre
San Alonso Rodríguez

Oración a San Alonso Rodríguez
Oh San Alonso Rodríguez, hombre de oración, Con humildad y servicio, hallaste tu vocación, Tu vida sencilla es una inspiración, En ti encontramos guía y devoción. Guardián de la puerta del colegio, Atendiste a los jóvenes con amor y desvelo, Intercede por nosotros, oh santo sincero, Para seguir tus pasos en nuestro anhelo. San Alonso Rodríguez, modelo de virtud, Tu amor por Dios es nuestra fortitud, Ruega por nosotros con gratitud, Para que en nuestra fe haya plenitud.
Amén.
En la portería del colegio jesuita de Montesión de Palma de Mallorca, el venerable hermano de 75 años, estaba inmerso en la oración, cuando tocaron a su puerta y al mirar por el postigo, su corazón inexplicablemente le dio un vuelco al ver el novicio que visiblemente cansado y sudoroso, esperaba que le abriera, pero fue mayor la impresión que tuvo el recién llegado, al reconocer al inefable hermano Alonso Rodríguez, de cuya proverbial santidad tenía suficiente información. Al cruzar el umbral, se abrazaron como viejos conocidos y la amistad y admiración mutuas, quedaron selladas de por vida. Desde ese momento, cada noche –después de recibir sus clases de filosofía–, el seminarista Pedro Claver, acudía presuroso adonde el sabio portero que lo guiaba por el laberinto de la espiritualidad ayudándole a sortear sus dudas y miedos y a encontrar el camino de la oración, la penitencia, el ayuno, la mortificación corporal y el amor por los más abandonados. Durante esos tres años, el hermano Alonso Rodríguez forjó la misericordia de san Pedro Claver y le fue mostrando el camino hacia Cartagena de Indias, en donde se convertiría en el “Esclavo de los esclavos, por siempre”. Antes de que se fuera, el hermano Alonso le entregó un cuaderno con sus apuntes más recónditos, los que en adelante y hasta su muerte fueron la brújula espiritual del “Esclavo de los Negros”. Cuando partió su discípulo, el modesto portero con una sonrisa de satisfacción recordó que en un sueño –antes de conocerlo–, la Santísima Virgen le había dicho, señalándole un trono en el cielo: “Este es el lugar preparado para tu discípulo Pedro Claver. Es el premio por sus virtudes y las innumerables almas que salvará en las Indias con sus trabajos y sudores”. Por eso su corazón le había dado un vuelco cuando lo vio por primera vez.
Alonso Rodríguez Gómez (nacido el 25 de julio de 1531, en Segovia, España), pertenecía a una familia de comerciantes de lana y creció tutelado por sus piadosos padres, que lo formaron con férreos principios cristianos y por eso lo enviaron a estudiar con los jesuitas en Alcalá, pero tras la muerte de su papá, cuando él contaba 14 años, tuvo que retornar a su casa para ayudar a su madre en el negocio familiar y con ella permaneció hasta que en 1557, a los 26 años, contrajo matrimonio con María Juárez y de esa unión nacieron tres hijos, dos de los cuales murieron muy pequeños y luego falleció su esposa, en 1561. Entonces con el niño que le quedaba, volvió a vivir con su madre, pero ella y el bebé, también fenecieron al año siguiente.
Doblegado por estas dolorosas pérdidas, se desentendió de los negocios, se aferró a Dios, se dedicó a la oración y a la penitencia y aunque acarició la posibilidad de abrazar la vida religiosa tuvo que esperar ocho años, al cabo de los cuales les dejó a sus hermanas lo que poseía y tocó la puerta de los jesuitas que en principio no lo aceptaron porque ya contaba 38 años; era de constitución enfermiza y no tenía preparación intelectual alguna. Pero no se rindió. Dos años más tarde, en 1571, Alonso Rodríguez, insistió y el superior provincial Antonio Cordeses –conociendo sus limitaciones– lo aceptó diciendo: “Recibámoslo y esperemos que sirva para santo”. Y no se equivocó.
Tras cumplir la primera etapa de su noviciado, el hermano Alonso Rodríguez fue transferido al Colegio Montesión de Palma de Mallorca y de una vez se quedó en la portería en la que permaneció cuarenta años en oración, ayuno, penitencia, escribiendo reflexiones espirituales –por orden de sus superiores– y acudiendo al llamado de los visitantes con la frase: “Ya voy Señor”, porque según explicaba, todo el que llegaba era Jesús, disfrazado de prójimo. Para cada uno, san Alonso Rodríguez, tenía un mensaje de Dios y por eso, con el tiempo, su bien ganada fama de hombre santo, lo convirtió en el imán que atraía a gobernantes, hombres de negocios, sacerdotes, prelados y gente del común, que lo visitaban para que los orientara espiritualmente o los bendijera.
A partir de 1610, su salud se deterioró progresivamente y haciendo gala de su incuestionable obediencia, san Alonso Rodríguez, se retiró de su puesto pero no de su vida de oración y así esperó mansamente la muerte que le llegó el 30 de octubre de 1617, en medio de la reverencia de sus hermanos. Fue canonizado por el papa León XIII, en 1888, en compañía de san Pedro Claver, su discípulo amado. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a san Alonso Rodríguez, que nos dé humildad para aceptar los designios de Dios.