El Santo del día
13 de octubre
San Eduardo, Rey
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Oración a San Eduardo, Rey
Oh San Eduardo, Rey de noble corazón, Patrono de los monarcas y la devoción, En tu reinado, encontraste redención, Y guiaste con justicia y compasión. Hoy acudimos a ti en humilde oración, Implorando tu intercesión y protección, Guíanos en nuestra propia elección, Para ser justos y llenos de amor y acción. San Eduardo, ejemplo de fe y virtud, Tu legado perdura con gratitud, Con tu coraje y rectitud, Ruega por nosotros con tu solicitud.
Amén.
Como era su costumbre, aquella noche el rey Eduardo, de Inglaterra, se escapó disfrazado y con varios criados de confianza se internó por entre las sórdidas callejuelas londinenses, repartió entre los desvalidos que encontraba a su paso, los alimentos, la ropa y las medicinas que para el efecto había llevado y cuando se disponía a retornar a palacio ya con las manos vacías, salió a su encuentro un pordiosero que le estiró la mano implorándole una limosna y luego de esculcarse y no hallar nada para darle, resueltamente se quitó el anillo real y se lo entregó al indigente, que luego de observar fascinado la joya a la luz de los hachones, apuró el paso y se perdió en la oscuridad.
Una mañana –siete años después– mientras presidía una audiencia general, de en medio de la concurrencia se adelantó un curtido caballero que acababa de regresar de Jerusalén y le entregó a Eduardo III, aquel anillo real. El sorprendido monarca le preguntó al visitante sobre cómo había llegado a sus manos la alhaja y éste le respondió que poco antes de salir de Tierra Santa, un extraño individuo desgreñado, barbado, descalzo, envuelto en una tosca piel –que según él, le recordaba a Juan el Bautista– lo abordó, le entregó el anillo, le encomendó la misión de entregársela al rey de Inglaterra y de anunciarle que se preparara porque pronto entraría en el paraíso.
Eduardo, el último de los reyes anglosajones y perteneciente a la Casa Wesex, nacido en el 1004, era hijo del rey Etelredo, que murió en 1016 y entonces Eduardo tuvo que huir a Normandía en donde su madre lo dejó en manos de sus hermanos y secretamente volvió a Inglaterra para casarse con el nuevo rey Canuto, mientras Eduardo, educado por sus tíos y a pesar de vivir en medio de las fiestas propias de una corte medieval, llevaba una vida austera, de oración y penitencia que lo preparó para retornar a su país (luego de 27 años en el exilio) y en 1042, tras la muerte de su padrastro y de su hermano medio –que sucedió a Canuto en el trono–, fue aclamado por el pueblo. A continuación envió a su madre a un convento, contrajo matrimonio, pero de común acuerdo con su esposa Edith (la casta, piadosa y hermosa hija del Conde Godwin de Wesex, el noble más poderoso de Inglaterra), decidió permanecer célibe y se concentró en gobernar de tal manera, que se echó al bolsillo a la volátil clase feudal y a todo el pueblo inglés con su ecuanimidad, magnanimidad y aplicación de la justicia en favor de los más desvalidos a los que proveía generosamente con el dinero producido por el tradicional impuesto que debían pagar todos los ciudadanos para la manutención del ejército. Fundó iglesias, escuelas, hospitales, asilos, hospicios para niños, huérfanos y viudas y suscribió pactos de paz duraderos con los belicosos vikingos. Constantemente salía de palacio para conocer de primera mano las necesidades y problemas que afrontaban los más pobres e inmediatamente instruía a sus funcionarios para que solucionaran las quejas de los ciudadanos.
Aunque sus largas jornadas de trabajo eran extenuantes, le alcanzaba el tiempo para refugiarse en su capilla en la que permanecía desde el comienzo de la noche y no era extraño que lo sorprendiera la luz del día todavía arrodillado y totalmente embebido en la oración, esfuerzo que al final de cuentas minó su salud y el 5 de enero de 1066 murió apaciblemente. Fue canonizado por el papa Alejandro III, en 1161 y dos años después, el 13 de octubre, su cuerpo incorrupto fue trasladado por santo Tomás Becket, a la abadía de Westminster (que el mismo rey san Eduardo, había hecho construir un siglo antes), en la que desde entonces reposan todos los reyes de Inglaterra. Por eso hoy, 13 de octubre, día de su festividad, pidámosle a san Eduardo, Rey, que nos enseñe a mantener la humildad, aún en medio de la opulencia.