El Santo del día
10 de octubre
San Francisco de Borja
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Oración a San Francisco de Borja
San Francisco de Borja, Hombre de nobleza y servicio humilde, que renunciaste a los honores terrenales por amor a Dios, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. Danos la gracia de renunciar a lo que nos separa de Dios, inspíranos a servir con desapego y generosidad. Que en tu ejemplo de conversión encontramos el camino hacia Dios, y en tu devoción, el amor a los más necesitados. San Francisco de Borja, patrón de los ejercicios espirituales, ayudanos a profundizar en nuestra relación con Dios. Ruega por nosotros ante el Trono Celestial, para que podamos seguir tu ejemplo y amar a Dios sobre todas las cosas.
Amén.
Mientras el ataúd reposaba –el 16 de mayo de 1539–, en la catedral de Granada, desfilaron ante los ojos de Francisco de Borja, los diez años que como caballerizo mayor de la reina, había vivido junto a Isabel de Portugal, la hermosísima y excepcional esposa del emperador Carlos V, a quien había asistido como consejero en las largas ausencias guerreras del monarca, durante las cuales ella asumía sus funciones de gobernante. Recordaba la firmeza con la que educaba a sus hijos, la inflexible autoridad que ejercía en la administración del reino, su exuberante belleza, su porte distinguido y evocaba las exquisitas veladas que en compañía de su esposa Leonor de Castro, había compartido con los reyes. Abruptamente Francisco de Borja fue sacado de su ensimismamiento por los integrantes del séquito funerario: el cardenal arzobispo de Burgos, fray Juan de Toledo, los obispos de las diócesis de León, Coria y Osma y los marqueses de Villena, quienes le pidieron que como jefe de la delegación, hiciera el reconocimiento del cadáver para poder comenzar oficialmente sus funerales. Al destapar el féretro, el hedor invadió el recinto y aquel rostro bellísimo de Isabel de Portugal, que aparecía tumefacto y lleno de vejigas purulentas a punto de explotar, era el reflejo de la finitud del ser humano, la esterilidad de los honores, de la apariencia y que –pensó Francisco de Borja–, razón tenía el predicador al decir en el Eclesiastés: “Vanidad de vanidades; todo es vanidad”. Una vez repuesto de la impresión que le causó la patética visión, dijo: “Juro que no volveré a servir a un señor que se me pueda morir”.
Francisco de Borja y Aragón (nacido en Gandía, España, el 28 de octubre de 1510), fue bisnieto del papa Alejandro VI por el ala paterna y de los reyes católicos –Fernando e Isabel–, por el lado materno. Por esa razón, se crio en la corte en donde recibió una esmerada educación, que le sirvió a los 18 años, para entrar al servicio del emperador Carlos V, quien un año después concertó su matrimonio con Leonor de Castro, la mejor amiga de la reina Isabel de Portugal, le otorgó como regalo de bodas el marquesado de Llombay, lo nombró caballerizo mayor de la reina –el cargo más próximo a ella–, y de paso, gracias a su ponderación, prudencia y sabiduría, se convirtió en el hombre de confianza del rey. Así las cosas, cuando el soberano emprendía largas campañas militares, le asignaba a Francisco de Borja, la delicada misión de asesorar a su esposa Isabel de Portugal, en la administración del estado.
Al cabo de diez años de intachable labor y tras la muerte de la reina que falleció en el parto de su séptimo hijo, el emperador Carlos V, designó a Francisco de Borja en junio de 1539, como virrey de Cataluña y en el ejercicio de sus funciones, acabó con la delincuencia común, estimuló la apertura de escuelas, colegios, reformó los monasterios, fue un juez justo e imparcial, fomentó el comercio marítimo, eliminó la prostitución y las casas de juego, administró con pulcritud y transparencia los dineros del estado, abrió hospitales para los enfermos pobres, hospicios para los abandonados, entabló cálidas relaciones con los jesuitas e impulsó sus obras.
Como era el primogénito de la familia, al morir su padre en 1543, heredó el ducado de Gandía al que fortificó para contrarrestar los ataques piratas e hizo una labor tan encomiable como la que había realizado en Cataluña, pero en su interior bullía el deseo de abandonar esa vida fatua y dedicarse a Dios. La oportunidad se le presentó tres años después en 1546, cuando murió su esposa y entonces decidió ingresar a la compañía de Jesús, mas Ignacio de Loyola, a quien le encantó la idea, le pidió que primero terminara de educar y posicionar a sus ocho hijos y entretanto adelantara su doctorado en teología, grado que obtuvo en la misma Universidad de Gandía, que él había fundado. Por fin el 30 de agosto de 1550, cedió sus títulos y propiedades a Carlos, su hijo mayor, pronunció sus votos a los 39 años y se hizo jesuita.
A continuación Francisco de Borja viajó a Roma, se puso a los pies de Ignacio de Loyola, quien lo acogió fraternalmente, luego le dio permiso de regresar a España y en mayo de 1551 –dada su formación intelectual y su preparación teológica–, recibió la ordenación sacerdotal. De entrada fue asignado como ayudante de cocina, encargado del aseo y de otros oficios rústicos que Francisco de Borja, aceptó y desempeñó humildemente con la misma eficiencia de sus épocas de virrey. Al mismo tiempo predicaba por los pueblos de Guipúzcoa y su enfervorizada palabra causaba admiración y atraía a gente de todas partes que acudía a sus sermones para escuchar al “Santo Duque”, como ya lo apodaban.
A mediados de 1554, le asignaron a Francisco de Borja, el cargo de comisario general de la Compañía de Jesús en España, poco después le agregaron también la administración de Portugal y le encargaron la conducción de las misiones de las Indias Orientales y Occidentales (América). En todo ese lapso abrió 20 casas jesuitas en España e impulsó la apertura de las misiones de América y Asia. Ese encomiable trabajo, lo encumbró en 1564, a la posición de asistente del director general. Desde allí, Francisco de Borja consolidó el Colegio Romano (hoy Universidad Gregoriana), al que generosamente había subvencionado antes de ingresar a la Compañía y cristalizó el sueño de san Ignacio de Loyola de construir el templo –el más emblemático de los jesuitas–, el de Gesú, en Roma. Un año después murió el padre Diego Laínez, e inmediatamente Francisco de Borja fue elegido en su lugar como el III superior general de la Compañía de Jesús.
A partir de ese momento desarrolló una labor colosal para afianzar a la joven congregación e hizo saltar de mil (religiosos que tenía la orden en el momento de morir san Ignacio), a cuatro mil, quince años después. Estructuró el plan de estudios, el método pedagógico de sus colegios y universidades y de cien que ya funcionaban en tiempos del fundador, pasó a más de 300 establecimientos abiertos durante su administración, distribuidos en Italia, España, Portugal, Alemania, Austria, Flandes, Francia, Checoslovaquia, Polonia, Lituania, México, Perú, Brasil, Florida, California, China, Japón y extremo oriente. Todo ello sin descuidar su vida de oración, meditación, ayuno, asistencia a los pobres y asesoría al papa san Pío V, quien le encomendaba las misiones diplomáticas más difíciles y precisamente lidiando como su delegado con los gobiernos de España, Francia y Portugal (a los que pretendía unir para conformar un frente común contra los moros que amenazaban la cristiandad europea), se enfermó Francisco de Borja, cuando retornaba a Roma, ciudad a la que alcanzó a llegar y murió dos días después, el 30 de septiembre de 1572. Fue canonizado por el papa Clemente X, en 1671. Por eso, hoy 10 de octubre, día de su festividad, pidámosle a san Francisco de Borja, que sin importar la edad, nos muestre el camino para entregarnos incondicionalmente a Dios.