El Santo del día
17 de junio
San Gregorio Barbarigo
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Oración a San Gregorio Barbarigo
Oh, bendito San Gregorio Barbarigo, ejemplo de santidad y celo pastoral, te honramos en este día y te pedimos que intercedas por nosotros ante el Señor. Tú, que guiaste con sabiduría y amor al pueblo de Dios como obispo, te imploramos que nos fortalezcas en nuestra fe y en nuestro servicio a la Iglesia. Ayúdanos a ser testigos del Evangelio y defensores de la verdad. Ruega por nosotros para que podamos seguir tu ejemplo de entrega generosa y humilde servicio. ¡Ay, San Gregorio Barbarigo, ruega por nosotros!
Amén.
Como la peste bubónica estaba acabando con la población romana, el papa Alejandro VII, llamó a su consejero de confianza, el padre Gregorio Barbarigo, para que conformara una brigada de sacerdotes, monjes y monjas que atendieran esa calamidad y aunque en principio –lo confesó después–, sintió pánico ante un eventual contagio, su caridad y celo apostólico fueron más fuertes y con amor y devoción, el padre Barbarigo se apersonó de la situación de tal forma que curaba las pústulas de los enfermos, asistía a los moribundos y enterraba a los muertos con sus propias manos. Con este ejemplo los integrantes de su grupo adelantaron una heroica labor que redujo los alcances de la epidemia.
Gregorio Barbarigo, nacido en Venecia el 16 de septiembre de 1625, en el seno de una familia aristocrática, recibió una esmerada educación que incluyó astronomía, física, matemáticas, literatura latina, latín, otros idiomas y diplomacia; justamente por el dominio de esta última asignatura fue llamado a integrar la embajada Veneciana que asistió a la conferencia de Münster, Alemania, que puso fin a la guerra de los Treinta Años, mediante el Tratado de Wetsfalia y allí cumplió un destacado papel –a pesar de su juventud– gracias a su ponderación y buen juicio que pudo acercar a las partes.
Esta atinada intervención, atrajo la atención y la amistad del nuncio apostólico, Fabio Chigi, que sorprendido por su piedad, devoción y austeridad, lo indujo a abrazar la vida religiosa y en 1655, tras ser ordenado sacerdote, el mismo legado papal que ya era el papa Alejandro VII, lo nombró como su consejero personal y dos años después, lo envió al obispado de Bérgamo (adonde llegó de incógnito) y puso todo su patrimonio a disposición de los más desvalidos. Con las manos libres de su fortuna, se dedicó con energía y autoridad a poner la casa en orden, dado que la simonía (delito consistente en comerciar con lo que es sacro) y la laxitud moral del clero, habían ahuyentado a los feligreses de los templos. Al poco tiempo las iglesias estaban llenas de nuevo.
En vista de la fructífera labor desarrollada en esa díscola diócesis por Gregorio Barbarigo, el mismo papa lo elevó al cardenalato en 1660 y cuatro años más tarde, lo trasladó a la revuelta arquidiócesis de Padua, en la que tuvo que volver a catequizar –personalmente– a sus habitantes y fomentar las desvaídas vocaciones sacerdotales. Para el efecto, Gregorio Barbarigo vendió todos los objetos de valor del palacio arzobispal, compró un viejo monasterio que transformó en seminario y en poco tiempo abrió varios más en otras parroquias de su jurisdicción, los dotó de bibliotecas e imprentas, contrató a los mejores profesores de Italia para formar a los nuevos sacerdotes, creó escuelas populares para educar a niños pobres, fundó asilos y hogares en los que acogió a los ancianos y a las mujeres viudas y desamparadas.
Pero por su rigidez, Gregorio Barbarigo fue atacado por monjas, monjes y curas disolutos, que publicaron panfletos ofensivos en su contra y en alguna oportunidad inclusive lo emboscaron, pero al salir ileso, redobló su celo y los puso a todos a comer en su mano. Aunque participó en la elección de varios papas y estuvo a punto de ser elegido, se negó a aceptarlo y murió en olor de santidad en Padua, el 18 de junio de 1697 y fue canonizado por Juan XXIII, en 1960. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a san Gregorio Barbarigo que nos ayude a vencer nuestros escrúpulos para ayudar a los más necesitados.