El Santo del día
6 de diciembre
San Nicolás
Oración a San Nicolás
Oh bondadoso San Nicolás, patrono de los necesitados y ejemplo de caridad, te invocamos con devoción y humildad. Escucha nuestras plegarias y acompañanos con tu intercesión divina, guiándonos por el camino de la generosidad y la compasión. Concédenos tu ayuda en momentos difíciles y fortalece nuestra fe para seguir tu ejemplo de amor incondicional hacia nuestros semejantes. ¡Oh glorioso San Nicolás, ruega por nosotros ante el Altísimo, para que encontremos consuelo y auxilio en ti!
Amén.
Intempestivamente el enjambre de bombarderos atravesó la espesa capa de nubes y los transeúntes de la ciudad de Bari huyeron despavoridos, mientras desde el cielo, estrepitosamente se desgranaban las aterradoras bombas y en la desbandada se empujaban tratando de ingresar a los refugios, a los edificios, a las iglesias y se olvidaban de sus compañeros, de sus parejas, de sus hijos, aturdidos por el estruendo de los aviones, el fragor de los explosivos y los aullidos de dolor de quienes caían desmembrados o quedaban sepultados por las construcciones que cedían al impacto de los proyectiles. En medio de la confusión un niño que corría tomado de la mano de su mamá, se soltó y la polvareda levantada por las edificaciones desvencijadas lo envolvió, dejándolo fuera de la vista de su madre que desesperada avanzó temerariamente hasta el sitio en el que lo vio por última vez y como no lo encontró, desafiando la lluvia de fuego, recorrió buena parte de la ciudad hasta que presa de la impotencia se derrumbó en una acera y llorando desconsoladamente le encomendó su pequeño a san Nicolás de Bari: le pidió con fe inquebrantable, que lo protegiera y lo trajera de vuelta.
Al cabo de un buen rato cesó el estallido de las bombas y se fue apagando el eco de los estridentes aeroplanos. Vencida por la congoja, emprendió el regreso a casa y al llegar, en el quicio de la puerta semiderruida, la esperaba sentado apaciblemente su hijo de siete años quien después de desprenderse del interminable y cálido abrazo al que lo sometió la exultante mujer, le contó que san Nicolás de Bari (cuya imagen le era muy conocida porque a menudo visitaba con su madre el templo en donde reposan los restos del santo patrono de esa ciudad), se le apareció en el momento en que la nube de polvo lo cubrió, le dijo que no tuviera miedo, lo sacó de allí y tomados de la mano se fueron caminando tranquilamente sin que para ellos hubiese el menor indicio del bombardeo más cruento que sufrió Bari, durante la Segunda Guerra Mundial.
San Nicolás (nacido alrededor del año 270, en Licia, actual Turquía), provenía de una familia adinerada, que le proporcionó la educación consecuente con su condición social, pero afincada en una profunda devoción cristiana por lo que desde pequeño salía a buscar a los desamparados y les llevaba comida, ropa y consuelo. En la medida en que crecía se entregaba con mayor ardor a la causa de los pobres y al morir sus padres, la cuantiosa herencia recibida la repartió entre los desvalidos, abrazó la vida religiosa y dirigido por un tío suyo que era obispo adelantó los estudios correspondientes y luego de ser ordenado sacerdote por su pariente se retiró a un monasterio en el que pulió su ascetismo con oración, ayuno y silencio.
Cuando completó su ciclo de aprendizaje monástico peregrinó a Tierra Santa y luego de varios años de permanente contemplación en los lugares sagrados viajó a Mira, ciudad a la que llegó de incógnito y directamente al templo a orar. Y dice su biógrafo, san Metodio, arzobispo de Constantinopla, que los obispos, sacerdotes y diáconos de la ciudad que estaban reunidos barajando nombres para suceder a su obispo recién muerto y en vista de que no se ponían de acuerdo, tras una larga deliberación, habían optado por imponerle la mitra al primer sacerdote –diferente a los concurrentes–, que cruzara el umbral. En ese momento entró Nicolás, quien a pesar de que se resistió en principio, fue consagrado como obispo de la ciudad de Mira.
Fue el mayor acierto de los padres conciliares, porque Nicolás se ganó en poco tiempo, el respeto del clero y el afecto de sus feligreses por su bonhomía, dado que a todos atendía, consolaba, guiaba y mediante sus sentidos y sencillos sermones, le arrebataba los creyentes a los dioses paganos. Por eso fue encarcelado pero recobró su libertad cuando el emperador Constantino ascendió al trono; Nicolás continuó haciendo milagros a granel como el de los 3 generales que habían sido injustamente condenados a muerte y Nicolás se le apareció en sueños al emperador, le demostró que eran inocentes y al otro día fueron liberados, o el de las tres muchachas pobres que no podían casarse por falta de dote y Nicolás hizo aparecer bolsas llenas de monedas de oro que luego les lanzó a través de las chimeneas de sus casas, con el fin de que no se enteraran de donde procedían las donaciones. De ahí nació la leyenda de santa Claus –nombre abreviado de Nicolás–, ingresando por las chimeneas con los regalos navideños.
Pero su gran amor y preocupación fueron los niños pobres a los que siempre socorría, alimentaba, protegía y en Navidad dejaba en sus ventanas dulces, hojuelas, tortas y figuritas de barro. Como su muerte ocurrió el 6 de diciembre del año 345, ese hecho dio lugar a la tradición según la cual, san Nicolás, volvía en esa fecha para repartir regalos a todos los niños del mundo. En oriente es venerado como san Nicolás de Mira (pues fue allí en donde ejerció su ministerio), pero en occidente es conocido como san Nicolás de Bari, porque al ser tomada la ciudad de Mira por los musulmanes, un grupo de piadosos católicos, logró sacar los restos de san Nicolás y entró con ellos en solemne procesión a la ciudad de Bari, el 9 de mayo de 1080 y desde entonces es el santo patrono de la ciudad. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Nicolás, que nos enseñe a ser generosos con los niños y a protegerlos siempre.