El Santo del día
24 de junio
San Juan Bautista
Oración a San Juan Bautista
Oh, poderoso San Juan Bautista, hoy te honramos y te pedimos que intercedas por nosotros ante el Señor. Tú, que fuiste el precursor de Jesús y el testimonio de la verdad, danos la valentía de proclamar la Palabra de Dios y vivir según sus enseñanzas. Ayúdanos a apartar todo lo que nos aleja de Dios ya preparar nuestros corazones para recibir a Cristo en nuestras vidas. Concede tu protección a la Iglesia ya todos aquellos que proclaman el Evangelio en medio de las dificultades. ¡Ay, San Juan Bautista, ruega por nosotros!
Amén.
Salomé, con su rostro cubierto por un sugestivo velo, ya llevaba varias horas de frenética danza: cimbreaba su cintura, batía sus caderas y entornaba sus ojos voluptuosamente. Mientras Herodes la miraba con lujuria, su concubina Herodías, lo observaba de reojo a él y a ella la contemplaba con orgullo de madre, entretanto los invitados permanecían embrujados por su sensualidad. A medida que avanzaba la noche, los tambores y las flautas aceleraron el ritmo con desenfreno y la joven en el paroxismo de su contoneo, cayó exhausta a los pies del monarca impúdico. Los aplausos duraron varios minutos al cabo de los cuales Herodes le retiró el velo, la levantó, la sentó sobre sus piernas y mirándola lascivamente, le dijo que le pidiera lo que quisiera, “así fuera la mitad de su reino”. Salomé se retiró del salón con su madre, minutos después regresó y en medio del silencio reinante, le dijo al monarca con firme coquetería, que quería la cabeza del Bautista sobre una bandeja. La petición era consecuencia de la acusación de adulterio que el profeta le había hecho al rey de Judea, por convivir con la esposa de su hermano y aunque Antipas admiraba y respetaba a Juan, tuvo que cumplir su promesa y esa misma noche, Herodías la instigadora de la macabra petición, tuvo en sus manos el trofeo que la tenía desvelada desde hacía varios meses.
Juan Bautista era el producto de la promesa hecha por Dios a través del arcángel Gabriel, a Zacarías y a su estéril esposa Isabel, prima de María. Nació con seis meses exactos de antelación –el 24 de junio– a la llegada del Niño Dios a Belén y de acuerdo con el anuncio (que en principio el sacerdote no creyó y por eso quedó mudo hasta el alumbramiento de su hijo): “será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías”.
Cuando Juan creció, se internó en el desierto durante mucho tiempo y a su regreso comenzó a predicar en las orillas del río Jordán, llamando al arrepentimiento, anunciando la llegada del Mesías y al preguntarle si era él (de acuerdo con lo que dice el evangelio de Marcos en el capítulo 1, versículos 7 y 8), afirmó: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y yo no soy digno de agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os bautizo con agua, pero Él, os bautizará en el Espíritu Santo”. Y así fue.
En quince meses de predicación, ya Juan había bautizado a más de cien mil penitentes y una mañana en medio de la abigarrada muchedumbre que esperaba para ser bautizada, Jesús entró a las aguas del Jordán y al verlo, Juan se turbó unos instantes y luego lo bautizó. En ese momento, el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se escuchó una voz del cielo que dijo: “Este es mi hijo amado, mi predilecto”. A continuación Jesús partió hacia el desierto en donde permaneció 40 días y Juan Bautista empezó a menguar para que brillara la luz del Salvador. A los pocos días fue encarcelado en la fortaleza de Maqueronte, por orden de Herodes Antipas, a quien acusaba de vivir en concupiscencia con la esposa de su hermano y por eso Herodías urdió el plan con su hija Salomé, para matarlo. Una vez decapitado, su cuerpo fue recogido por sus discípulos y enterrado en Sebaste. Por eso hoy 24 de junio, día de su festividad, pidámosle a san Juan Bautista, que prepare nuestros corazones, para lograr una reconciliación plena con Dios, que nos conduzca a la salvación.