El Santo del día
10 de julio
San Cristóbal
Oración a San Cristóbal
Oh, San Cristóbal, patrono de los viajeros y protector de aquellos que recorren caminos inciertos, hoy acudo a ti con humildad y devoción. Tú, que cargaste al Niño Jesús sobre tus hombros a través de aguas turbulentas y peligrosas, te ruego que me acompañes en mi jornada. Concédeme tu fuerza y protección para enfrentar los desafíos que encuentre en mi camino. Guía mis pasos y mantén alejados los peligros y obstáculos que puedan amenazar mi seguridad. Dame la sabiduría para tomar decisiones acertadas y la paciencia para sobrellevar las dificultades que pueda encontrar. Oh, San Cristóbal, te pido que intercedas por mí ante Dios, para que pueda viajar con tranquilidad y regresar sano y salvo a mi hogar. Acompaña a todos los viajeros y cuida de ellos en cada trayecto que realicen. Te agradezco, San Cristóbal, por escuchar mi oración y por tu constante protección. Confío en tu intercesión y en la bondad divina.
Amén.
En la plaza atestada, los habitantes de Samos no se movían de su sitio, pero como no entendían nada, cuchicheaban, esbozaban sonrisas maliciosas y al cabo de un buen rato, fueron prorrumpiendo en risas mientras Cristóbal, parado en la mitad, se desgañitaba para hacerse entender; como no lo conseguía, comenzó a orar en voz alta pidiéndole a Dios que lo asistiera. De pronto, empujado por una inexplicable fuerza interior, levantó del suelo su enorme bastón y lo clavó en tierra. Al instante empezó a surgir del descomunal báculo una exuberante higuera que al poco rato se doblaba por el peso de sus frutos. A continuación se desató su lengua y emprendió un vigoroso discurso que aunque no era en el idioma nativo de los sorprendidos espectadores, todos comprendieron el mensaje; ese día se convirtió al cristianismo más de la mitad de la población y el prestigio del gigantón se fortaleció mucho más, luego de curar a varios paralíticos y endemoniados, pero su palabra y sus milagros despertaron el odio de Dagón, que era el gobernador romano.
Relicto, hijo de un acaudalado mercader de la ciudad de Tiro o de Sidón y nacido en el siglo tercero, era un fornido guerrero que se fue de su casa –cuando aún era muy joven– en busca de aventuras y después de probar suerte en varias partes buscando un patrón que fuera más poderoso que él, se puso al servicio de un rey de Canaán, pero cuenta la tradición que cuando se enteró de que el monarca temía al demonio, decidió buscar a satanás por ser más fuerte; no obstante al ver que el maligno palidecía ante la cruz, lo abandonó para ir tras el dueño de ese madero que sin duda tenía que ser más grande que el diablo. Vagó por varias regiones indagando sobre en dónde podría encontrar a ese soberano, hasta que al fin le preguntó a un ermitaño que lo catequizó, bautizó y le dijo que a Cristo se le servía ayudando a los demás, entonces lo envió a un río cercano que era muy caudaloso aunque no tan profundo y le encomendó que pasara sobre sus espaldas a los que por razón de su edad o por sus limitaciones físicas, no podían enfrentar la corriente.
Durante mucho tiempo, permaneció en esa labor, anhelando conocer a nuestro Señor Jesucristo, hasta que una mañana un niño frágil apareció junto a su choza, le pidió que lo transportará al otro lado y el gigante accedió gustoso, pero en la mitad del río, el infante se puso tan pesado, que Relicto estuvo a punto de ser arrastrado y ahogado por las aguas; al fin, tras un esfuerzo sobrehumano, ganó la otra orilla y al descargarlo le preguntó quién era y el pequeño se identificó como Cristo y agregó que pesaba demasiado porque cargaba los pecados de todo el mundo; le dijo además, que en adelante se llamaría Cristóbal –que significa: el que lleva a Cristo– y lo mandó a evangelizar. Con ese mensaje llegó a Samos y obtuvo la masiva conversión, que sacudió al gobernador, Dagón.
Ante su negativa de adorar a los dioses romanos, el tirano hizo azotar a Cristóbal, con varillas de hierro y como no cedió, le ciñeron un casco de hierro al rojo vivo y salió ileso; entonces lo acostaron sobre una parrilla candente, pero en vez de quemar sus carnes se fundió el metal y no le hizo mella; a continuación lo amarraron a un árbol y le arrojaron cientos de flechas pero ninguna dio en el blanco. En vista de que nada le hacía daño, Cristóbal fue decapitado y el lugar de su sacrificio se convirtió en sitio de peregrinación en el que se suscitaban tantos milagros –que dice la leyenda–, hasta el mismo Dagón, que había perdido un ojo, se curó y se convirtió al cristianismo. Por eso hoy, 10 de julio, día de su festividad, pidámosle a san Cristóbal, que nos ayude a buscar sin desmayo, a Nuestro Señor Jesucristo, que es el rey más poderoso del universo y el Dios Verdadero.