El Santo del día
31 de octubre
San Quintín
Oración a San Quintín
Oh San Quintín, mártir valiente y devoto, Que en la fe enfrentaste un cruel destino, Tu valentía y amor son un gran motivo, Hoy acudimos a ti, en humilde coro. En medio de la persecución sin igual, Mantuviste tu fe con firmeza espiritual, Intercede por nosotros, oh santo ejemplar, Para que en nuestra vida haya luz celestial. San Quintín, mártir de la fe y el valor, En tu testimonio encontramos un gran ardor, Ruega por nosotros con tu fervor, Para que en nuestra fe, alcancemos el Salvador.
Amén.
Las prodigiosas curaciones obtenidas mediante la imposición de manos y las tumultuosas conversiones producidas por sus elocuentes sermones, eran la comidilla de los habitantes de Amiens, la envidia de los sacerdotes paganos cuyos arcas y templos estaban vacíos y el dolor de cabeza de las autoridades que se sentían impotentes para mantener el orden público ante el creciente flujo de visitantes que llegaban a la ciudad buscando al predicador Quintín, para que les devolviera la salud y la paz espiritual. Dado el carácter levantisco de la población y lo volátil de la situación, los funcionarios locales le pidieron a Diocleciano que nombrara un prefecto con amplios poderes y suficientes soldados para contener la creciente secta cristiana que amenazaba la estabilidad religiosa y política de la región.
Entonces el emperador romano envió a Ricciovaro, un rudo y cruel militar que al llegar desató una feroz persecución contra los cristianos a los que odiaba visceralmente. Como la presa más codiciada era el predicador Quintín, lo apresó y en el interrogatorio le preguntó que por qué, siendo hijo del prestigioso senador Zenón, traicionaba a sus dioses lares, a los que acusaba de ídolos falsos y pregonaba el evangelio de esa nueva secta que proclamaba a Jesús, como el único Dios verdadero; y Quintín, valientemente, se reafirmó en sus creencias, entonces Ricciovaro, lo mandó a azotar, luego fue aherrojado con pesados grilletes y encerrado en una lóbrega mazmorra. Hacia la medianoche se iluminó la celda, descendió un ángel que lo libró de las cadenas y lo transportó a la plaza principal, la que se llenó al día siguiente para escuchar el más emotivo sermón de su vida y sus palabras lograron la conversión y bautismo de miles de personas.
Quintín nacido en Roma a mediados del siglo III, era hijo de un prominente senador romano y por lo tanto su educación fue consecuente con su condición de noble, pero cuenta la tradición, que desde muy joven, adhirió a la fe cristiana en la que descolló por su piedad, mansedumbre y cálida oratoria que atrajeron la atención de varios obispos, entre los cuales el futuro papa san Cayo (sobrino de Diocleciano), quien al subir al trono de san Pedro, en el año 283, le asignó el papel de predicador que desempeñó con devoción en Roma, pero su deseo de ser misionero se impuso y con el permiso del pontífice, viajó a las Galias y mientras su compañero san Luciano evangelizaba en Beauvais, Quintín se quedó en Amiens, en donde recogió una enorme cosecha de conversiones apuntalada en su verbo encendido de amor por Jesús Crucificado, en su proverbial misericordia para con los desvalidos, en la expulsión de demonios, en las curaciones prodigiosas y toda suerte de milagros, hechos que fueron minando el culto de los dioses romanos, las rentas de sus templos y la credibilidad de sus sacerdotes, que protestaron ante las autoridades locales que también estaban encartadas con los cristianos y en ese escenario apareció Ricciovaro.
Luego de que fuera descubierto predicando en la plaza principal tras su fuga de la cárcel, a Quintín lo apresaron de nuevo y dada la experiencia anterior, lo sometieron –según el testimonio de varios hagiógrafos, entre los cuales, san Gregorio de Tours–, a los más crueles tormentos: lo azotaron y sobre sus carnes abiertas vertieron aceite hirviendo, lo descoyuntaron, le hicieron beber cal viva mezclada con vinagre y ninguno de estos suplicios doblegó su espíritu ni afectó su cuerpo –porque las heridas se restañaban al instante– y como tal sevicia despertó la ira y la admiración de los espectadores, hubo conatos de rebelión, entonces en previsión de una posible revuelta, Ricciovaro, optó por llevárselo consigo a la ciudad de Vermandois (que actualmente se llama san Quintín). Allí redobló las torturas y como Quintín no emitía queja alguna y por el contrario, oraba, cantaba y alababa a Dios todo el tiempo, ordenó que lo decapitaran, ejecución que se cumplió el 31 de octubre del año 287 y a su cuerpo lastrado con pesadas plomadas, lo arrojaron al lecho del río Somme. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Quintín, que no nos deje acobardar cuando proclamando el evangelio, nos encontremos en peligro.