El Santo del día
28 de octubre
San Judas Tadeo
Oración a San Judas Tadeo
Oh San Judas Tadeo, apóstol y amigo fiel, Patrono de las causas difíciles, en ti ponemos nuestro anhelo, Tu intercesión es un regalo del cielo, En momentos de tribulación, eres nuestro consuelo. Con humildad y devoción, te pedimos tu ayuda, En nuestras luchas y penas, en ti encontramos la luz, Intercede por nosotros, oh santo de gran virtud, Para que en nuestra fe, siempre encontremos la paz. San Judas Tadeo, ejemplo de fortaleza y amor, En tu nombre confiamos, en ti hallamos fervor, Ruega por nosotros ante el Señor, Para que alcancemos la gracia y el favor.
Amén.
Por fin llegaron a Babilonia y abismados por la dejadez religiosa de sus habitantes, Judas Tadeo y Simón, se dieron a la tarea de evangelizar al pueblo y era tal la unción de su mensaje que las conversiones se multiplicaban, se realizaban diariamente bodas masivas; a los muertos –que antes abandonaban a la buena de Dios en los bosques– los enterraban según los preceptos de la Iglesia, predicaban en las calles, en las casas; en fin, en todas partes y a cualquier hora. Este fenómeno no pasó desapercibido para el rey Acab, que mandó a traer a su presencia a los dos apóstoles, quienes con su elocuencia lo convencieron y terminaron bautizándolo a él y a toda su familia. Ya con su permiso, pudieron moverse a sus anchas por todo el reino y la Buena Nueva del Evangelio se esparció como espuma por toda Persia, pero cuando llegaron a la sibarita ciudad de Suamir, las cosas cambiaron porque los sacerdotes paganos Zaroes y Arfaxat, en previsión de la tormenta que se avecinaba, los detuvieron.
A Judas Tadeo lo nombran en los evangelios de Mateo y de Marcos, simplemente como Tadeo, y en el de Lucas y en los Hechos de los Apóstoles, lo llaman Judas de Santiago, denominaciones que son un evidente esfuerzo de los evangelistas para alejarlo del estigma de ser confundido históricamente con Judas Iscariote, el apóstol que entregó a Jesús al Sanedrín. Tal vez por eso siempre mantuvo un bajo perfil y su única intervención como apóstol fue en la Última Cena, en la que según el versículo 22 del capítulo 14, del evangelio de san Juan: “Judas, no el Iscariote, sino el otro, le preguntó: ‘Señor, ¿cómo es que te has de manifestar a nosotros y no al mundo?’ Jesús le contestó: ‘El que me ama guardará mi doctrina, mi Padre lo amará y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él’.”
Después de este episodio y de su participación en Pentecostés, Judas Tadeo predicó el evangelio en Galilea y Judea. Se adentró en Asia: recorrió en compañía del otro apóstol Simón, Mesopotamia, se detuvo en Siria, luego pasó a Edesa –en donde curó milagrosamente al rey Agbar– y luego fue a Babilonia. Siempre llegaban a los pueblos precedidos de su fama de santos, de su piedad y de los milagros que dejaban a su paso y por eso al arribar a Suamir, los sacerdotes paganos los apresaron y el pueblo azuzado por ellos la emprendió a pedradas contra estos santos que, en medio de la lapidación, alababan, glorificaban a Dios, predicaban con valentía la resurrección y se negaban tozudamente a adorar a los dioses de la ciudad y por eso fueron condenados a muerte: a Simón le cortaron el cuerpo por la cintura con una sierra y a san Judas Tadeo, le aplastaron la cabeza con una maza y luego lo decapitaron, esto ocurrió dice la tradición, el 28 de octubre del año 70, de nuestra era. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Judas Tadeo, que nos enseñe, a entregarnos, como dice en su carta apostólica que –aparece en el Nuevo Testamento–: “Al único Dios, nuestro Salvador, que es poderoso para guardarnos sin pecado y presentarnos intachables ante su gloria con alegría”.