El Santo del día
1 de diciembre
San Eloy
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Oración a San Eloy
San Eloy, patrón de los orfebres y joyeros, te invoco en este momento de necesidad y devoción. Tú, que fuiste un hábil artesano y un fiel servidor de Dios, te ruego que me guías y protejas en mis labores diarios. Con tu sabiduría y destreza, ayúdame a ser diligente en mi trabajo ya superar los desafíos que se presentan. Inspírame con tu creatividad para crear belleza y armonía, y bendice mis manos para que mis creaciones sean únicas y valiosas. San Eloy, intercede por mí ante el Altísimo, para que mi trabajo sea recompensado con prosperidad y éxito.
Amén.
Había sacado un rato a sus extenuantes obligaciones de tesorero para refugiarse en su amada orfebrería y estaba tallando un soberbio cáliz, cuando de pronto el regente Erquinoaldo y el pequeño rey de los francos, Clodoveo II, irrumpieron en su taller y con la gravedad del caso le comunicaron que por aclamación del pueblo, voluntad de ellos y con la aprobación del papa, era el nuevo obispo de Noyón y el estupefacto Eloy no atinó a decir palabra; cuando por fin reaccionó, preguntó si podía declinar la designación y le dijeron que no. Entonces dejó el buril a un lado, se arrodilló, oró en silencio unos instantes y al levantarse pidió que le nombraran un reemplazo en la tesorería y que le concedieran un año para prepararse y en ese lapso se aplicó a rigurosos estudios, ayunos, penitencias y al término del plazo, en el 641, recibió el diaconado, fue ordenado sacerdote, lo consagraron obispo y emprendió su trabajo con una eficiencia, piedad, familiaridad y un tino administrativo tales, que daba la impresión de ser un obispo de vieja data.
Eloy, (nacido en Limoges, Francia, en el 588), era hijo de un afamado orfebre, que desde pequeño lo inició en la oración, la piedad cristiana y en su apetecido oficio, para el que tenía un extraordinario talento natural y por eso lo puso al servicio de Abón, jefe del taller cortesano de la moneda, a quien impresionó por su destreza, su acrisolada honradez y una discreción a prueba de fuego, méritos que aprovechó el acuñador oficial y lo llevó al rey Dagoberto I, que estaba buscando a alguien capaz de labrarle un trono de oro, y para el efecto le entregó una gran cantidad del áureo metal y de piedras preciosas.
Cumplido el plazo, el monarca fue al taller y quedó anonadado con la proverbial belleza de la obra, pero su estupefacción fue aún mayor cuando Eloy lo llevó a otro cuarto y lo sorprendió con un segundo trono –igual al primero– y le dijo que el oro y las gemas le habían alcanzado para esculpir ambos. Impresionado por su honestidad, lo nombró tesorero del reino y Eloy administró con celo y pulcritud los recursos públicos, sin dejar de lado su ritmo de oración, ayuno y penitencia. Además, aprovechó su ventajosa posición económica, porque con su propio patrimonio se hizo cargo de la enorme cantidad de menesterosos que se apostaban día y noche en los alrededores de su residencia y todos regresaban casa con el estómago lleno y el corazón agradecido.
Una vez designado obispo de Noyón, el pueblo se transformó en un crisol de piedad y costumbres cristianas: reformó al reblandecido clero; reorganizó las parroquias; construyó iglesias en muchos poblados; fundó dos monasterios en Solignac: uno para hombres y otro para mujeres; combatió las herejías predominantes en el reino; emprendió misiones evangelizadoras y consecuente con su misericordia de siempre, Eloy abrió sus bolsillos y los de la diócesis, para auxiliar a las viudas, ancianos, mujeres y niños abandonados y con su aguda palabra penetró los corazones de la tibia feligresía.
Lógicamente, Clodoveo II –sucesor de Dagoberto I–, lo conservó como su consejero y en algunos casos lo envió en calidad de embajador, ante reyes y señores feudales con los que sostenía disputas territoriales y en todos los casos, Eloy logró reconciliar los intereses y los corazones de los involucrados. Su fina sensibilidad lo indujo a luchar contra la esclavitud y cuando llegaba al puerto un cargamento de esclavos, compraba a la mayoría, les devolvía la libertad y les permitía quedarse en el país o volver a sus lugares de origen y por su mediación, fue abolido ese abominable comercio en el reino franco.
Con todo y ello, Eloy jamás abandonó su amor por la orfebrería, tanto que a pesar de su agitado ritmo de trabajo tuvo tiempo de esculpir los relicarios que aún contienen las reliquias de san Martín de Tours, san Dionisio, san Quintín, san Germán y santa Genoveva, entre otros. Después de 19 años al frente de su diócesis de Noyón, san Eloy, falleció en olor de santidad el 1° de diciembre del año 660. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a san Eloy, que fomente la honradez en los encargados de la administración de los recursos públicos.