El Santo del día
4 de junio
San Francisco Caracciolo
Oración a San Francisco Caracciolo
Oh San Bonifacio, intrépido mártir de la fe, Tu valentía y dedicación nos conmueven, Imploramos tu intercesión y fortaleza, Para enfrentar las pruebas con fe firme y entereza. Guiado por el amor de Cristo y su misión, Predicaste incansablemente el Evangelio de salvación, Te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios, Para que también nosotros seamos fieles testigos de su amor. Oh San Bonifacio, patrón de los predicadores, Ayúdanos a proclamar la verdad con audacia y fervor, Fortalece nuestra fe y nutre nuestra esperanza, Para que podamos perseverar en medio de las dificultades. Te rogamos, oh mártir intrépido y valiente, Que nos acompañes en nuestras luchas diarias, Concede tu protección y amparo a todos los creyentes, Y que tu ejemplo nos inspire a vivir con amor y unidad.
Amén.
No obstante el respaldo y los buenos oficios que interpuso el presidente del Supremo Consejo de Indias, Juan Bautista de Aponte, la negativa de Felipe II fue tajante y entonces al no poder extender en la península ibérica su Orden de los Clérigos Regulares Menores, el padre Francisco Caracciolo se disponía a retornar a Italia apesadumbrado, pero como los agudos dolores causados por la gota se le hacían insoportables a Felipe II; el monarca recordando su fama de santidad lo mandó a llamar y el padre Francisco Caracciolo oró por él, le impuso sus manos y al instante se sanó. Felipe II, agradecido, le dio vía libre a su acción evangelizadora y para el efecto, ordenó al arzobispo de Toledo, que pusiera a disposición del padre Caracciolo los recursos necesarios y así el sacerdote pudo abrir casas en Valladolid, Alcalá y Madrid, que al poco tiempo estaban llenas de jóvenes monjes que llegaban seducidos por el ejemplo de su fundador.
Ascanio de Caracciolo (nacido el 13 de octubre de 1563, en Villa Santa María, cerca de Nápoles), formaba parte de una familia en la que tres de sus hermanos abrazaron la vida religiosa y aunque en él existía una latente vocación, quiso probar suerte en el comercio y la milicia, pero a los 20 años contrajo lepra y abandonado por todos, prometió a Dios que si lo curaba le entregaría su vida y como en efecto sanó milagrosamente, se trasladó a Nápoles estudió filosofía y teología y en 1587 se ordenó sacerdote e inmediatamente se vinculó a la cofradía de los Bianchi (Blancos), dedicada a la asistencia y evangelización de los enfermos, los presos y los condenados a muerte, labor en la que se destacó por su misericordia para escuchar las confesiones de estos desamparados y por sus vibrantes sermones que lograban muchas conversiones, pero seguía preguntándole a Dios qué más podía hacer y una providencial carta que llegó a sus manos por equivocación –pues iba dirigida a un homónimo suyo–, le cambió la vida.
En ella, su remitente el padre Juan Antonio Adorno, planteaba la necesidad de fundar una congregación que combinara la contemplación, el ayuno, la penitencia y el retiro, con la evangelización activa y justamente este ideal encajaba perfectamente en el del padre Caracciolo, por lo que entre ambos escribieron su reglamento, el que posteriormente fue aprobado con el nombre oficial de Clérigos Regulares Menores, en 1588, por el papa Sixto V. Tres años después murió el padre Adorno y el padre Caracciolo que ahora se llamaba Francisco, fue elegido como el superior general de la Orden.
Después de siete años al frente de la congregación, lapso en el que fundó muchas casas en diferentes países, en los que sanó cientos de enfermos con solo hacer sobre ellos la señal de la cruz, Francisco Caracciolo renunció a su cargo y se retiró a una estrecha celda que siempre permanecía extrañamente iluminada y se entregó de lleno al ayuno, la penitencia y solo interrumpía su oración (durante la que era visto levitando) para atender a quienes buscaban curación para sus enfermedades o su consejo sabio y amoroso. Por la insistente petición de san Felipe Neri y con el permiso de su superior, volvió a salir de su celda para fundar otra casa en Agnone, pero la muerte lo sorprendió en el camino, cuando apenas contaba 44 años, el 4 de junio de 1608 y fue canonizado por el papa Pío VII, en 1807. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Francisco Caracciolo, que nos ayude a cumplir la palabra dada a los hombres o a Dios.