El Santo del día
13 de julio
Beato Padre Marianito
Oración al Beato Padre Marianito
Querido Padre Marianito, Me dirijo a ti en busca de tu intercesión y ayuda. Sabemos que eres un santo cercano a Dios y que tienes un corazón lleno de compasión y amor por todos nosotros. Te pido que escuches mi oración y presentes mis peticiones ante el trono de nuestro Padre celestial. Padre Marianito, te pido que intercedas por mí y por mis seres queridos, protegiéndonos de todo mal y peligro. Ayúdanos a superar las dificultades y los desafíos que enfrentamos en nuestra vida diaria. Concede paz a nuestros corazones y fortaleza para afrontar cualquier situación. Te ruego, Padre Marianito, que intercedas por las necesidades de mi familia y amigos. Ayúdalos en sus problemas y bríndales consuelo en momentos de tristeza. Te pido que les des salud y bienestar, tanto físico como espiritual. Padre Marianito, te imploro que intercedas por aquellos que están sufriendo, ya sea por enfermedad, pobreza o cualquier otra dificultad. Te pido que les otorgues sanación, alivio y esperanza en medio de sus aflicciones. Que tu amor y compasión los envuelvan y los guíen hacia una vida mejor. Te doy gracias, Padre Marianito, por tu ejemplo de fe y por tu intercesión constante. Confío en tu poderosa ayuda y en tu amorosa presencia en mi vida. Ayúdame a seguir el camino de la santidad y a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Padre Marianito, te suplico que presentes estas peticiones ante nuestro Padre celestial y que intercedas por nosotros en todo momento. Confío en tu poderosa intercesión y te agradezco por escuchar mi oración.
Amén.
Influido por lecturas perniciosas que le llevaban de Medellín, un ricachón no había vuelto a la iglesia y en él, pensaba el padre Marianito –mientras pasaba por su casa– montado sobre la vieja mula que avanzaba con paso cansino y de pronto el señor en cuestión le salió al encuentro y socarronamente le preguntó qué para dónde iba con tanta prisa y el curita le respondió, irónicamente, que se dirigía hacia la vereda El Olivo, con la misma premura que él se gastaba para ir al templo. El hombre con tono altanero le dijo que no asistía a la misa porque ya no creía en Dios, y el padre Marianito sin alterarse le aconsejó que dejara de lado esos libros nocivos y se confesara para ponerse en paz con Dios. Entonces el finquero lo retó diciéndole que volvería al confesionario el día en que ese árbol diera guayabas y señaló un tronco seco que clavado en la mitad del patio, era el bramadero del que ataban los terneros para curarlos, castrarlos y marcarlos. El padre Marianito sin agregar una sola palabra bendijo al hombre y al madero, y continuó su camino hacia la casa de la mujer que lo esperaba para que le aplicara la unción de los enfermos.
Al domingo siguiente, el ricachón entró como una tromba a la iglesia de Angostura, llegó jadeando a la sacristía en donde el padre Marianito se revestía para celebrar misa y le pidió de rodillas que lo confesara inmediatamente, porque el árbol de guayabo había reverdecido y estaba preñado de frutas.
Dada su piedad y devoción y ante la escasez de recursos de sus padres, al cumplir 16 años, Mariano de Jesús Euse Hoyos (nacido en Yarumal, Antioquia, el 14 de octubre de 1845), fue puesto al cuidado de su tío, el padre Fermín de Hoyos, párroco de Girardota, que se encargó de sembrar en él, la vocación y los conocimientos básicos: teología, filosofía, latín y humanidades. Cuando estuvo listo, lo envió al seminario de Medellín en 1869 y el 14 de julio de 1872, fue ordenado sacerdote y devuelto a su tío –que a la sazón era párroco de San Pedro de los Milagros– en calidad de coadjutor. A la muerte de éste, fue trasladado a Yarumal y al poco tiempo recaló en Angostura, en donde luego de ser coadjutor varios años, al fallecer el anciano párroco Rudesindo Correa, fue nombrado en su reemplazo y allí permaneció por el resto de su vida: medio siglo más de virtud, bondad, milagros y dulce autoridad.
Y hasta el diablo le temía. En los caminos, mientras descansaba después de atender a algún enfermo, se enfrascaba en arduas discusiones con el demonio que a la postre tenía que rendirse ante su determinación, poder y ternura. En contraste con el miedo que le infundía al mal, sus feligreses le profesaban un profundo respeto, una intensa devoción y un entrañable afecto. Y no era para menos, porque no solamente curaba las enfermedades de sus cuerpos, sino que les restañaba las heridas del alma. Todo aquel que llegara donde el padre Marianito, siempre regresaba a casa con el corazón rebosante de Dios y las manos llenas, pues el padre Marianito lo daba todo aunque nada tenía. Solo se guardaba para sí, su raída sotana y su infaltable bonete. Todo lo demás, era de los demás. Y es que el padre Marianito era un surtidor del que brotaban permanentemente, la bondad y la solidaridad. Hasta la puerta de su cuarto estaba abierta las 24 horas para quien necesitara su hombro, su consejo, su plato, su consuelo, su sonrisa y hasta su sueño que también lo regalaba.
En el Sermón de la Montaña el padre Marianito, encontró su derrotero, y en el “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”, su razón de ser. No tuvo tiempo ni disposición para escribir el mensaje, solo para vivirlo; por eso es más real y tangible. No fue palabra sino ejemplo. Y fiel a esa condición, murió en olor de santidad el 13 de julio de 1926. Al beatificarlo el papa Juan Pablo II, el 9 de abril del año 2000, lo declaró Patrono de la Paz de Colombia. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle al beato Marianito, que nos lleve de su mano por el camino de la paz, hacia Dios.