El Santo del día
29 de junio
San Pedro y San Pablo
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Oración a San Pedro y San Pablo
Queridos San Pedro y San Pablo, hoy nos reunimos para honrar vuestra memoria y pedir vuestra intercesión ante el Señor. San Pedro, tú fuiste elegido por Jesús como la piedra sobre la cual edificaría su Iglesia. San Pablo, tú fuiste un apóstol ardiente y valiente, que llevó el Evangelio a los rincones más lejanos del mundo conocido. Unidos en la fe y en el amor a Cristo, nos inspiran a seguir vuestro ejemplo de entrega total y fidelidad a la misión encomendada por nuestro Señor. Rogad por nosotros, para que seamos discípulos valientes, dispuestos a dar testimonio de la verdad ya llevar el mensaje de salvación a todos los corazones sedientos de amor y esperanza. ¡Ay, San Pedro y San Pablo, rueguen por nosotros!
Amén.
Pedro, mezclado entre los sirvientes y curiosos que esperaban expectantes el desenlace del juicio que contra Jesús se desarrollaba dentro del palacio de Caifás, calentaba sus manos en la fogata central del patio, mientras con su rostro embozado –para no ser reconocido– observaba furtivamente los movimientos de todos y escuchaba sus comentarios, pero una criada de la casa al descubrirlo lo acusó de ser uno de los seguidores del reo. Pedro, asustado lo negó con vehemencia en tres ocasiones y en ese momento –tal como se lo había predicho el Redentor– un gallo cantó dos veces. Entonces, arrepentido, se alejó llorando amargamente su traición. Meses después, camino de Damasco, a donde se dirigía Saulo, para capturar a los adeptos –según él– del falso mesías, fue derribado del caballo y una voz le preguntó: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, y el de Tarso le inquirió: “¿Quién eres?”; y la voz tronó de nuevo: “Yo Soy Jesús, al que tú persigues” y agregó: “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”. Estos dos sucesos marcaron a Pedro y a Pablo, antes de comenzar en firme su labor evangélica; pues la reprensión que Jesús les hizo (al primero por negarlo y al segundo por acosar a sus discípulos), despertó en ellos el ardor apostólico que sentó las bases del cristianismo.
Estos dos apóstoles eran polos opuestos: Pedro, un humilde e iletrado pescador; Saulo un joven brillante que estudiaba las Sagradas Escrituras en la afamada academia de Gamaliel, en Jerusalén. El primero era impulsivo y rezumaba entusiasmo, ingenuidad, nobleza, franqueza y devoción incondicional hacia el Maestro; el segundo era erudito, racional, pragmático, calculador, retórico, vehemente y un guardián inexpugnable del mensaje de Jesús. El primero seducía con su bondad y sencillez; el segundo persuadía con su energía y liderazgo. Quizás por tener personalidades tan disímiles, se complementaron y aunque tuvieron disparidad de criterios, fue en esa diferencia en la que encontraron la unidad doctrinal y el mensaje se hizo universal. Con razón, san Pedro y san Pablo, son unánimemente aceptados como los pilares fundamentales sobre los que se edificó la Iglesia.
Pedro, reconocido en la fiesta de Pentecostés, como el “Príncipe de los Apóstoles” afirmó, solidificó y gobernó la Iglesia desde Jerusalén, a partir del año 32; con milagros y tenacidad, convirtió a cientos de miles de judíos descontentos con sus autoridades. Entretanto Pablo hacía gala de su apelativo de “Apóstol de los Gentiles”, fundando iglesias en siete ciudades de Asia Menor y evangelizando el resto de la región. Mas sus destinos estaban indisolublemente ligados, pues al cabo de unos años convergieron en Roma: Pedro, llegó a la Ciudad Eterna en el año 42, allí se afianzó como obispo de Roma y primer papa de la historia y en esa condición permaneció 25 años más. Pablo, hecho prisionero en el último de sus viajes, como era romano, pidió ser juzgado en la capital del imperio y aunque lo absolvieron en principio, a raíz de la persecución desatada contra los cristianos por Nerón (que los acusaba de ser los responsables del incendio de Roma), lo recapturaron en el año 66 y al poco tiempo apresaron a Pedro.
Condenados a muerte, fueron ajusticiados el 29 de junio del año 67. A Pablo lo decapitaron y a Pedro por ser judío, lo crucificaron –a petición suya– cabeza abajo, porque no se sentía digno de morir como su Señor. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosles a san Pedro y a san Pablo, que no nos dejen acobardar para proclamar a Jesucristo, como el Dios vivo.