El Santo del día
5 de mayo
San Antonino, Arzobispo
Oración a San Antonino
Oh San Antonino, Arzobispo y defensor de la fe, guíanos con tu sabiduría y amor divino en nuestro camino hacia la salvación eterna. Te pedimos que nos guies en el camino con tu trabajo para mejorar la vida espiritual de nuestra comunidad. Ruega por nosotros y ayúdanos a seguir tus enseñanzas para alcanzar la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
Como en aquella época, todas las ciudades eran pequeñas repúblicas y se mantenían en guerra entre ellas, Italia era un polvorín siempre a punto de estallar y naturalmente el papado no se escapaba de ese ambiente tan volátil. Por eso, cuando un delegado del papa fue detenido en Florencia, Antonino, prelado manso, reflexivo y conciliador, se irguió para enfrentar a las autoridades con una vehemencia desconocida en él y en vista de que no le concedían la libertad, decidió –a que excepción del bautismo y la administración de la extremaunción–, en su jurisdicción no habría misas, matrimonios, confesiones ni oficio religioso alguno, hasta que los gobernantes dejaran en libertad al enviado papal. Entonces el pueblo se alineó con su arzobispo y Cosme de Medicis, cabeza visible del gobierno, tuvo que dar su brazo a torcer.
Antonio Pierozzi (hijo de un notario de Florencia y nacido el 1° de marzo de 1389), desde muy pequeño se extasiaba escuchando los sermones del beato dominico Juan Dominici, (prior de Santa María Novella) y a los 15 años quiso ingresar a su convento, pero el superior al verlo tan enteco –para disuadirlo–, le dijo que se aprendiera de memoria el tratado de Derecho Canónico y volviera. En efecto, al cabo de un año retornó y lo recitó de cabo a rabo; el abad maravillado lo recibió con los brazos abiertos y nunca se arrepintió de ello, porque Pierozzi –al que empezaron a llamar Antonino, por pequeño y frágil–, sorprendió a todos por su tremenda fuerza espiritual con la que suplía sus carencias físicas. Su aguda inteligencia, su austeridad y rigurosa observancia de las pesadas reglas dominicas, lo pusieron en el primer plano de la Orden, y por eso, al poco tiempo de haber sido ordenado sacerdote –en 1413–, fue enviado como prior del gran monasterio de la Minerva en Roma y luego pasó por el mismo cargo en Foligno, Fiésole, Nápoles, Crotona, Siena y Florencia. Su recio verbo de predicador, su probada santidad y la recta administración de los monasterios que florecían a su paso, no pasó inadvertido para el papa Eugenio IV, que lo nombró arzobispo de Florencia y aunque se resistió, porque no se creía digno, fue obligado a aceptar en 1446.
Una vez instalado en la arquidiócesis, Antonino continuó vistiendo el sencillo hábito dominico, abrió las arcas para alimentar a los pobres de la ciudad, regaló su ropa, vendió los muebles de su sede y hasta la mula en la que recorría la arquidiócesis, la rifó varias veces, porque invariablemente los ganadores se la donaban de nuevo. Oraba toda la noche, ayunaba constantemente y predicaba en la calle.
Durante una epidemia que azotó a Florencia, el arzobispo Antonino se dedicó a sanar milagrosamente a los infectados, enterraba a los muertos, y tras una serie de terremotos que afectó la ciudad, reconstruyó varios barrios a fuerza de limosnas. Antonino el Consejero, –así le decían– era, además, la máxima autoridad de la Iglesia en Derecho Canónico, tanto que el papa Eugenio IV no movía un dedo sin consultarlo. No se sabe cómo, pero al mismo tiempo Antonino escribió sus dos obras monumentales: La Summa Moralis y La Summa Historialis, la primera, sobre teología y la segunda contenía la historia del mundo. Dos meses después de cumplir los 70 años, san Antonino, falleció en su amada Florencia el 2 de mayo de 1459 y fue canonizado por el papa Adriano VI, en 1523. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Antonino que nos enseñe a cubrir las necesidades de los demás con desprendimiento y generosidad.