El Santo del día
12 de julio
San Juan Gualberto
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Oración a San Juan Gualberto
San Juan Gualberto, valiente y piadoso, te ruego que escuches mi oración en este momento. Tú, que con humildad y amor a Dios, superaste las pruebas y alcanzaste la salvación. Guíame por el camino de la rectitud, ilumina mi camino con tu divina virtud. Ayúdame a vencer las tentaciones del mal, y fortalece mi fe en el Señor celestial. Inspírame con tu ejemplo de compasión, y enséñame a perdonar sin condición. Que la paz y el perdón reinen en mi corazón, y en cada acto refleje el amor de Cristo, mi redentor. San Juan Gualberto, intercede por mí ante el Altísimo, y que mi vida esté en sintonía con su designio. Te imploro que me protejas de todo peligro, y me guíes hacia un camino de paz y verdadero abrigo. En tu santidad y devoción confío, y te pido que me acompañes cada día y cada rato.
Amén.
Como las diócesis, monasterios y parroquias más prósperas las regentaban inescrupulosos prelados, abades y clérigos, que las exprimían por cuenta propia o estaban al servicio de los señores feudales, mientras los fieles abandonados se sumían en la indiferencia religiosa, Juan Gualberto, decidido a atajar esa simonía, emprendió una enconada cruzada contra los corruptos que vendían los privilegios eclesiásticos al mejor postor y para extirpar ese cáncer, predicaba en todas las poblaciones, les enrostraba su pecado y –como si fuera san Juan Bautista enfrentando a Herodes– los instaba a arrepentirse y los conminaba a devolver los bienes y dignidades usurpadas. Naturalmente que esta campaña desató contra él una feroz represalia de sus enemigos que lo acechaban buscando la ocasión propicia para eliminarlo y esa oportunidad se presentó cuando luego de pronunciar una virulenta diatriba contra Pedro Mediabarba, obispo de Florencia, se fue a descansar al monasterio de Salvi y a medianoche, unos esbirros del prelado cuestionado, irrumpieron en el convento, destrozaron la capilla y buscándolo, abrieron la celda en la que se encontraba orando y aunque pasaron junto a él, no pudieron verlo, entonces hirieron a varios monjes y luego le prendieron fuego al edificio. A la mañana siguiente, Juan Gualberto reanudó su ataque contra el obispo venal y antes de terminar el día, Pedro Mediabarba, fue depuesto y tuvo que huir de la ciudad.
Juan Gualberto Visdomini (nacido a finales del siglo X, en Florencia, Italia), pertenecía a uno de los clanes más ricos, poderosos y belicosos de esa ciudad. Por eso, su educación se limitó al manejo de las armas, pues su padre consideraba que –por ser su primogénito– debía prepararse para defender las ricas propiedades familiares y ese espíritu guerrero se exacerbó mucho más después de que Hugo, su único hermano, fuera asesinado. Desde ese momento el deseo de venganza se convirtió en una obsesiva persecución del asesino que produjo sus frutos el Viernes Santo del 1003, cuando se dirigía a la ciudad de Siena y en un recodo del camino, Juan Gualberto se encontró cara a cara con el homicida que al no tener escapatoria se arrodilló y le rogó por su vida. Al verlo con los brazos abiertos en forma de cruz, Juan Gualberto, recordó a Jesús Crucificado, entonces su ira se transformó en amor y en un arranque de misericordia, perdonó al criminal, lo levantó y bañado en lágrimas, lo abrazó.
Desde ese momento su vida cambió y no tardó en tocar las puertas del monasterio de san Miniato, adonde llegó su padre con la intención de hacerlo desistir, pero pudo más la férrea determinación de su hijo que vistió el hábito benedictino y se sumergió en la oración, el ayuno y la penitencia. Sin embargo la paz no le duró mucho tiempo, porque tras la muerte de su abad, un clérigo llamado Huberto, le compró ese cargo al obispo, Hatto, de Florencia, y entonces Juan Gualberto los denunció públicamente por el delito de simonía y con un compañero abandonó la abadía, se refugió entre los camaldulenses, mas como allí no se observaba la regla de san Benito, decidió radicarse en Valumbrosa y dada su creciente fama de santidad, muy pronto fue seguido por entusiastas jóvenes que deseaban acogerse a su dirección espiritual; entonces la abadesa de las monjas de Sant’Ellero –dueñas de la propiedad– le cedió un terreno en el que en el año 1036, construyó un pequeño y austero convento, que fue la cuna de la naciente Orden de Valumbrosa, en la que puso en práctica la Santa Regla de san Benito, en su más pura expresión.
El hecho de que eximiera a los monjes del trabajo extramuros –sin incluir la predicación– y aceptara a muchos voluntarios en calidad de hermanos legos (que se encargarían de las labores manuales y de los asuntos seculares, para permitir la dedicación absoluta de los profesos a la oración, la penitencia y la contemplación), produjo un gran entusiasmo entre los jóvenes que pretendían abrazar la vida monástica. Al poco tiempo ya no cabían más hermanos en Valumbrosa y entonces Juan Gualberto, accedió a las peticiones de varias diócesis en las que abrió nuevos cenobios que se caracterizaban por la pobreza de sus formas, la austeridad interior, la rigidez en la observancia de las normas establecidas y en el incondicional servicio a los pobres, desvalidos y enfermos, entre los que repartían las pocas provisiones de sus conventos.
A la par Juan Gualberto, predicaba por donde pasaba y además de fustigar sin pausa ni tregua a los simoniacos, dejaba una fulgurante estela de milagros que reforzados con su vigoroso mensaje evangélico, enderezaba a los clérigos que se desviaban hacia el concubinato y la vida muelle y a los feligreses que vagaban como ovejas sin pastor, las devolvía al redil. Con esa intrépida evangelización, obtuvo la conversión de comarcas enteras y sumó enemigos a granel, que no pudieron acabar con él. Pero lo que no lograron sus adversarios, sí lo consiguió su tenaz laboriosidad, que lo fue minando paulatinamente y el 12 de julio de 1073 murió en olor de santidad en el monasterio de Passignano, pero sin haber sido ordenado diácono –mucho menos sacerdote–, porque siempre se consideró indigno de tales distinciones. Fue canonizado por el papa Celestino III. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Juan Gualberto, que nos dé valentía para denunciar a los que comercian con el nombre de Dios.