El Santo del día
19 de enero
San Macario de Alejandría
Oración a San Macario de Alejandría
Oh San Macario de Alejandría, ejemplo de humildad y sabiduría, Tu vida consagrada a la oración y a la virtud, En el desierto, encontraste la paz en la penitencia y la alabanza, Guiado por el Espíritu Santo, mostraste tu gratitud. Enfrentaste las tentaciones con fe inquebrantable, Consejero sabio, amable y compasivo, Enseñaste la senda de la humildad inmutable, Tu vida, un testimonio de lo verdadero y efectivo. Oh glorioso San Macario, fiel a Dios y a su llamado, Enseñaste el valor de la humildad y la perseverancia, Intercede por nosotros, déjanos iluminados, Que sigamos tu ejemplo, en fe y esperanza. Por tu intercesión, guíanos en la senda de la santidad, Que en la oración y la virtud encontremos plenitud, San Macario, protector y modelo de humildad, Ruega por nosotros, en nuestra búsqueda de rectitud.
Amén.
Acuciado por el deseo de perfeccionar la rigurosidad de su disciplina diaria, el ermitaño Macario de Alejandría se disfrazó de campesino y emprendió el camino hacia el monasterio de Tabennisi, que tenía fama de ser el claustro más severo e inflexible del incipiente movimiento monacal y por lo tanto quienes fueran capaces de adaptarse a la inclemencia de sus preceptos podrían dominar sus debilidades y alcanzar el ideal de la vida eremítica, pero sus esperanzas se desvanecieron porque –quien lo recibió–, el abad Pacomio, consideró que su edad y apariencia daban la impresión de que no podría soportar tal austeridad. Entonces, Macario de Alejandría se sentó en las afueras y durante siete días oró en profundo silencio mientras desde adentro lo observaban atentamente; al terminar la semana, el mismo san Pacomio le permitió entrar –temporalmente–, pero le advirtió que tenía las mismas obligaciones de los demás: disposición para soportar toda suerte de mortificaciones corporales, obediencia absoluta, oración constante y trabajo sin descanso.
Justamente su llegada coincidió con el comienzo de la cuaresma, lapso en el que los monjes estaban obligados a ayunar la mayor cantidad de días posibles y ninguno pasaba de cuatro, sin probar alimentos, pero a pesar de su aparente fragilidad, Macario de Alejandría ayunó los cuarenta días –solo comía un pequeño manojo de yerbas y dos sorbos de agua los domingos– y mientras oraba sin pausa, trabajaba de sol a sol fabricando cestos. Al finalizar este período de prueba, los asombrados anacoretas, le pidieron al abad Pacomio que lo retirara de la comunidad porque a juicio de todos, el extraordinario ejemplo del desconocido ermitaño desanimaría al resto que no sería capaz de emularlo y por lo tanto muchos abandonarían el monasterio. Acosado por sus subalternos, pero regocijado por el santo que Dios le había enviado, Pacomio no sabía si acogerlo o enviarlo de vuelta a su gruta; entonces mediante la oración pudo dilucidar el asunto, pues en sueños le fue revelada la identidad del extraño eremita y al saber que era Macario de Alejandría, le dijo que allí no aprendería nada y por el contrario desde su retiro podría ayudar al crecimiento de muchos. Así las cosas, Macario de Alejandría emprendió el regreso y desde ese momento se convirtió en el faro del desierto monástico de Egipto.
Macario nació en Alejandría, en el año 300 y orientado por su madre se inclinó desde muy temprano hacia la oración y el silencio, pero la necesidad de aportar a la precaria economía familiar lo indujo a trabajar como pastelero; aunque la profesión era lucrativa, pudo más su sed de Dios y antes de cumplir los 30 años se retiró al Alto Egipto y allí en el desierto de la Tebaida, comenzó su vida de ermitaño de la mano de san Antonio Abad, quien por esa época se encontraba en ese sitio compartiendo con san Pablo Ermitaño, decano de los anacoretas de la región. Una vez adquiridas las bases necesarias Macario de Alejandría se trasladó al Bajo Egipto y se instaló en una gruta del desierto de Celles, en donde se impuso una disciplina tan drástica que –de acuerdo con su biógrafo el monje Paladio–, ni los más experimentados eremitas se le medirían: durante siete años solo comió raíces amargas, una vez al día, acompañadas de dos sorbos de agua y en los tres años siguientes su dieta consistió en tres onzas diarias de pan untadas de aceite; trabajaba en la tierra o confeccionando cestos sin descansar un solo instante; por la noche, después de orar de rodillas sobre un lecho de ásperas piedras hasta la madrugada, se acostaba en él y antes de despuntar el sol, Macario de Alejandría ya estaba de nuevo orando.
Su ejemplo de vida atrajo a muchos monjes que se acomodaban en cuevas cercanas o construían sus propias celdas independientes esparcidas en ese erial y Macario de Alejandría –después de ser ordenado sacerdote a pesar de que se consideraba indigno de ese honor– los guiaba y se reunía con ellos para celebrar la eucaristía los fines de semana.
Cuenta su biógrafo, el monje Paladio, que aunque la vida espiritual de Macario de Alejandría era admirable, él se sentía inútil y por eso decidió viajar a Roma, para dedicarse a cuidar enfermos y atender a los más abandonados, pero cuando estaba a punto de partir, entendió que su decisión no era más que un secreto deseo de que se le reconociera su virtud y santidad, entonces para expiar su pecado de soberbia, se echó al hombro dos sacos de arena y con ellos caminó veinte días por el desierto, sin descansar, hasta que sintió que había vencido su vanidad. En adelante se retrajo mucho más; no obstante, la fama de su santidad llegó a oídos de Lucio el obispo arriano de Alejandría, que lleno de envidia lo desterró a una pequeña isla del delta del Nilo, en compañía de Macario el Viejo –otro de los padres del desierto, con el que Macario de Alejandría sostenía desde hacía muchos años una relación de amistad y consejería espiritual– y entre ambos catequizaron a todos sus habitantes.
Al enterarse el obispo Lucio de lo que habían hecho, los devolvió a sus grutas y en la suya san Macario de Alejandría, continuó siendo el faro del desierto monástico de Egipto, hasta que a los 94 años se apagó, en el año 394. Por eso hoy 19 de enero, día de su festividad, pidámosle a san Macario de Alejandría, que nos ayude a dominar nuestra soberbia espiritual.