El Santo del día
8 de julio
San Isaías, Profeta
Oración a San Isaías, Profeta
Querido San Isaías, profeta y mensajero de Dios, me dirijo a ti con humildad y devoción. Tú fuiste elegido para transmitir las palabras divinas, para guiar al pueblo y anunciar la venida del Salvador. Te pido que intercedas por mí ante el Todopoderoso, que mis oraciones lleguen a Su presencia y sean escuchadas con amor y compasión. Ayúdame a comprender Su voluntad y a seguirla con fervor. San Isaías, tú fuiste valiente y fiel en tu misión, a pesar de las dificultades y la oposición que enfrentaste. Te ruego que me concedas fortaleza y coraje para cumplir con mi propósito en la vida y superar los obstáculos. Ilumina mi mente con tu sabiduría divina, para que pueda discernir la verdad y actuar con justicia. Guíame en el camino de la rectitud y la virtud, y ayúdame a ser un instrumento de paz y amor en el mundo. Te encomiendo mis necesidades y preocupaciones, sabiendo que tú, como profeta, tienes la cercanía de Dios. Escucha mis súplicas y ruega por mí, para que encuentre consuelo, sanación y esperanza. Gracias, San Isaías, por tu intercesión poderosa. Confío en tu ayuda y en la bondad de nuestro Padre celestial.
Amén.
El rey Ezequías estaba a punto de tirar la toalla y pagar el tributo que Senaquerib exigía para no invadir la ciudad sitiada desde hacía varios meses, pero esa noche el profeta Isaías le insistía en que continuará confiando porque Yahvé le había prometido que el soberano de Asiria, no entraría en la capital de Judá. De pronto un mensajero penetró resollando a la sala del trono para comunicarle al monarca que en el campamento enemigo se escuchaban gritos y lamentos. Ezequías y el profeta salieron apuradamente y desde la muralla observaron cómo los asirios empezaban a desmantelar las tiendas y cuando despuntó el sol, el ejército rival en desordenada formación, comenzó a retirarse, pero dejó en la explanada miles de cadáveres de soldados que habían sucumbido debido a una epidemia de disentería desatada una semana antes, pero cuya existencia ocultaron en ese lapso para no envalentonar al pueblo que estaba encerrado dentro de esos muros. Desde ese momento, Ezequías, no volvió a mover un dedo sin consultar a Isaías.
Isaías, nacido aproximadamente en el año 760 antes de Cristo, era de estirpe real, pero reclutado por Dios cuando contaba veinte años; empezó su vida pública el mismo año en que su primo el rey Ozías murió y la emprendió contra los reyes disolutos y la opresiva clase pudiente de Israel que adoraba a otros dioses, se enriquecía a expensas de los más pobres y les vaticinaba –según la palabra del Señor–, que si no enderezaban el camino, el país sería devastado y el pueblo llevado al exilio. Pero al mismo tiempo anunciaba que: “He aquí que la Virgen concebirá y dará luz un niño a quien llamarán Dios con nosotros” en alusión clara al Mesías, que nacería setecientos años después y que redimiría al mundo e instauraría el reino de Dios para todos.
A lo largo de su libro, fue dejando señales inequívocas sobre nuestro Señor Jesucristo. Por ejemplo: en el capítulo 53, describe con tal vivacidad la pasión y muerte del Salvador, que da la impresión de que los hechos se desarrollan con base en el texto de Isaías, como si fuera un guión cinematográfico. Con razón san Jerónimo llamó a Isaías: “El Evangelista del Antiguo Testamento” y los judíos lo reconocen como el “Profeta Mayor”.
Isaías fue el faro que durante medio siglo iluminó al pueblo judío –a lo largo de los reinados de Ozías, Jotán, Acaz y Ezequías–, y en ese lapso se erigió como el paladín de la justicia social y en su mensaje –que parece escrito para la sociedad actual– conminaba a los poderosos a que fueran justos para pagar a los asalariados, que compartieran sus riquezas con los pobres y que practicaran la caridad y la misericordia con los más desvalidos: viudas, huérfanos, ancianos, extranjeros y siervos. La tradición afirma que al poco tiempo de haber asumido el poder el rey Manasés (que gobernó 55 años y se le considera como uno de los más perversos de la historia de Israel), Isaías lo atacó frontalmente y en respuesta el malvado monarca ordenó su muerte, entonces el profeta huyó y cuando estaban a punto de capturarlo se escondió en un tronco hueco, pero fue en vano, porque sus persecutores al darse cuenta, serraron el árbol con Isaías adentro y lo partieron en dos. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Isaías, que nos dé fortaleza para defender con valentía y entereza, a los débiles y a los desamparados.