El Santo del día
18 de julio
San Arsenio
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Oración a San Arsenio
Oh, San Arsenio, santo varón de fe y humildad, te suplico que intercedas por mí ante Dios Todopoderoso. Líbrame de las adversidades y desafíos que enfrento, y concédeme la fortaleza para perseverar en mi camino espiritual. Ilumina mi mente con sabiduría divina y guía mis acciones hacia el bien. Que tu bondadosa presencia me proteja y me lleve hacia la paz y la salvación. En tus días terrenales, encontraste la paz en la soledad y en la contemplación, y experimentaste la cercanía divina de manera profunda. Te pido que me guíes hacia esa misma conexión espiritual, para que pueda experimentar la presencia de Dios en mi vida diaria. San Arsenio, protector de los humildes y consuelo de los afligidos, imploro tu ayuda en estos momentos de angustia y confusión. Sé mi guía en medio de las decisiones difíciles y despierta en mí la claridad de pensamiento y la sabiduría para discernir el camino correcto. Encomiendo a tu bondadoso intercesión mis necesidades y anhelos más profundos. Escucha mis súplicas, oh gran santo, y ruega por mí ante el trono celestial. Que tu bendición descienda sobre mí y sobre todos aquellos que buscan tu auxilio. San Arsenio, noble ejemplo de santidad y vida virtuosa, te pido que me acompañes en mi jornada espiritual, inspirándome a vivir una vida de amor y servicio a los demás. Que tu ejemplo luminoso ilumine mi camino y me acerque cada vez más a la plenitud del amor divino. Te ruego, San Arsenio, que me ayudes a ser un instrumento de paz y reconciliación en este mundo atribulado. Que mis acciones reflejen tu espíritu de compasión y generosidad, y que mi vida sea un testimonio vivo de la gracia de Dios. Por tu intercesión, confío en obtener la fortaleza necesaria para enfrentar las pruebas y desafíos de la vida. Que tu presencia sea mi refugio seguro en tiempos de dificultad y mi consuelo en momentos de tristeza. San Arsenio, venerado santo de la Iglesia, te encomiendo mi vida y mi alma. Que tu intercesión poderosa me conduzca hacia la eterna felicidad y la comunión con Dios.
Amén.
Una vez muerto en el año 395 el emperador romano Teodosio I (El Grande), sus herederos Arcadio y Honorio, a quienes su padre los había nombrado coemperadores –al primero, de Oriente y al segundo, de Occidente–, dieron rienda suelta a su lucha por el poder instigados por sus consejeros que los manipulaban como marionetas; entonces el senador y diácono Arsenio, que por más de diez años había sido el preceptor de ambos, intentó mediar apelando a la supuesta ascendencia que ejercía sobre ellos, pero sus esfuerzos fueron vanos y ello le produjo una profunda decepción pues consideraba que había arado en el desierto y por eso se sentía frustrado –como maestro– y responsable de lo que estaba ocurriendo. Ante la imposibilidad de hacer algo más, retomó su viejo sueño de abandonar esa corte ostentosa, vacua y disoluta, en la que había tenido que vivir por exigencia del monarca y recomendación del papa Dámaso. Al desaparecer los dos personajes se sintió liberado, pero como no estaba seguro de que escaparse fuera lo correcto, después de orar de rodillas durante varias horas –según cuenta la tradición–, Dios le dijo: “Huye de la compañía de los hombres y te salvarás”, entonces se marchó hacia el desierto de Egipto y tras ser sometido a duras pruebas para corroborar la sinceridad de su vocación y de su humildad, fue aceptado en la comunidad de los Ermitaños de Sceti.
Arsenio (nacido en Roma, en el año 354), pertenecía a una familia noble y rica que lo preparó desde muy temprano para el ejercicio de la política y luego de estudiar jurisprudencia, literatura latina, griego, retórica, filosofía y teología, comenzó a ejercer como maestro, abogado y asesor. Gracias a sus juicios y opiniones ponderadas se convirtió en uno de los hombres más consultados por los dignatarios imperiales y por ello fue elegido senador, cargo que desempeñó con tal probidad y sabiduría que atrajo la atención del papa Dámaso, que optó por incluirlo en el círculo de sus consejeros y al enterarse de que la verdadera vocación de Arsenio era la vida religiosa, le confirió el diaconado, le asignó delicadas tareas en la administración de la Santa Sede y no dudó en recomendárselo al emperador Teodosio I, que buscaba un tutor para sus hijos a los que educó en política, administración, jurisprudencia, literatura, retórica, poesía e historia, pero no pudo controlar sus temperamentos tan disímiles (Arcadio: volátil, visceral, ambicioso y sin escrúpulos; y Honorio: apocado, influenciable y débil) y mucho menos formarlos con principios éticos, morales y cristianos, carencias que se evidenciaron cuando fallecido su padre, se enfrascaron en una inútil lucha por el poder que marcó el comienzo de la decadencia del imperio romano y el inicio de la vida ascética de san Arsenio el Grande.
San Arsenio cultivó en Sceti durante muchos años la penitencia, el ayuno, la mortificación corporal y especialmente el silencio, lo cual (dado que evitaba cualquier contacto con los visitantes, que por lo tanto, lo acusaban de soberbio y prepotente), le generó algunos problemas porque su don de consejo aún era solicitado por dignatarios, clérigos y monjes y san Arsenio se negaba a recibirlos, pues afirmaba que como hablar con la gente le gustaba tanto, su mutismo era una forma de expiación; sin embargo sus pensamientos vertidos en forma de apotegmas y sentencias (que tuvieron una profunda incidencia en el desarrollo de la escuela monástica de la edad media y por eso san Arsenio es considerado como uno de los principales “Padres del Desierto”), justificaban su silencio. Más como el acoso de quienes querían consultarle algo, no cesaba, optó por alejarse aún más y se refugió en un lugar recóndito durante algún tiempo, luego volvió a Sceti, monasterio que tuvo que abandonar de nuevo en el 434, por culpa de los libios que invadieron ese territorio y tras permanecer diez años autoexiliado, retornó a su convento, pero siguió alternando su estancia entre Sceti, Canopo y la isla de Troe, en donde la muerte lo sorprendió a los 95 años, en el año 450. Por eso, hoy 18 de julio, día de su festividad, es bueno recordar y practicar la frase más famosa de san Arsenio: “Muchas veces he tenido que arrepentirme de haber hablado, pero nunca me he arrepentido de haber guardado silencio”.