El Santo del día
4 de octubre
San Francisco de Asís
Oración a San Francisco de Asís
San Francisco de Asís, Hombre de humildad y amor por la creación, que viviste la radicalidad del Evangelio, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. Danos la gracia de amar y servir a todas las criaturas, inspíranos a vivir en armonía con la naturaleza. Que en tu ejemplo de desapego encontramos liberación, y en tu devoción, el camino hacia la paz interior. San Francisco de Asís, patrono de la ecología y la paz, ayúdanos a cuidar la creación y buscar la verdadera paz. Ruega por nosotros ante el Trono Celestial, para que podamos seguir tu ejemplo y glorificar a Dios en todo.
Amén.
Después de que el Crucifijo ante el que oraba en la iglesia de san Damián le ordenara tres veces: “Francisco repara mi iglesia que está en ruinas”, Francesco Bernardone fue al almacén de su padre, tomó una buena cantidad de rollos de tela y partió hacia Foligno, en donde los vendió, retornó a pie –pues también enajenó su caballo– y le entregó el dinero al párroco de san Damián, que lo acogió en su casa, mas no aceptó la donación por temor a la ira de su padre, Pietro Bernardone, quien en efecto, al enterarse de lo ocurrido se llevó a su hijo a rastras, lo golpeó, le puso grilletes en los tobillos y lo encerró en una habitación, pero su madre lo liberó y Francesco retornó a la misma iglesia en la que se escondió unos días. Al saber que su progenitor lo buscaba como aguja en el pajar y pretendía desheredarlo si no le devolvía el importe de las telas, salió a su encuentro y ante el obispo Guido de Asís, le reintegró el dinero, se despojó de sus ropas y también se las entregó arguyendo que tampoco le pertenecían y por lo tanto en adelante solo reconocería, aceptaría y dependería exclusivamente de Dios, que era su verdadero padre. El obispo, conmovido por su proclama y su desnudez, lo cubrió con la vieja túnica de uno de sus labradores y como le quedaba muy holgada se la amarró con un lazo; ese hábito raído fue el que vistió durante muchos años san Francisco de Asís.
Giovanni di Pietro Bernardone (nacido en Asís, Italia, en 1281), era hijo del comerciante de telas Pietro Bernardone, que por ser un enamorado de la cultura francesa le puso al pequeño, el mote de Francesco –que significa francesito– y lo educó en consonancia con el refinamiento de la nobleza de ese país que solo pensaba en la diversión, el hedonismo y la vida muelle, la cual practicó con pasión durante su juventud, salvo breves temporadas de trabajo en los almacenes de su padre y como era lógico, esa vida disipada lo saturó; entonces Francesco Bernardone, buscando nuevas emociones, se sumó al ejército de su ciudad que entró en guerra contra Perugia, pero en la batalla de Ponte San Giovanni, en 1202, fue capturado, permaneció encarcelado un año y al salir enfermó gravemente.
Aunque en esa larga convalecencia se cuestionó sobre el sentido de su existencia, al aliviarse pudo más su sed de aventura y de nuevo tomó las armas para defender al papado en su enfrentamiento con los germanos, más en el camino hacia Apulia, en donde debía reunirse con el grueso del ejército, se tuvo que rezagar, porque volvió a enfermarse y, mientras se reponía, una voz celestial lo exhortó a que en adelante le sirviera al amo y no a los siervos, entonces retornó confundido, sobre sus pasos y como no entendía el mensaje se dedicó a meditar hasta que la respuesta le llegó varias semanas después cuando cavilaba sobre el asunto en las afueras de Asís, y de repente se encontró con un repulsivo leproso al que en principio le sacó el cuerpo, no obstante una poderosa fuerza interior lo empujó hacia él y lleno de ternura besó sus llagas. Este acto de amor, cambió su vida para siempre.
A partir de ese momento empezó a visitar a los enfermos en los hospitales, a compartir especialmente con los leprosos, a donar lo que tenía a los pobres y arrepentido de su vida pasada le preguntaba a Dios qué debía hacer. En una de esas largas jornadas de oración, en la iglesia de san Damián, fue cuando El Señor le ordenó que restaurara su casa y Francisco se despojó hasta de su ropa y empezó a pedir limosna para reconstruir esa iglesia; luego hizo lo propio con el templo de san Pedro y más adelante con el de la abandonada Porciúncula, que pertenecía a la abadía benedictina de Monte Subiaso, en la que se radicó. Allí, el 24 de febrero de 1209, la lectura del capítulo 10 del evangelio de Mateo, le dio la clave de su misión al decirle: “Id proclamando que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No llevéis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas; ni alforjas para el camino, ni dos túnicas, ni calzados, ni bastón”.
Y desde entonces eso fue lo que hizo, literalmente. El contraste entre su opulencia pasada y su desprendimiento total, más su sentida predicación llamando al arrepentimiento y proclamando el nombre de Dios, que causó curiosidad y repulsa –en principio–, entre los habitantes de Asís, se transformó en admiración y varios jóvenes (entre ellos Bernardo de Quintavalle, Pedro de Cataneo, el hermano Gil y fray Junípero), se le unieron y con ellos armó una sorprendente revolución espiritual, cuyo eco se extendió hasta Roma y les precedió, porque a su llegada con doce compañeros, el cardenal Hugolino (que luego fue papa con el nombre de Gregorio IX), le abrió la trocha ante el papa Inocencio III, que impresionado por la santidad y humildad de Francisco y aun contra el parecer de varios cardenales, lo consagró diácono, aprobó oralmente la creación de la Orden de los Frailes Menores y con el permiso de los benedictinos, dueños de la Porciúncula, estableció en ella el cuartel general de la Orden y desde allí Francisco envió a sus hermanos –de dos en dos–, a predicar y dar ejemplo de pobreza, oración y servicio a los desvalidos. Así, la congregación se abrió paso por toda Italia, España, Alemania, Hungría y continuó creciendo como espuma.
Entre todos los discípulos de san Francisco de Asís, se destacó Clara de Asís, una mujer excepcional, con la que fundó la orden de las Clarisas, a las que instaló en la iglesia de san Damián y más adelante –ante el entusiasmo suscitado por su movimiento–, se vio en la obligación de crear la Tercera Orden de San Francisco, compuesta por laicos que querían vivir y actuar según la regla franciscana, pero sin abandonar el mundo.
Aunque personalmente Francisco intentó evangelizar a los musulmanes en Tierra Santa, sus esfuerzos fueron vanos y debió contentarse con peregrinar a los lugares santos y al retornar, tuvo que lidiar con disensiones internas que casi acaban con la Orden y por eso convocó en 1219 a un capítulo al que asistieron más de 5 mil franciscanos que reorganizaron la comunidad, la dividieron en provincias y tras varios años de intensa lucha para mantener incólume el espíritu original de su obra, Francisco –aunque su ascendencia sobre el conglomerado se mantuvo intacta–, se hizo a un lado y la dirección la asumió el cardenal Hugolino, con Pedro Cataneo, como superior general.
Ya con las manos libres continuó alternando la predicación con largos períodos de silencio y oración y en uno de ellos, cuando se acercaba la Navidad de 1223, estando en Grescio, se le ocurrió recrear el nacimiento de Jesús de la manera más vívida posible y en una cueva cercana escenificó –con actores de carne y hueso–, la estampa de Belén y así nació la tradición del pesebre. Un año más tarde, el 17 de septiembre de 1224, mientras ayunaba y oraba en Monte Alvernia, aparecieron en sus pies, manos y costado, los estigmas de la pasión de Cristo, que dolorosamente lo acompañaron hasta el día de su muerte, acaecida en olor de santidad, el 3 de octubre de 1226. Su canonización fue decretada en 1228, por el papa Gregorio IX –que no era otro que el cardenal Hugolino–, cuando todavía no se habían cumplido dos años de su fallecimiento. Por eso hoy 4 de octubre, día de su festividad, pidámosle a san Francisco de Asís, que nos enseñe a entregarnos a los pobres, incondicionalmente.
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