El Santo del día
15 de julio
San Buenaventura
Oración a San Buenaventura
San Buenaventura, bendito patrón, a ti acudimos con devoción. Intercede por nosotros ante el Señor, y ayúdanos en nuestro caminar con amor. Tú, que fuiste un sabio y erudito, guíanos por el camino infinito. Danos la sabiduría y la comprensión, para encontrar la paz en nuestra misión. San Buenaventura, amigo celestial, ayúdanos a ser fieles al ideal. Inspíranos con tu ejemplo de humildad, y danos fuerza en la adversidad. Escucha nuestras plegarias, oh santo venerado, y protégenos en cada paso del sendero trazado. Concédenos la gracia que tanto anhelamos, y en tu santo nombre, te lo suplicamos. San Buenaventura, intercede por nosotros, ante el Padre Celestial, bondadoso. Que tu protección y amor nos acompañen siempre, y en todo momento, en cada empresa.
Amén.
Ya llevaba tres años vacante la cátedra de san Pedro –tras la muerte de Clemente IV, ocurrida el 29 de noviembre de 1268– y durante ese lapso, los dos bandos de cardenales: franceses e italianos, reunidos en Viterbo, no habían dejado de forcejear para imponer a alguno de los suyos, a pesar de que el gobernador de la ciudad, Alberto de Montenovo, desde hacía tiempo los tenía confinados, solo les suministraba una comida al día y la muchedumbre había destechado el edificio para obligarlos a nombrar al nuevo papa. Cuando la multitud estaba a punto de lincharlos, apareció providencialmente, Buenaventura, una de las figuras más respetadas y representativas de la Iglesia, quien logró persuadir a los purpurados para que se unieran y sugirió el nombre de un diácono –con fama de santo– que enviado por el anterior pontífice, era el predicador oficial de la cruzada que en ese momento intentaba en Palestina rescatar los lugares santos de las manos de los musulmanes y entonces los 15 cardenales lo eligieron por unanimidad, el 1° de noviembre de 1271. A su regreso de Palestina y luego de ser ordenado sacerdote y obispo, Teobaldo Visconti, se sentó en el trono de san Pedro, con el nombre de Gregorio X, el 27 de marzo de 1272. Ese era el peso específico de san Buenaventura.
Antes de cumplir un año, Juan de Fidanza (nacido en Bagnoregio, Italia, en 1218), estuvo a punto de morir a causa de una extraña enfermedad y el mismo san Francisco de Asís, que lo curó milagrosamente, al tener una visión sobre el papel que jugaría en la iglesia y en su comunidad, lo rebautizó como Buenaventura. Y no se equivocó, pues su esmerada educación la adelantó en el convento de los frailes menores de san Francisco y a los 17 años marchó a París, en donde se graduó de maestro de artes y de la mano de su mentor, consejero y fundador de la escuela franciscana, Alejandro de Hales, adelantó sus estudios de filosofía y teología; al terminarlos y ser ordenado sacerdote, se quedó en la Universidad de París como profesor de teología y en poco tiempo se convirtió en una autoridad en la materia, prestigio reforzado con su piedad, austeridad, sabiduría y por la fecundidad de su pluma, impregnada de las agudas observaciones sobre las Sagradas Escrituras que intercambiaba con su amigo: santo Tomás de Aquino.
A punto de cumplir 36 años, Buenaventura fue elegido como superior general de los franciscanos en un momento crítico en que la orden estaba dividida entre los rigoristas –que querían mantener la dureza de las reglas originales ordenadas por san Francisco– y los “Relaxatis”, que propugnaban por una distensión de las normas, especialmente en lo tocante a la pobreza. Buenaventura metió en cintura a unos y otros y reestructuró los diferentes capítulos, incluidas las clarisas. Después de organizar la casa, tuvo que renunciar a su cargo, dado que el papa Gregorio X, lo consagró obispo cardenal de Albano y le ordenó que aceptara el capelo, al cual era renuente, dado que el ejercicio de esta función le impediría seguir orando y escribiendo con la avidez acostumbrada, aunque para entonces ya había completado buena parte de su monumental obra: Comentario sobre las sentencias (escrito que, en cuatro mil páginas, desanudó Las Sentencias de Pedro Lombardo, texto fundamental para la teología de la época); Cuestiones disputadas, Breviloquio, El itinerario del alma de Dios, Dones del Espíritu Santo, Soliloquio, El árbol de la vida o árbol de la cruz, Tratado de la triple vía y muchos otros libros que le merecieron a san Buenaventura, el título de “Doctor Seráfico” de la Iglesia, otorgado por el papa Sixto V, en 1588, a los cien años de su canonización efectuada en 1482 por el papa Sixto IV y dos siglos después de su muerte acaecida el 15 de julio de 1274, cuando aún se desarrollaba el Concilio Ecuménico de Lyon, organizado y dirigido por él. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Buenaventura que nos dé luces para comprender en toda su magnitud el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo.