El Santo del día
25 de julio
Santiago El Mayor
Oración a Santiago El Mayor
San Santiago el Mayor, apóstol valiente y defensor de la fe, te imploro humildemente que intercedas por mí en este momento de necesidad. Concede fuerza a mi espíritu para enfrentar los desafíos de la vida, como tú lo hiciste durante tu tiempo en la Tierra. Bendito Santiago, patrón de España y protector de los peregrinos, te ruego que me guíes en mi camino hacia la salvación y que me concedas tu valentía y determinación para superar cualquier obstáculo que se presente ante mí. Que tu ejemplo de lealtad a Cristo y tu valentía al propagar su mensaje me inspiren a vivir una vida de fe, amor y servicio a los demás. Te pido que me ayudes a superar mis dudas y debilidades, y que me fortalezcas en momentos de dificultad. San Santiago, te encomiendo mis intenciones y necesidades (menciona aquí tus peticiones personales) y confío en tu intercesión ante nuestro Señor.
Amén.
Jesús oraba de rodillas ensimismado, mientras a unos pasos de distancia, Pedro, Juan y Santiago el Mayor, trataban de hilvanar sus propias plegarias pero el cansancio los empujaba hacia el sueño y de pronto la blancura resplandeciente del rostro y de las vestiduras del Señor, los sacó del letargo, se restregaron los ojos y azorados, se quedaron observando la escena. La estupefacción aumentó al ver que de la nada aparecieron dos seres radiantes que comenzaron a dialogar con Jesús sobre su muerte que habría de ocurrir en Jerusalén; a medida que avanzaba la conversación, los tres, se hacían más fulgurantes y cuando los visitantes se separaron de Jesús, Pedro le sugirió hacer tres tiendas: una para el Maestro, otra para Moisés y la tercera para Elías y –según el evangelio de san Lucas, capítulo 9, del versículo 34 al 36–: “Mientras él estaba diciendo esto, vino una nube y los cubrió. Al entrar en la nube, los discípulos se asustaron. Y una voz desde la nube dijo: ‘Éste es mi hijo, el elegido, escuchadlo’. Tan pronto como cesó la voz, Jesús se quedó solo. Los discípulos guardaron silencio”. Estos apóstoles, fueron los únicos testigos de uno de los sucesos más extraordinarios de la vida de Jesús: la Transfiguración.
Y no es extraño que entre ellos estuviera Santiago el Mayor, un próspero pescador nativo de Betsaida, que al ser escogido por el Maestro, a su paso por el lago de Genesaret, no dudó en abandonar su barca, seguirlo incondicionalmente y en poco tiempo (por su valentía, fogosidad y liderazgo, que le mereció ser llamado por el Salvador: “Bonaerges”, que significa, “Hijo del Trueno”) se ganó un lugar entre los más cercanos al Señor Jesús (círculo del que también formaban parte: Pedro y su hermano Juan), y en esa condición, estuvo presente en otros acontecimientos reservados a ese grupo dilecto: la resurrección de la hija de Jairo, la oración en el Huerto de los Olivos y la última aparición del Resucitado a orillas del Lago de Tiberíades, cuando se registró la pesca milagrosa. Por eso su papel fue determinante en la difusión de la Buena Nueva, pues –así lo sostienen algunos hagiógrafos españoles– luego de Pentecostés, estuvo evangelizando en Galicia, La Coruña, Cartago Nuova (Cartagena) y Zaragoza, ciudad en la que (después de que la Virgen se le apareciera sobre una columna de Jaspe, sitio en el cual se levanta actualmente la Basílica de Nuestra Señora del Pilar), habría encomendado a Los Siete Varones Apostólicos: Tesifonte, Cecilio, Segundo, Torcuato, Isicio, Eufrasio e Indalecio, la misión de ampliar la evangelización por toda la península ibérica.
El retorno de Santiago el Mayor (apodado así, porque tenía más edad que el otro Santiago, hijo de Alfeo) a Jerusalén en el año 40, ayudó a consolidar la estructura de la incipiente iglesia y por eso su señalado liderazgo, le confirió una gran popularidad en la comunidad cristiana, que al influjo de su acerado verbo crecía vertiginosamente en detrimento del establecimiento judío cuyos dirigentes lo sentían como un peligro latente y por eso lo acusaron ante el odiado rey Herodes Agripa –nieto de Herodes el Grande–, quien para darles gusto lo arrestó y lo mandó a decapitar poco antes de que el mismo tirano muriera –según el capítulo 12, versículo 23, de los Hechos de los Apóstoles–: “roído de gusanos”.
Dado que los restos de los mártires se convertían en objeto de veneración, regularmente las autoridades judías trataban de desaparecerlos y ante el temor de que ello ocurriera con Santiago el Mayor, unos piadosos cristianos, rescataron su cuerpo y –cuenta la tradición– que al amparo de la noche se embarcaron en la búsqueda de un sitio adecuado para enterrarlo y una tempestad los llevó a la costa de Galicia, a donde fueron arrojados por la marea y en Iria Flavia, cerca de la confluencia de los ríos Sar y Ulla, una deslumbrante lluvia de estrellas que se cernía sobre ellos (de ahí su nombre: Compostela, que significa campo de estrellas), la interpretaron como señal divina. Entonces lo sepultaron allí y sobre esa tumba, el rey Alfonso II, el Casto, hizo construir un templo que hoy es el Santuario de Santiago de Compostela, en el que –bajo el altar mayor–, reposan los restos del apóstol Santiago el Mayor. Por eso, hoy 25 de julio, día de su festividad, pidámosle a san Santiago el Mayor, que nos enseñe a ser fogosos y valientes en la difusión de la Buena Nueva.