El Santo del día
19 de julio
San Elías
Oración a San Elías
San Elías, poderoso intercesor y protector, te acudimos en este momento de necesidad y oración. Tú, que fuiste un profeta valiente y fervoroso, que enfrentaste a los falsos dioses con coraje, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios Todopoderoso. San Elías, tú que viviste en tiempos difíciles, donde la idolatría y la injusticia reinaban, enséñanos a permanecer fieles a nuestra fe, a mantenernos firmes en la verdad y la rectitud. Te rogamos, San Elías, que nos fortalezcas en la adversidad, que nos concedas la valentía para enfrentar nuestros desafíos, que nos inspires a vivir una vida de amor y compasión, siguiendo siempre los mandamientos de Dios. Te pedimos también, San Elías, por nuestras necesidades específicas (mencionar aquí las intenciones personales y/o colectivas). San Elías, patrón de los que luchan por la justicia y la verdad, confiamos en tu poderosa intercesión ante el Señor. Escucha nuestras súplicas y ruega por nosotros, para que podamos experimentar la bondad y la misericordia de Dios.
Amén.
Mientras que Acab y su mayordomo Abdías, buscaban pastos para sus semovientes que se morían de sed a causa de la sequía que azotaba a Israel desde hacía tres años, el profeta Elías, por orden de Dios, acudió ante el rey y lo retó a él y a sus cuatrocientos cincuenta profetas para que mediante el sacrificio de un novillo por cada bando, Yahvé o Baal, hicieran llover fuego sobre el eral respectivo, para demostrar cuál de los dos era el dios verdadero. Acab aceptó el desafío y reunió a todo el pueblo en el monte Carmelo; entonces los augures reales erigieron un túmulo sobre el que depositaron su torillo descuartizado, danzaron en torno a la ofrenda, se desgañitaron invocando a su dios sin que nada ocurriera y cuando al mediar la tarde cayeron rendidos y se dieron por vencidos, Elías tomó doce piedras –que representaban a las tribus de Israel– construyó con ellas su altar y en él, colocó el becerro destazado e hizo que alrededor se cavara una zanja y sobre la leña se vertiera agua hasta que la acequia se llenara y a continuación el profeta dijo: “Respóndeme Señor; respóndeme, y que sepa este pueblo que Tú eres, Señor, el verdadero Dios, y así se convertirá de corazón”. “Entonces –dicen los versículos 38 y 39, del capítulo 18, del primer libro de Reyes– cayó fuego del Señor y devoró el holocausto, la leña, las piedras y el polvo y secó el agua de la zanja. El pueblo, al ver esto, cayó rostro en tierra, y exclamó: ¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!”. Al cabo de un rato la esperada lluvia se descargó generosamente y reverdeció a Israel.
El profeta Elías, nacido al final del siglo X antes de Cristo, fue escogido por Dios para enfrentar al rey Acab (uno de los monarcas más malvados de la historia de Israel, casado con la perversa y cruel Jezabel, hija del rey de Sidón, que le impuso a los israelitas el culto al dios Baal), ante el que debutó diciéndole: “¡Vive el Señor, Dios de Israel, a cuyo servicio estoy!: en estos dos años no habrá lluvia ni rocío, mientras yo no lo diga” y a continuación –para preservar su vida–, Dios le ordenó que se refugiara en el torrente de Querit, en el que los cuervos le traían pan por la mañana y carne por la tarde, pero al cabo de algún tiempo el manantial se secó y entonces por mandato divino viajó a Sarepta, en donde fue acogido por una viuda a la que pidió pan y ella le dio el único que tenía, pero de ahí en adelante jamás le faltó trigo y aceite; más adelante le resucitó a su hijo y tres años después el Señor envió a Elías a demostrarle a Acab y a su pueblo, quién era el Dios verdadero, lo cual quedó refrendado con la lluvia de fuego que Yahvé hizo caer sobre el altar de su ofrenda; este resultado que le costó la vida a los 450 sacerdotes del dios fenicio, desató la ira de Jezabel y por eso Elías, tuvo que huir al desierto.
Tras una larga jornada, Elías cayó exhausto –según la Biblia–, bajo un arbusto de retama y lamentando su suerte, se quedó dormido; de ese sueño lo despertó un ángel que le dio alimento suficiente como para atravesar en 40 días el desierto hasta llegar a una cueva en el monte Horeb y allí Yahvé le dijo: “Sal y quédate de pie en la montaña ante la presencia del Señor”. Y aunque se desencadenaron un violento vendaval, un aterrador terremoto y más tarde un voraz fuego, en ninguno de estos fenómenos estaba Dios, pero enseguida sopló una ligera brisa en la que sí se manifestó suavemente y le ordenó que fuera a Damasco a coronar a los nuevos reyes de Siria e Israel y a ungir a su sucesor Eliseo, quien lo acompañó en la parte final de su misión que concluyó –por mandato divino–, después de atravesar a pie el Jordán, cuyas aguas se separaron tras ser tocadas por su manto y luego –dice el versículo 11 del segundo capítulo del segundo libro de Reyes–: “Un carro de fuego, con caballos de fuego, pasó entre los dos, y Elías fue arrebatado en un torbellino hacia el cielo”. Por eso hoy 19 de julio, día de su festividad, pidámosle a san Elías, que nos enseñe a escuchar la voz de Dios en el susurro del viento.