El Santo del día
21 de diciembre
San Pedro Canisio
Oración a San Pedro Canisio
Oh glorioso San Pedro Canisio, fiel servidor de Dios y defensor incansable de la fe católica, te pedimos tu intercesión y ayuda en nuestros momentos de necesidad. Tú, que con tu sabiduría y elocuencia, llevaste el mensaje de Cristo a muchos corazones, ayúdanos a vivir nuestra fe con fervor y entrega. Concédenos tu valentía para proclamar la verdad del Evangelio en un mundo que necesita luz y guía. Que tu ejemplo de amor por la enseñanza y la evangelización nos inspire a ser instrumentos de paz y unidad. San Pedro Canisio, modelo de rectitud y devoción, ruega por nosotros para que, siguiendo tus pasos, podamos vivir una vida plena conforme a la voluntad de Dios
Amén.
Era un secreto a voces, pero ningún clérigo osaba enfrentarlo, porque con su investidura, el todopoderoso arzobispo de Colonia, Herman von Wied, atemorizaba a todos, incluidos algunos cardenales y así las cosas podía nadar entre católicos y protestantes sin mojarse. Dada su actitud, los luteranos estaban ganando terreno y con el paso de los meses se fue haciendo más evidente y descarada su inclinación hacia las huestes de Lutero. Cuando la situación se hizo insostenible y llegó a sus oídos, el papa, Pablo III miró en todas las direcciones y como no encontraba a alguien digno de asumir la vocería de la Iglesia, le preguntó a Ignacio de Loyola y el fundador de la Compañía de Jesús le recomendó a un joven diácono de 24 años, el teólogo Pedro Canisio, que asumió su tarea con madurez inusitada y con elocuente contundencia volvió trizas los argumentos del prelado rebelde, ante el arzobispo de Lieja, Jorge de Austria, delegado del pontífice, y el rey de España y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos V, quienes depusieron al taimado arzobispo de Colonia, sin contemplación. Ese fue el bautismo de fuego del jesuita Pedro Canisio, el teólogo más eximio del siglo XVI.
Peter Kanis (nacido el 8 de mayo de 1521, en Nimega, Holanda), quedó huérfano de madre a muy temprana edad, pero tuvo la fortuna de que la nueva esposa de su padre –que era alcalde de la ciudad–, lo criara con afecto y preclara devoción cristiana, lo que incidió profundamente en su personalidad, pues aunque su dedicación al estudio le permitió graduarse, a los 19 años, con honores como maestro de artes (que en esa época abarcaba el dominio del latín, retórica, literatura, oratoria, filosofía y derecho civil), su gran sueño era abrazar la vida religiosa y por eso se especializó en teología, lo que le facilitó el ingreso a la Compañía de Jesús, en mayo de 1543, cuando apenas contaba 22 años y durante su noviciado en Maguncia se concentró en el estudio de las Sagradas Escrituras, en toda la doctrina eclesial y en los textos de los Padres y Doctores de la Iglesia y con ese arsenal, logró la deposición del arzobispo de Colonia.
Al regresar de esa misión, Pedro Canisio, –nombre latino con el que ya se le conocía dentro de la Orden– fue ordenado sacerdote en 1546, e inmediatamente le asignaron el cargo de teólogo de cabecera del cardenal Otto Truchsess von Waldburg, a quien asesoró en la primera etapa del Concilio de Trento y dos años después, Ignacio de Loyola lo tomó a su cargo en Roma, le completó su formación espiritual, le auspició la culminación del doctorado en teología y de una vez lo envió a Alemania a sofocar el fuego herético de Martín Lutero, que estaba consumiendo a la Iglesia católica y el padre Pedro Canisio se encargó de apagar el incendio. ¡Y de qué manera!
Pedro Canisio se estableció en Baviera y allí fue decano, rector y vicecanciller de la Universidad de Ingolstadt y aparte de la eminente labor académica, se ocupó de reevangelizar a los bávaros que estaban impregnados de protestantismo. Al cabo de algunos años recaló en Viena, ciudad en la que rehusó el obispado, pero administró la diócesis durante algún tiempo y al entregar el cargo, amplió su radio de acción por toda Alemania: en su condición de superior provincial de ese país aprovechó para abrir colegios y seminarios por doquier, catequizar a pie en todas la regiones (se calcula que en su vida caminó más de 30 mil kilómetros evangelizando) y al mismo tiempo enfrentó a los luteranos en las Dietas, que eran las asambleas en las que deliberaban sobre la controversia católica-protestante de Worms, y las dos de Augsburgo en las que se confrontó con los teólogos más conspicuos de sus adversarios a los que invariablemente apabulló (por eso a san Pedro Canisio, lo llamaron el martillo de los herejes), con sus profundos y determinantes argumentos para demostrar la legitimidad de la Iglesia católica.
Remozó el cristianismo de Polonia adonde fue como nuncio apostólico y luego remató su carrera brillantemente en la fase final del Concilio de Trento, en el que apuntaló sólidamente las estructuras de la iglesia para los siguientes cinco siglos y así mismo, escribió una colosal obra en la que no dejó ningún resquicio que pudiera ser aprovechado por los protestantes en sus ataques a la iglesia y prueba de ello son los tres catecismos que redactó: el primero, para estudiantes de teología; el segundo, para los niños y personas sin conocimientos, y el tercero, para estudiantes con conocimientos básicos. También dejó más de 300 sermones plenos de doctrina y misericordia.
A pesar de que una parálisis minó su capacidad siguió dictando sus textos y manteniendo una austera vida de oración y penitencia y así murió el 21 de diciembre de 1597 en Friburgo, Suiza. Fue canonizado y declarado Doctor de la Iglesia, por el papa Pío XI, en 1925 y proclamado “Segundo Apóstol de Alemania”. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Pedro Canisio, que no nos deje dudar nunca de nuestra fe católica.