El Santo del día
20 de diciembre
Santo Domingo de Silos
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Oración a Santo Domingo de Silos
Santo Domingo de Silos, ejemplo de fe y humildad, Guía nuestros pasos con tu sabiduría celestial, Enseña con tu ejemplo a amar y perdonar, Fortalece nuestra fe y enséñanos a orar. Tu vida entregada al servicio y la oración, Inspíranos a seguir el camino del perdón, Intercede por nosotros ante Dios con fervor, Protégenos con tu bondadoso amor. Patrono de la paz y la reconciliación, Ruega por nosotros, oh Santo de devoción, Concédenos tu ayuda en toda tribulación, Santo Domingo de Silos, nuestra protección.
Amén.
Don García III, rey de Navarra, apremiado por la carencia de fondos para financiar la guerra que sostenía contra su hermano el rey Fernando I de Castilla, conminó en el año 1040, a sus nobles y vasallos a entregarle parte de sus bienes y la totalidad de sus joyas, pero muchos de ellos que desde antes de que se promulgara la orden ya sabían por dónde iba a llegar el agua al molino, se le adelantaron: escondieron lo que pudieron y se mostraron renuentes a continuar en esa campaña.
Entonces el monarca le puso la mira a los tesoros de las iglesias que –según sus cálculos–, serían suficientes para paliar la dura situación y las cosas estaban saliendo a pedir de boca porque los acobardados párrocos y priores de los conventos, le entregaban todo sin chistar por temor a perder sus vidas, hasta que le tocó el turno al monasterio de San Millán de la Cogolla, en el que irrumpió el monarca con su temible guardia personal, pero antes de que sus esbirros tomasen los cálices, vasos, incensarios y patenas de oro, las arquetas de marfil con las limosnas dentro, las alhajas de las imágenes, las telas preciosas y en general todo lo que había de valor, le plantó cara Domingo de Silos, a la sazón abad de ese cenobio y le dijo temerariamente “Puedes matar el cuerpo y a la carne hacer sufrir, pero sobre el alma no tienes ningún poder. El evangelio me lo ha dicho, y a él debo creer que sólo al que al infierno puede echar el alma, a ese debo temer”. Y a continuación le prohibió tomar los vasos sagrados y lo hizo con tal determinación y autoridad que Don García salió del lugar echando chispas y como retaliación a los pocos días desterró de su reino a Domingo de Silos.
De la familia y la niñez de Domingo de Silos (nacido en la Rioja, España, a finales del primer milenio), poco se sabe, excepto que desde muy temprana edad, pastoreaba rebaños y en la soledad de los apriscos pasaba largas jornadas orando, alabando a Dios y en cuanto le era posible compartía la leche de sus ovejas con los más pobres de la Villa de Cañas, en donde vivía, y esa actitud llamó la atención del párroco de la aldea, que lo invitó a trabajar con él en su iglesia, coyuntura que aprovechó el muchacho de 14 años para aprender a leer y a escribir, lo que le permitió adentrarse en las Sagradas Escrituras especialmente en los Salmos, los evangelios y en los escritos de los Padres de la Iglesia.
De ahí pasó a la filosofía, luego a la teología y con esas bases se convirtió en un extraordinario catequista que en muchas oportunidades predicaba con una evidente unción que no pasó inadvertida para el obispo de Nájera, que lo tomó bajo su protección, completó su preparación y tras ordenarlo sacerdote (cuando Domingo de Silos, apenas contaba 26 años, edad que de acuerdo con los cánones de la época, era prematura para recibir la unción sacerdotal), le dio permiso para dedicarse a la vida eremítica, pero en 1033, al cabo de dos años de soledad y oración decidió ingresar a la orden de los benedictinos en el monasterio de San Millán de la Cogolla.
Allí con su recogimiento, humildad, obediencia y sapiencia, el padre Domingo de Silos, hizo méritos suficientes para ser nombrado al poco tiempo como maestro de novicios, lo cual despertó la envidia de algunos monjes más veteranos que le hicieron la vida imposible y lograron alejarlo al pequeño y abandonado priorato de Santa María de las Cañas, al que llegó con la misión de restaurarlo, objetivo que cumplió con creces en tiempo récord, pues reconstruyó sus instalaciones, pagó todas las deudas, fomentó el cultivo de sus terrenos aledaños, dotó su capilla de ornamentos, vasos sagrados y en poco tiempo, este convento fue autosuficiente en todos los aspectos y ejemplo para las demás casas de la comunidad. Por eso sus superiores lo enviaron de regreso a San Millán de la Cogolla en calidad de abad con autonomía para reformar sus estructuras y devolver al buen camino a los indisciplinados monjes que sin pudor alguno se brincaban la autoridad. Fue en esa época –cuando ya todo marchaba como debía ser–, que el rey de Navarra, García III, lo desterró.
Después de una ardua y solitaria travesía, Domingo de Silos logró llegar a Castilla, en 1041, con la idea de refugiarse en una pequeña ermita de los benedictinos, consagrada a la Santísima Virgen, pero el rey Fernando –hermano y enemigo de García, el de Navarra–, lo recibió con todos los honores, mas no pudo convencerlo para que se quedara como su huésped, entonces le pidió que –con la aquiescencia del arzobispo local–, aceptara el cargo de abad del paupérrimo convento de San Sebastián de Silos, que se caía a pedazos, lo mismo que la moral de los pocos monjes que aún quedaban en ese claustro y aunque renuente en principio, Domingo de Silos aceptó el reto y para convertirlo en la joya más preciada de la arquitectura románica de España, que hoy lleva su nombre: reconstruyó minuciosamente su planta física, sobre unas hermosas columnas en cuyos capiteles los mejores escultores recrearon episodios de la historia del mundo y sus leyendas, imágenes de la naturaleza, escenas mitológicas, personajes y pasajes de la Biblia; restauró la capilla, sus celdas, el refectorio; amplió la biblioteca y consignó en ella los mejores textos sobre ciencia, historia, filosofía, teología y los escritos más notables de la patrística. Convirtió los terrenos circundantes en la despensa que alimentaba el cenobio y alcanzaban sus cosechas para nutrir a todos los pobres de la región.
Al mismo tiempo activó un sorprendente plan de redención de los cristianos esclavizados por los moros en el norte de África y obtuvo la liberación de más de trescientos de ellos, mediante el pago de costosos rescates. Unida a esta ingente labor, Domingo de Silos desplegaba su don de consejo –que era solicitado por nobles y pobres–, su capacidad oratoria y catequética y por gracia divina curaba a todos los enfermos que acudían a él y aún le sobraba tiempo para practicar una vida de oración y ayuno, que sorprendía a todos. Aunque encorvado por el peso de los años y los achaques, no disminuyó su actividad y así lo sorprendió la muerte el 20 de diciembre del año 1072. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a santo Domingo de Silos, que nos dé sabiduría para cumplir cualquier misión que Dios nos encomiende.