El Santo del día
2 de diciembre
Santa Bárbara
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Oración a Santa Bárbara
Santa Bárbara, poderosa protectora, te invoco en mi momento de necesidad y fe. Con tu fortaleza y valentía legendarias, te ruego que me acompañan y defienden en cada paso de mi vida. Santa Bárbara, guerrera de Dios, intercede por mí en momentos de peligro y adversidad. Con tu escudo y espada, protégeme de todo mal y otórgame coraje para superar los obstáculos que enfrentan. Que tu luz divina ilumina mi camino, y que tu ejemplo de perseverancia y fe me inspiran a enfrentar los desafíos con determinación. Santa Bárbara, te encomiendo mis peticiones y te agradezco por tu constante protección.
Amén.
La rabia de Dióscoro iba en aumento porque en Nicomedia su reputación estaba por el suelo debido a la desobediencia de su hija Bárbara, que contra viento y marea, se empecinaba en sostener su fe cristiana y su vergüenza era mayor, por el hecho de que en la ciudad tenía fama de ser el defensor más fanático de los dioses paganos a los que ofrendaba sacrificios semanalmente y como ella se negaba sistemáticamente a hacer lo mismo, se sentía humillado hasta la médula, por lo cual después de que él mismo, la presentara a los tribunales y los jueces la condenaran a la decapitación, (porque no pudieron someterla mediante torturas y vejaciones inimaginables de las que siempre salía ilesa), pidió autorización para ser su ejecutor y tras serle concedido ese dudoso privilegio, la condujo a una colina cercana a Nicomedia, seguido de una turba iracunda que pedía a gritos su muerte y con ínfulas de vencedor, el desalmado padre le cercenó la cabeza de un tajo. Sin asomo de compasión, dejó abandonado el cadáver y comenzó el descenso entre los vítores de la morbosa muchedumbre, pero no había caminado más de quinientos metros, cuando del cielo azul y sin nubes, se descolgó un alucinante rayo que con puntería de francotirador, dejó muerto en el acto a Dióscoro y el trueno apocalíptico que siguió a la centella, dispersó a la multitud despavorida y arrepentida. En los días siguientes las conversiones se multiplicaron.
Bárbara (nacida a principios del siglo III, en Nicomedia, Asia Menor), era una hermosa joven cuyo padre Dióscoro, alto funcionario de la administración romana y uno de los custodios más celosos de las tradiciones paganas, quería a toda costa imponerle sus creencias, pero la hermosa e inteligente muchacha lo cuestionaba sobre la legitimidad de esos dioses a los que calificaba de burdas hechuras humanas. Esa actitud altanera –según Dióscoro–, no podía tolerarla, pues menoscababa su influencia social, por lo que castigó a Bárbara, encerrándola en una confortable torre para alejarla de las miradas de todos y especialmente del alud de pretendientes de toda laya que la querían por esposa. Dado que Dióscoro tenía reservada a Bárbara, para pactar –mediante el matrimonio–, alguna ventajosa alianza política al más alto nivel del imperio y como la consecución de ese objetivo, estaba supeditada a una esmerada educación a la usanza de la corte, sólo permitía el ingreso de los más calificados preceptores de Nicomedia, entre los cuales –al parecer–, se coló un piadoso cristiano –discípulo del sabio Orígenes–, que no solamente le aclaró sus inquietudes sobre los ídolos paganos sino que la evangelizó y al poco tiempo –subrepticiamente– Bárbara se bautizó y se adentró en las Sagradas Escrituras y en el misterio de la Trinidad.
Como no podía exponer públicamente su fe, decidió (aprovechando la ausencia de su padre que cumplía una misión del estado en otra provincia romana), agregar una tercera ventana a las dos ya existentes en la torre, para completar la representación del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y así se lo aclaró al iracundo Dióscoro, cuando a su regreso, le pidió explicaciones y para que no quedaran dudas, Bárbara se declaró cristiana, y por lo tanto le recalcó que jamás aceptaría a ningún esposo diferente a Cristo.
En el año 235, el desesperado Dióscoro, que no pudo persuadirla, ni inducirla y mucho menos disuadirla, la maltrató físicamente hasta dejarla de cama, pero la obstinada Bárbara aceptaba todo en silencio con una dignidad desafiante que exacerbaba aún más a su atormentado padre, quien impotente ante el coraje de la doncella, que apenas contaba 18 años, optó por denunciarla ante los tribunales y durante el juicio, Bárbara defendió con tal brillantez su condición de cristiana, que buena parte del auditorio se bañó en llanto y se convirtió, pero no logró ablandar la dureza de los jueces, que la mandaron a azotar, luego la revolcaron en una cama de cerámicas cortantes, le cercenaron los senos y la arrojaron a una oscura mazmorra de la que la sacaron sana al otro día y entonces los magistrados le aplicaron otra tanda de suplicios que no le hicieron mella a Bárbara.
Así las cosas, ordenaron su decapitación y Dióscoro para enjuagar su reputación, se ofreció de verdugo y una vez consumada su misión, un rayo le cobró el demencial filicidio. Santa Bárbara fue elevada a los altares por el papa Pío V, en 1568. Por eso hoy 2 de diciembre, día de su festividad, pidámosle a santa Bárbara, que nos preserve de los rayos de la intolerancia religiosa.