El Santo del día
6 de noviembre
San Alejandro de Sauli
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Oración aSan Alejandro de Sauli
Hoy nos dirigimos a ti en oración en honor a San Alejandro de Sauli, un siervo fiel de tu palabra y un pastor compasivo de tu rebaño. Te agradecemos por su dedicación a la fe y su amor por tu Iglesia. San Alejandro, patrón de los clérigos y predicadores, te pedimos que intercedas por nosotros. Inspíranos a crecer en nuestra relación contigo y a llevar tu mensaje de amor y esperanza a los demás. Concédenos la sabiduría y la pasión para compartir la Buena Nueva. Que, como San Alejandro de Sauli, podamos ser instrumentos de tu paz y verdad en el mundo, guiando a aquellos que buscan tu luz. Que nuestra vida sea un testimonio de tu amor eterno.
Amén.
Hacía rato que el obispo Alejandro de Sauli, sentado en un promontorio, meditaba plácidamente y teniendo como música de fondo el rumor del oleaje, alababa a Dios y se regocijaba observando el despejado cielo azul y el esplendente mar que bañaba las costas de su amada Córcega. De pronto, al mirar hacia el horizonte, vio cómo despuntaba una flota con sus velas desplegadas y a medida que se aproximaba a la costa impulsada por un fuerte viento a favor, pudo corroborar que en los mástiles de los barcos ondeaban las enseñas piratas de los berberiscos; entonces descendió velozmente al puerto y mandó a que las campanas de las iglesias tocaran a rebato y en pocos minutos toda la población ya estaba en camino hacia la parte alta de la isla, porque de ser capturados, sus habitantes serían vendidos como esclavos en las ciudades musulmanas del norte de África. Mientras los lugareños escapaban, el prelado se arrodilló en el muelle y con un crucifijo en la mano empezó a orar fervientemente y a bendecir el mar. Cuando ya la escuadra estaba a menos de un kilómetro de la costa, se encapotó el cielo y se desató una violenta tempestad que zarandeaba los navíos haciéndolos chocar entre sí, varios naufragaron y los restantes emprendieron la retirada. Cuando ya estaban lo suficientemente lejos, se calmó el mar y los pobladores retornaron a sus casas maravillados ante el milagro que su obispo había hecho.
Alejandro de Sauli (nacido en Milán, el 15 de febrero de 1534), pertenecía a una familia noble y rica que –para asegurarle un brillante futuro político en la corte de Carlos V de España–, le proporcionó una esmerada educación, pero dada su intensa devoción y su indeclinable vocación religiosa, al cumplir los 17 años, ingresó al convento de los Clérigos Regulares de San Pablo, conocidos como los “Barnabitas”, y por su aguda inteligencia, su palabra fácil y su excepcional memoria (que le permitió aprenderse palabra por palabra la Suma Teológica de santo Tomás de Aquino, las obras de san Juan Crisóstomo y de san Gregorio Magno), sus superiores lo enviaron a estudiar teología y filosofía a la Universidad de Pavía en la que después de graduarse y ordenarse sacerdote en 1556, el padre Alejandro de Sauli se quedó como profesor de ambas materias y se destacó por la elocuencia de su predicación, por lo que el arzobispo de Milán, san Carlos Borromeo, le encomendó la orientación de una cuaresma en su catedral e impresionado por su sabiduría, lo retuvo a su lado como consejero y confesor, cargos que continuó ejerciendo después de haber sido nombrado superior general de los “Barnabitas” en 1567, cuando contaba 33 años.
A pesar de sus protestas, el papa Pío V nombró a Alejandro de Sauli, obispo de Aleria, en Córcega en 1570 y consagrado por san Carlos Borromeo, llegó a la indómita isla, cuyos habitantes practicaban un catolicismo muy difuso, orientado por un clero ignorante y corrompido, además de influenciados por toda suerte de bandidos marinos y fustigados por la cruda violencia que enfrentaba a las familias cuyo único alimento era la sed de venganza. Pero ese deplorable panorama no arredró al joven prelado, Alejandro de Sauli, que inmediatamente convocó un sínodo: venció la empecinada oposición de los clérigos; introdujo todas las reformas aprobadas en el Concilio de Trento; capacitó a sus sacerdotes y les insufló un nuevo aire espiritual; visitó todas las parroquias; fundó un seminario y restauró las iglesias convertidas en establos; impulsó un vigoroso movimiento catequético para niños y adultos; restableció las misas diarias y puso a comulgar a los feligreses; se apersonó de las ayudas a los pobres a los que abastecía milagrosamente y durante veinte años, Alejandro de Sauli fue el guía espiritual, padre, consejero y verdadera autoridad de Córcega, por lo que el pueblo lo llamó “Apóstol de Córcega” y se rebotó cuando el papa Gregorio XIV lo designó obispo de Pavía, nombramiento que aceptó por la obediencia debida y en 1591 llegó a su nueva sede con la salud estropeada pero conservando el mismo vigor evangélico.
Sin embargo no le alcanzó el tiempo para rejuvenecer su nueva diócesis, porque un año más tarde, la muerte lo sorprendió mientras adelantaba su visita pastoral en el pueblo de Calosso de Asti, el 11 de octubre de 1592, a los 58 años y fue canonizado por el papa san Pío X, en 1904. Por eso hoy, 6 de noviembre, día de su festividad, pidámosle a san Alejandro de Sauli, que nos ayude a restaurar la fe en nuestro corazón.