El Santo del día
18 de diciembre
San Modesto
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Oración a San Modesto
Señor, que has hecho de tu creación, un reflejo de tu infinita belleza y bondad, al hombre a tu imagen y semejanza, a quien lo pones como modelo, a San Modesto, para venerarlo porque haces de milagros por su intercesión cuando se lo pedimos. Por ello mediante tu siervo San Modesto te rogamos nos concedas ser restauradores de la iglesia moderna a quien tus hijos correspondan a tu amor. Te pedimos nos des la perseverancia de la fe que el enseño con su palabra y camino de ejemplo.
Amén.
Con la complicidad de la densa oscuridad, Modesto –prior del monasterio de san Teodosio– se coló por entre las filas enemigas, taloneó su montura y a galope tendido se encaminó hacia Jericó, en donde acampaba una fuerte guarnición romana a la que esperaba comprometer en la defensa de Jerusalén, que ya llevaba varios meses sometida al cerco del ejército del rey persa Cosroes II, pero aunque adelantó todas las gestiones que le había encomendado el patriarca de Jerusalén, Zacarías, no logró que las tropas se pusieran en movimiento inmediatamente, aunque recibió la promesa de que irían lo más pronto posible y con ese mensaje emprendió el retorno a Sión, a mediados del año 614, pero cuando llegó, encontró la ciudad devastada: los templos, monasterios y santuarios católicos en ruinas, miles de cristianos –entre los cuales el venerable obispo Zacarías– deportados a Persia y otro tanto, asesinados por los esbirros del monarca persa. Al contemplar la trágica escena, se sintió conmovido, pero lleno de fervor religioso, prometió reconstruirlo todo para la gloria de Dios. Y puso manos a la obra, aunque el peligro continuaba acechando a los cristianos, porque Cosroes II, en connivencia con un fuerte grupo de judíos recalcitrantes, quería extirpar todo lo que tuviera que ver con Cristo.
Modesto, de cuyos orígenes no existe ninguna información fehaciente, nació –al parecer–, en Jerusalén, en la segunda mitad del siglo VI y muy joven ingresó al monasterio de san Teodosio; dada su disposición y entrega a la oración, el ayuno y la penitencia, se ganó el respeto y la admiración de sus compañeros y de las autoridades religiosas de Jerusalén, que paulatinamente lo fueron involucrando en la organización eclesial y el patriarca Zacarías depositó en él, buena parte de la carga administrativa de la diócesis, y por eso cuando el rey Cosroes II de Persia, arrasó con las posesiones y vidas cristianas, se dio a la tarea de reconstruir los templos y santuarios.
Para el efecto, recolectó ayudas dentro de la misma comunidad y obtuvo donaciones de las iglesias de Bizancio, Damasco, Antioquía, Alejandría (de donde Juan el Limosnero, su Patriarca, le envió mil obreros, mil mulas, mil sacos de trigo, mil sacos de otros granos, mil barriles de pescado, mil ánforas de vino y mil láminas de hierro), material con el que emprendió la restauración de la Basílica del Santo Sepulcro, la Iglesia de la Resurrección, la Anástasis, la Iglesia de la Cruz, la Basílica del Martirio, la Capilla del Calvario y en todas respetó las estructuras originales. Pero todavía quedaba mucho por hacer.
En el 628, el emperador bizantino, Heraclio, llegó a las inmediaciones de Jerusalén respaldado por un imponente ejército con el que enfrentó a Cosroes II, que tuvo que capitular, rendirle vasallaje, retirarse a sus dominios y lo obligó a devolverle la Veracruz –la cruz verdadera sobre la que crucificaron a Jesús–, que había tomado de la basílica del Santo Sepulcro, como parte del botín y la utilizaba de escabel y con ella, entró en procesión triunfal a la ciudad santa, que todavía mostraba las secuelas de la invasión persa y admirado por el trabajo de reconstrucción que hacía Modesto, con el apoyo de la comunidad, lo nombró patriarca de Jerusalén, porque Zacarías, había muerto en el exilio y le asignó un generoso auxilio para proseguir con su colosal obra, la cual redondeó Modesto, construyendo nuevos monasterios e iglesias, refaccionando las más pequeñas y olvidadas, reverdeciendo la piedad de los feligreses y adelantando una ardua y vehemente evangelización, cuyos frutos fueron abundantes.
No obstante, aún quedaban obras inconclusas y por eso, Modesto siguió recabando fondos para terminarlas y justamente, el 18 de diciembre del año 634, cuando retornaba a Jerusalén, con una apreciable cantidad de oro que le habían donado en Damasco, se detuvo a pernoctar en Sozón –población fronteriza de Palestina– y algunos miembros de la guardia que le habían asignado para proteger el precioso metal, lo envenenaron y allí murió. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Modesto, que nos dé aliento para reconstruir nuestra fe, todos los días.