El Santo del día
2 de julio
San Bernardino Realino
Oración a San Bernardino Realino
Oh glorioso Santo Tomás Apóstol, fiel discípulo de nuestro Señor Jesucristo, modelo de valentía y determinación en la fe. Te pido que intercedas por mí ante Dios Todopoderoso, para que me conceda la sabiduría y la fortaleza necesarias para seguir sus enseñanzas y testimoniar su amor en mi vida diaria. Santo Tomás, tú que experimentaste dudas y dificultades, te ruego que me ayudes a superar mis propias incertidumbres y debilidades. Concede a mi mente claridad y discernimiento, para comprender la verdad revelada y defenderla con coraje ante las adversidades. Oh Santo Tomás, patrón de los estudiantes y académicos, te imploro que guíes mis estudios y me ayudes a adquirir el conocimiento necesario para cumplir con mis responsabilidades y contribuir al bienestar de la sociedad. Inspírame a buscar la verdad en todas las cosas y a cultivar la virtud en mi vida cotidiana. Encomiendo a tu poderosa intercesión mis intenciones personales y las necesidades de aquellos a quienes amo. Te pido que me ayudes a crecer en fe, esperanza y caridad, y a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Santo Tomás Apóstol, te encomiendo mi vida y mi alma, y te ruego que me acompañes en mi peregrinaje espiritual hacia la eternidad.
Amén.
Al sentir el estruendo, los monjes corrieron hacia las escalas y junto a ellas en un charco de sangre e inconsciente, estaba tendido el venerable padre Bernardino Realino; inmediatamente lo llevaron a su celda y pocos minutos después, llegaron los mejores médicos de la ciudad de Lecce y el pueblo, que arremolinado en los alrededores del convento esperaba el desenlace, comenzó a orar y permaneció en vigilia varios días, durante los cuales el comercio cerró y las iglesias fueron las únicas que se mantuvieron abiertas para que los feligreses ofrecieran sus plegarias por el santo. Cuando recuperó el conocimiento y pudo ingerir un poco de alimento, las autoridades declararon esa fecha como día de fiesta.
Bernardino Luis Realino (nacido el 1° de diciembre de 1530, en Carpi, Italia), hijo de un diplomático importante que siempre estaba de viaje, creció al cuidado de su madre Isabelle Bellintani, que además de encaminarlo por la senda de la oración y la devoción a la Santísima Virgen, lo puso en manos de los mejores preceptores de la ciudad. En poco tiempo sus avances en latín y griego lo habilitaron para estudiar retórica y filosofía, estudios que perfeccionó en Bolonia. Aunque le gustaba la medicina, optó por la jurisprudencia a petición de Clara, una hermosa joven de la que se enamoró y tras graduarse con honores en Derecho Civil y Canónico, fue nombrado juez y por su juicio, ecuanimidad y criterio, detentó ese cargo en varias ciudades y a punto de casarse, murió su amada.
Para alejarse de ese dolor, aceptó la plaza de consejero y lugarteniente del gobernador de Nápoles, cargo en el que se distinguió por su probidad y sabiduría, pero su corazón devastado solo encontraba sosiego de rodillas en la Eucaristía y ante la Santísima Virgen, por eso abandonó todo e ingresó a los 34 años al convento jesuita. Como novicio desempeñó los oficios más humildes (a pesar de haber sido uno de los hombres más poderosos y respetados de la ciudad), se distinguió por su piedad, obediencia, austeridad y luego de concluir sus estudios de teología –aunque solo deseaba ser un hermano lego–, sus superiores lo ordenaron sacerdote, el 24 de mayo de 1567.
Por su fecunda labor con los novicios y los pobres de Nápoles, fue enviado en 1574 a Lecce, en donde fundó en menos de dos años una iglesia, un convento y un colegio en los que se incrementaron las vocaciones religiosas. La prodigiosa y constante multiplicación de los alimentos para atender a sus estudiantes y seminaristas, la sanación de los enfermos con sólo bendecirlos, su clarividencia para adivinar las intenciones de las personas, su don de consejo y de ubicuidad, y el amoroso cuidado que prodigaba a los presos, le otorgaron una merecida fama de santidad que atrajo a peregrinos, clérigos y dignatarios de toda Italia, incluido el papa Paulo V. Varias veces sus superiores intentaron trasladarlo a otras ciudades, pero cuando la gente no se amotinaba, Bernardino era atacado por la malaria o se desataban inexplicables e interminables inviernos que dejaban intransitables los caminos, hasta que se tuvieron que rendir y dejarlo allí.
Durante 42 años, Bernardino Realino fue la luz espiritual de Lecce, hasta que ocurrió su caída y empezó a declinar su salud, pero aún así aguantó seis años más y a punto de morir, el alcalde de la ciudad, Segismundo Rapana, respaldado por los corregidores (concejales), emitió un decreto mediante el cual, lo declaraban –caso único en la historia de la iglesia– santo y patrono de la ciudad de Lecce y fueron hasta su lecho a pedirle que aceptara; ante la insistencia de ellos, Bernardino Realino tuvo que decir que sí. Poco después el 2 de julio de 1616, murió en olor de santidad, cuando contaba 85 años. Paradójicamente, apenas fue canonizado –oficialmente–, por el papa Pío XII, en 1947. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Bernardino Realino, que nos indique cuál es el mejor camino hacia la santidad.