El Santo del día
12 de noviembre
San Josafat, Obispo y Mártir
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Oración a San Josafat, Obispo y Mártir
Oh San Josafat, valiente defensor de la unidad de la Iglesia y apóstol de la paz, te imploro humildemente que intercedas por mí ante el trono de la gracia divina. Tú, que diste tu vida por la unidad de la Iglesia, ayúdame a superar las divisiones y conflictos en mi vida y en mi comunidad. San Josafat, modelo de humildad y sacrificio, enséñame a amar a mi prójimo como a mí mismo ya buscar siempre la paz y la armonía. Concédeme la gracia de ser un instrumento de la unidad en mi familia, en mi trabajo y en mi parroquia. San Josafat, mártir valiente, dame la fuerza y la valentía para enfrentar las dificultades y los desafíos con fe y perseverancia. Ayúdame a seguir el camino de la verdad y la justicia, incluso si eso significa sacrificio. San Josafat, ruega por mí y por todos los que te invocan, para que podamos experimentar la paz y la unidad que vienen de Dios.
Amén.
Cuando Benjamín Rutsky fue nombrado Metropolitano de Kiev, el padre Josafat lo acompañó a su entronización y aprovechó la coyuntura para visitar el célebre monasterio de las Cuevas de Kiev, que tenía la fama de ser uno de los claustros religiosos más austero y respetuoso de la regla benedictina y se llevó tamaña sorpresa porque de su proverbial recogimiento sólo quedaba el nombre, dado que ahora estaba habitado por 200 frailes, que eran de todo, menos, monjes de clausura. Al darse cuenta de su presencia le enviaron como comité de recepción, una jauría de feroces dogos, que se lanzaron contra el padre Josafat, pero él no se intimidó: simplemente se detuvo, levantó su mano los bendijo e inmediatamente estos perros, utilizados habitualmente para la caza y la defensa, se detuvieron y mansamente se echaron a sus pies; así las cosas, los airados religiosos se vieron impelidos a recibirlo. Sin arredrarse, pasó por en medio de las rechiflas de los frailes, que armados con aperos de labranza amenazaban con quitarle la vida y arrojar su cadáver al río Dnieper y avanzó dignamente hasta donde lo esperaba el hostil prior, quien a regañadientes, le permitió dirigirse a los encolerizados cenobitas que se calmaron, guardaron silencio y entonces el padre Josafat, aprovechó para reconvenirlos por su conducta y les habló con tal unción, que la mayoría se arrepintió de su vida licenciosa y le prometió enmendarse.
Juan Kunsewicz nació en Volinia, Ucrania, en 1580, en el seno de una familia ortodoxa, por la época en la que se firmó la “Unión de Brest” (declaración mediante la cual, buena parte de la iglesia ortodoxa ucraniana reconocía la primacía del papa sobre toda la cristiandad), lo que exacerbó el fanatismo de un grupo del clero de tradición oriental y de sus seguidores. En medio de esa batahola, su familia se trasladó a Vilna, en donde recibió su educación básica y se colocó, a los 15 años, como empleado en una tienda de telas en la que en sus ratos libres –para aclarar su confusión en torno a esa disputa religiosa sin sentido– se dio a la tarea de escrutar las Sagradas Escrituras y la historia eclesial, hasta que llegó a la conclusión de que tenían la razón los que se habían adherido al rito romano (pero creía necesaria la conservación de las formas de la liturgia eslava) y para lograr la unión de las dos vertientes religiosas, renunció a su trabajo e ingresó en 1601, al Monasterio de la Santísima Trinidad de Vilna, que seguía la regla de san Basilio y con el nombre de Josafat, accedió al diaconado y luego de completar sus estudios de filosofía y teología recibió, en 1609, la ordenación sacerdotal e inició su cruzada por la unificación de las iglesias con encendidos y profundos sermones que inclinaron la balanza hacia la adhesión de la mayoría de los feligreses al obispo de Roma y ello caldeó los ánimos de los ortodoxos fundamentalistas.
Tras el nombramiento de su amigo Benjamín Rutsky, como metropolitano de Kiev, Josafat lo reemplazó en el cargo de Archimandrita –que equivale al título de abad– de Vilna. En 1617, asumió el obispado de Vitebsk y a los pocos meses lo consagraron arzobispo de Polotsk. En ambas jurisdicciones episcopales desarrolló una labor titánica: reformó el clero amoral, construyó muchas iglesias, erigió varios monasterios y no solo reverdeció la fe de los fieles, sino que a la vuelta de tres años la mayor parte de la población y el clero de Ucrania, ya eran católicos apostólicos romanos.
Naturalmente que estos logros acentuaron la animadversión que por Josafat, sentían, los líderes de la recalcitrante minoría ortodoxa, quienes pusieron precio a su cabeza y aprovecharon la ocasión, cuando Josafat realizaba una visita pastoral en Vibetsk: mientras caminaba el 12 de noviembre de 1623, hacia la catedral, una turba aguijoneada por sus enemigos se le abalanzó, le partieron el cráneo de un hachazo, lo molieron a palos, lo cosieron a puñaladas, arrastraron su cuerpo por las calles y luego lo lanzaron al río Duna, de donde unos piadosos fieles rescataron su cadáver cinco días después. Fue el primer santo de la iglesia de oriente, canonizado según el rito romano, por el papa León XIII en 1867. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Josafat, que nos oriente para convertirnos en puentes de unión, entre los cristianos del mundo.