El Santo del día
1 de enero
María, Madre de Dios
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Oración a María, Madre de Dios
Oh María, Madre de Dios, te pedimos tu protección y guía. Tú que fuiste elegida para ser la madre de nuestro Salvador, intercede por nosotros ante tu Hijo, para que podamos encontrar paz y amor. En tus manos depositamos nuestros anhelos y preocupaciones, confiando en tu intercesión ante Dios, Padre misericordioso. Enséñanos a seguir tu ejemplo, a amar y servir como tú lo hiciste, y a mantener viva nuestra fe en medio de las dificultades. Oh María, llena de gracia, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
Flanqueada por María de Cleofás y María Magdalena, avanzaba con dificultad entre la multitud que con morbosa curiosidad seguía al destacamento de soldados romanos que arrastraban a su hijo hacia el Gólgota y cada caída, latigazo, escupitajo o insulto que le infligían, lo sentía en carne propia y aunque en algunos momentos desfallecía y se retrasaba, tomaba un segundo aire e impulsada por la congoja, la Virgen María alcanzaba el cortejo, se abría paso de nuevo y se re ubicaba en donde pudiera verlo sin ser vista por Él, hasta que llegó a la cumbre. Una vez allí y sin derramar una sola lágrima, presenció estoicamente como lo desnudaron, clavaron sus manos y pies a la cruz que luego izaron y mientras observaba con dolorosa serenidad la indecible agonía de su amado Jesús, recordaba el desconcertante anuncio del arcángel Gabriel, el regocijo de su prima Isabel, su radiante nacimiento, la aciaga huida a Egipto, su inocultable felicidad al encontrarlo a los doce años discutiendo con los doctores en el templo después de buscarlo con maternal angustia durante tres días por las intrincadas calles de Jerusalén, y su oportuna intercesión en las bodas de Caná para que convirtiera el agua en vino; pero intempestivamente, su evocación fue interrumpida –según consta en los versículos 26 y 27 del capítulo 19 del evangelio de san Juan–, cuando “Jesús al ver a su madre y junto a ella al discípulo preferido, dijo a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’.”
Ese legado nos refugió para siempre en el regazo de la Madre de Dios, título evidente a partir del momento en que –según el primer capítulo del evangelio de san Lucas–, su prima Isabel, al saludar a la Virgen María, le dijo: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Y cómo es que la madre de mi Señor (Dios) viene a mí?” y a continuación agregó: “¡Dichosa tú que has creído que se cumplirán las cosas que te ha dicho el Señor! (Dios)”. Basados en estos textos –que por derecho propio–, le conferían tal dignidad a la Virgen María, las primeras comunidades cristianas y sus autoridades empezaron a llamarla Theótokos (vocablo que en griego significa: Madre de Dios) e inscribieron ese nombre en las catacumbas romanas en las que se fue desarrollando, en torno suyo, una vigorosa devoción que se reforzó con el credo aprobado en el Concilio de Nicea en el 325, al ser incluida –tácitamente– como Madre de Dios, en el fragmento que dice: “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”.
Por culpa del nestorianismo que sostenía que Jesús no era Dios, sino hechura de Dios (lo que de hecho descalificaba a la Virgen María, como Madre de Dios), se desató una agria disputa entre el líder hereje, Nestorio, Patriarca de Constantinopla y el defensor de la doctrina católica, san Cirilo, patriarca de Alejandría. Como la situación polarizó a la Iglesia, el papa Celestino I, para zanjar la cuestión, convocó en el año 431, el Concilio de Éfeso, en el que san Cirilo apabulló la tesis nestoriana y al terminar las sesiones se declaró oficialmente que: “La Virgen María, sí es Madre de Dios porque su hijo, Cristo, es Dios”.
Este primer dogma mariano fue reafirmado en los Concilios de Calcedonia (celebrado en el 451) y en el segundo de Constantinopla (efectuado en el 553), ratificaciones que abrieron el camino a la aparición de la segunda parte del Avemaría, que comienza diciendo: “Santa María Madre de Dios” advocación, que a su vez, se convirtió en el nombre preferido de los templos que en su honor se erigieron desde entonces, en todo el mundo. En la Encíclica Lux Veritatis, el papa Pío XI refrendó en 1931, el Dogma de la Madre de Dios y con ello nos puso de nuevo en las manos de la Virgen María, que son las mismas manos de Dios. Por eso hoy 1° de enero, pidámosle a la Santa Madre de Dios, que ruegue por nosotros los pecadores ahora y en la hora nuestra muerte. Amén.