El Santo del día
11 de octubre
Santa María Soledad Torres

Oración a Santa María Soledad Torres
Oh Santa María Soledad Torres, Tú que viviste una vida de servicio y amor, Intercede por nosotros ante el Señor, Líbranos de todo mal y dolor. Tú que supiste escuchar el llamado divino, Y con valentía seguiste el camino, Danos fuerza y fe en nuestro destino, Para seguir tus pasos con fervor genuino. Santa María Soledad, madre compasiva, Escucha nuestras súplicas, oh guía intuitiva, En nuestras luchas y en la vida activa, Danos tu bendición y luz divina. Ruega por nosotros, santa de corazón puro, Para que en nuestro camino, estemos seguros, Con tu ejemplo y amor, siempre maduro, Te pedimos, Santa María Soledad, te lo conjuro.
Amén.
A mediados de 1868, España era una hoguera en la que ardía el fuego de una revolución que pretendía sacar del trono a la reina Isabel II. En las principales ciudades los partidarios y enemigos de la monarquía se enfrentaban en cruentas batallas en las que los heridos de los dos ejércitos morían sin ningún auxilio médico ni asistencia espiritual, excepto en Valencia, en donde la madre María Soledad Torres, una monja menuda y frágil, seguida de sus hermanas Siervas de María, saltaba a las barricadas –de ambos bandos– y en ellas calmaba los dolores de los heridos, los suturaba, les administraba los santos óleos y les ayudaba a buen morir, y parecía multiplicarse bajo el zumbido de las balas a las que eludía milagrosamente y con mayor razón, cuando uno de los contendientes quedó tendido en la mitad del campo y desesperadamente pedía auxilio, entonces la madre María Soledad Torres, sin dudarlo, emprendió veloz carrera (en medio de las descargas de fusil y los fragmentos de metralla), llegó a su lado y como le era imposible echárselo al hombro, dada la corpulencia del soldado, comenzó a halarlo suavemente y mientras lo sacaba del centro del campo, los admirados contrincantes callaron sus fusiles y con reverente silencio esperaron a que la atrevida religiosa lo pusiera a salvo.
Bibiana Antonia Manuela Torres Acosta (nacida el 2 de diciembre de 1826, en Madrid), procedía de una familia piadosa, de escasos recursos, pero tuvo la fortuna de ser educada por las hermanas Vicentinas y como voluntaria de las Hermanas de Caridad, ayudaba en la atención a los ancianos del asilo que esta comunidad regentaba junto a la parroquia de san Martín; ese entrenamiento afinó su misericordia, característica que habría de ser determinante en su futura vida religiosa, opción que tuvo que esperar porque sus solicitudes de ingreso a diversas congregaciones le fueron negadas o por su juventud, o por su fragilidad física, o por la falta de dote económica, pero no perdía la esperanza y esperando una respuesta de las Dominicas que, en última instancia, estaban dispuestas a recibirla en cuanto hubiese una vacante, llegó su oportunidad a los 25 años cuando se enteró de que el padre Miguel Martínez, párroco de Chamberí –una de las parroquias más pobres de Madrid–, estaba interesado en fundar una orden que se encargara de cuidar a los enfermos abandonados y asistirlos a la hora de la muerte y como tal proyecto encajaba perfectamente en su ideal de servicio acudió al llamado y aunque el sacerdote en principio mostró cierta reticencia para aceptarla por su endeble apariencia, lo doblegó su fortaleza espiritual y fue la última de las siete postulantes admitidas.
Así, el 15 de agosto de 1851 nacieron las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, y Manolita –como la llamaban cariñosamente–, adoptó el nombre de María Soledad, apelativo que resumía su devoción por la Virgen de los Dolores. Al poco tiempo, dado que dos de sus compañeras murieron y las otras cuatro abandonaron el proyecto, quedó como única fundadora y las otras veinte monjas que ya formaban parte del colectivo la nombraron madre superiora en un momento crucial de la institución, pues unos meses más tarde, su fundador el padre Martínez, también se marchó a las misiones de ultramar y Francisco Morales –un entusiasta, pero inexperto sacerdote–, que lo reemplazó en la dirección espiritual, la degradó y la envió como simple hermana profesa a la casa más pobre de la comunidad, en Getafe. No obstante duró poco tiempo en esa condición, porque el padre Gabino Sánchez, sucesor de Morales, le restituyó su puesto.
De ahí en adelante la congregación recobró sus bríos y respaldada por la reina Isabel II, se desplegó por toda la península ibérica hasta contar con 29 casas, incluido el hospital de San Carlos del Escorial –que era el más importante centro de atención para los pobres en Madrid– y desde allí el papel de las Siervas de María fue determinante en la contención de la epidemia de cólera que azotó a la capital española en 1885. A finales de ese mismo año, fueron inauguradas la casa madre y el noviciado de la Orden, acto en el que las 28 directoras provinciales en representación de las 300 hermanas que formaban parte de la institución celebraron un capítulo general que ratificó a María Soledad Torres, como superiora general y ella aprovechó la coyuntura para abrir establecimientos en Roma, Cuba, Puerto Rico y México. Cumplida esta misión y extenuada por el intenso trajín, sus constantes ayunos y largas jornadas de meditación y oración, su salud se fue deteriorando. A finales de septiembre de 1887 quedó postrada en cama y murió en Madrid, el 11 de octubre, rodeada de sus hijas. Fue canonizada por el papa Pablo VI, en 1970. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a santa María Soledad Torres, que despierte en nosotros la vocación de cuidar a los enfermos y asistir a los moribundos, desinteresadamente.