El Santo del día
6 de octubre
San Bruno
Oración a San Bruno
Querido San Bruno, En este mundo lleno de ruido y distracciones, buscamos tu intercesión y ejemplo de vida contemplativa. Tú, que encontraste la paz en la soledad y el encuentro con Dios, inspíranos a cultivar momentos de silencio en nuestra jornada. En la quietud de la oración, encontramos fuerza y claridad, en la comunión con Dios, encontramos respuestas a nuestras preguntas. Ayúdanos a discernir lo esencial de lo superfluo, ya encontrar en la intimidad con Dios la verdadera plenitud. San Bruno, fundador de la Orden de los Cartujos, tus enseñanzas sobre la vida contemplativa siguen resonando. En nuestro camino espiritual, guíanos hacia la profundidad, y en nuestra búsqueda de Dios, ayúdanos a encontrar la paz. Con gratitud y confianza, te decimos: San Bruno, ruega por nosotros.
Amén.
A la muerte del obispo Gervasio, su sucesor Manasés de Gournai, ratificó como canciller de la diócesis de Reims, al padre Bruno de Hartenfaust, quien –merced a su sabia, diligente y eficaz administración–, la había convertido en una de las más respetadas, próspera y apetecida por sus rentas. Por eso, precisamente, el nuevo prelado le había echado el ojo y mediante intrigas y pago de prebendas, obtuvo ese obispado e inmediatamente dio rienda suelta a su desbocada ambición y a través de la simonía (delito que consiste en negociar con todo lo sagrado: cargos eclesiásticos, indulgencias, sacramentos), se enriqueció en poco tiempo. El padre Bruno montó en cólera y respaldado por buena parte del clero diocesano lo denunció ante el delegado papal Hugo de Die, quien en el concilio de Autum, lo depuso, y Manasés respondió aferrándose a su silla: confiscó los bienes de la diócesis, arrasó las casas de sus adversarios y sólo cuando el pueblo se amotinó y el papa ratificó su separación del cargo, abandonó apuradamente la ciudad. Entonces el pontífice, el delegado papal y el clero, se pusieron de acuerdo para nombrar en su lugar al padre Bruno, pero antes de que se lo notificarán, él renunció al mundo y se alejó hacia la soledad la oración y el silencio.
Bruno de Hartenfaust (nacido en Colonia, Alemania, en el año 1030), pertenecía a una familia adinerada lo que le permitió estudiar retórica, gramática, latín, filosofía y luego en Reims, se especializó en teología, Sagradas Escrituras y así pudo cumplir su sueño –que alimentó desde muy niño–, de ordenarse sacerdote en 1055. Sus notas sobresalientes y su virtuosismo fueron la mejor carta de presentación para que el obispo Gervasio, vinculara a Bruno, como profesor de teología de la Escuela Episcopal –de la que había egresado– y al cabo de algunos años le confió la rectoría, con el encargo de supervisar todos los establecimientos educativos del obispado; dada su fecunda labor, veinte años después, en 1075, el mismo prelado nombró a Bruno, canciller de la diócesis a la que administró eficientemente hasta poco después de la muerte de Gervasio.
Ya con las manos libres, Bruno se retiró al convento de Molesme –que en 1098, sería la cuna de la orden de los cisterciences–, pero como su alma anhelaba más rigurosidad, se fue con seis compañeros hacia Grenoble, en donde su obispo, Hugo –que había sido su discípulo en Reims–, les permitió instalarse en un agreste paraje rodeado de cumbres nevadas, llamado Chartreuse –que en español se traduce como Cartuja– y allí, en cabañas separadas, comenzaron una vida de oración, mortificación, ayuno, consagración a la Santísima Virgen, pobreza radical y silencio absoluto de por vida (excepto para los aspectos esenciales de la administración de la comunidad), reglas que se convirtieron en la base de la congregación de los Cartujos –así se les conoce desde entonces–, que sin proponérselo ni desearlo, tuvo que fundar Bruno, cuando su estilo de vida y oración atrajo a muchos jóvenes a los que tuvo que recibir en su cartuja.
Muy a su pesar se vio obligado a abandonar su monasterio, seis años después, a solicitud del papa Urbano II –que también había sido su alumno en Reims–, para acompañarlo como consejero personal. Cuando creyó cumplida su misión le pidió permiso al pontífice de volver a su mutismo y le fue concedida la licencia con la condición de que no saliera de Italia –pues deseaba mantenerlo cerca– y para el efecto le cedió un lugar inhóspito de Calabria, en donde Bruno estableció otro convento cartujo, allí terminó de escribir unos magistrales comentarios exegéticos sobre los Salmos y profundos análisis de las cartas de san Pablo. A los 71 años, san Bruno, murió en absoluta mudez, el 6 de octubre del 1101. Aunque nunca fue canonizado oficialmente, el papa Clemente X, sí autorizó su culto en 1674. Por eso hoy, 6 de octubre, día de su festividad, pidámosle a san Bruno, que nos enseñe a mantenernos en silencio, para poder escuchar la voz de Dios.