El Santo del día
14 de junio
San Juan Francisco Regis
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Oración a San Juan Francisco Regis
Oh, amado San Juan Francisco Regis, te veneramos en este día y acudimos a ti con fervor. Tú, que en vida fuiste ejemplo de humildad y entrega a los más necesitados, escucha nuestras súplicas y ruega por nosotros ante el Señor. Concede tu gracia a aquellos que sufren, consuela a los afligidos y fortalece a los débiles. Intercede por nosotros para que podamos seguir tu ejemplo de amor y servicio. ¡Oh, San Juan Francisco Regis, ruega por nosotros!
Amén.
Fiel a su costumbre de evangelizar en invierno por ser la temporada en la que todas las familias estaban recogidas en sus casas (porque en las demás estaciones, los labriegos, pastores, artesanos, vendedores y comerciantes, deambulaban en función de sus profesiones), el padre Juan Francisco Regis, salió de Le Puy, a pie –el 23 de diciembre de 1640–, embutido en su hábito hecho jirones, envuelto por la capa raída de siempre, con una pequeña mochila al hombro, calzando unas burdas sandaIias, apoyado en un áspero bordón y acompañado por otro jesuita, hacia Louvesc, una aldea situada a 80 kilómetros; poco después del mediodía comenzó a nevar, pero impertérrito continuó la marcha y aunque al caer la tarde, a su paso por el villorrio de Saint Bonnet, todos le suplicaron que pasara allí la noche, el padre Juan Francisco Regis, prefirió seguir, arguyendo que como se había comprometido con el párroco de Louvesc, a predicar en la iglesia de ese pueblo en Navidad, no podía faltar a su palabra y con los pies hundidos en la nieve mantuvo el paso a pesar de que por culpa de la ventisca no se distinguía el camino.
Obviamente se perdió y fue a parar a una cabaña abandonada, por cuyas paredes se colaban las ráfagas de viento que le produjeron pulmonía y ardido de la fiebre, el padre Juan Francisco Regis reanudó el viaje cuando empezó a clarear, sin detenerse en medio de la tormenta, hasta ingresar jadeando, tiritando y con una gruesa capa de nieve sobre su mantón, a la iglesia de Lousvec, en donde, de inmediato celebró la eucaristía y tras pronunciar tres sermones, se introdujo en el confesionario del que salió ya entrada la noche para dormirse sobre un tosco taburete. Al otro día –25 de diciembre– en ayunas, ofició tres misas con sus respectivas predicaciones; el resto de la jornada estuvo confesando y al filo de la medianoche lo venció el sueño.
Juan Francisco Regis nació (el 31 de enero de 1597, en Fontcouverte, Francia), en el seno de una familia de acomodados campesinos, que se mantuvo fiel a la Iglesia católica y la defendía a capa y espada de la agresiva mayoría protestante que la zahería constantemente y tal situación, despertó en él, un irrefrenable deseo de hacerse sacerdote misionero para rescatar del error a los herejes y con esa idea ingresó –en calidad de interno–, al colegio jesuita de Beziers, en donde adelantó sus estudios básicos y al mismo tiempo formaba parte de la Congregación Mariana, una asociación de jóvenes, que adelantaba una fructífera labor con los pobres y se distinguía por su acendrada devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen.
Una vez terminado este ciclo, a los 19 años, el 8 de diciembre de 1616, Juan Francisco Regis se incorporó a la Compañía de Jesús y dos años después cuando hizo sus votos perpetuos, ya era un acreditado profesor de gramática, pero como aún debía completar su preparación para el sacerdocio. En 1622 fue enviado a estudiar filosofía en el colegio de Tournon y aprovechó esta coyuntura para realizar sus primeras incursiones evangelizadoras con misioneros curtidos, que le abrieron el camino para la que habría de ser su gran pasión: ganar almas con su predicación profundamente elemental. Entre la docencia, sus estudios teológicos y el cuidado y atención a los contagiados, víctimas de brotes espaciados de peste, logró llegar a su ordenación sacerdotal en 1631.
Destinado a Montepellier, una fogata calvinista que amenazaba con extender sus llamas por todo el país, Juan Francisco Regis comenzó a apagar ese fuego protestante y aunque en varias ocasiones tuvo que enfrentar con valentía agresivos piquetes herejes que pretendían tomarse las iglesias, nunca perdía su dulzura ni los buenos modales y gracias a su acendrada misericordia, muchos de los agresores terminaban convencidos y convertidos, lo que le confirió una innegable autoridad moral que se hacía más evidente cuando con su predicación directa, llana y profunda que todos podían comprender, traía de regreso a la iglesia a las prostitutas, recuperaba a los sacerdotes que llevaban vidas de seglares con concubinas incluidas y combatía las costumbres disolutas de la población.
Creó grupos de mujeres voluntarias que ayudaban a los presos y trabajaban gratuitamente en los hospitales y hospicios y le alcanzaba el tiempo a Juan Francisco Regis, para devolver la vista a los ciegos, curar lisiados y multiplicar las existencias de los graneros a los que acudían los pobres y como si eso no fuera suficiente, al llegar el invierno, tomaba su mochila, su bastón de peregrino y a pie –dicen las actas de su canonización– evangelizó más de cincuenta poblaciones con sus respectivas zonas rurales.
Sin hacerle caso a nevadas, ventiscas o tormentas, Juan Francisco Regis emprendía penosas travesías misioneras en las que ninguna casa campesina, por aislada que fuera, se privaba de su palabra consoladora, tanto que muchos campesinos lo acompañaban hasta las aldeas más remotas para seguir disfrutando de su lenguaje directo que aunque calaba profundamente en ellos, molestaba a algunos clérigos –que incluso elevaron sus quejas a Roma– porque consideraban a Juan Francisco Regis, ordinario y falto de sustancia retórica; pero si en el púlpito era recio y vehemente, en el confesionario se derretía de amor y misericordia con los penitentes.
En la última de sus excursiones misioneras alcanzó a llegar el día de Navidad a Lousvec y sin parar ni comer –excepto dos escasas horas por día– predicó, celebró eucaristías, confesó a más de cien personas; en la tarde del 26 de diciembre, se desmayó dos veces y hubo de ser llevado a la casa del párroco en la que la pulmonía contraída en el viaje se agravó y el 30 de diciembre de 1640, expiró beatíficamente. Fue canonizado por el papa Clemente XII, en 1737. Por eso hoy, 14 de junio, día de su festividad, pidámosle a san Juan Francisco Regis, que no nos deje desmayar en la difusión del evangelio.