El Santo del día
2 de septiembre
El Señor Caído de Monserrate
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Oración a El Señor Caído de Monserrate
El señor caído de Monserrate yace en silencio, su figura imponente yace en el suelo como un recordatorio de la fragilidad humana ante la grandeza de la naturaleza. Sus manos, antes erguidas en un gesto de adoración, ahora descansan inertes a su lado, como si hubieran perdido su propósito. Su rostro, tallado en piedra, muestra una expresión de serenidad y resignación, como si supiera que su destino era caer y convertirse en un símbolo de humildad. A su alrededor, los visitantes se detienen en su camino hacia la cima de la montaña. Algunos lo observan con curiosidad, otros con reverencia. Todos parecen sentir la energía que emana de esta figura caída, como si estuvieran presenciando un momento trascendental en la historia de Monserrate. La historia de este señor caído es incierta. Algunos dicen que fue derribado por un rayo durante una tormenta feroz, mientras otros creen que simplemente perdió el equilibrio y cayó. Sea cual sea la verdad, su presencia en el suelo es un recordatorio de la fragilidad de la vida y la importancia de mantenernos humildes ante las fuerzas de la naturaleza. Mientras el sol se pone sobre Monserrate, el señor caído permanece en silencio, testigo de los cambios que ocurren a su alrededor. A medida que la noche cae, las luces de la ciudad se encienden y el brillo de la luna ilumina su figura. Aunque caído, su presencia sigue siendo imponente, recordándonos que incluso en la derrota, podemos encontrar belleza y significado.
Amén.
Al terminar el último de los tres aterradores terremotos que ocurrieron ese 31 de agosto de 1917, los bogotanos, aunque azorados, respiraron con alivio al verificar que Monserrate continuaba en pie, la construcción del nuevo templo del Señor Caído, al que semanalmente subían los habitantes de la ciudad cargados de ladrillos, sacos de cemento y de piedras para contribuir a su edificación comenzada dos años antes por orden del arzobispo Bernardo Herrera Restrepo, que preocupado por la decrepitud de la vieja Ermita, temía que no pudiera seguir resistiendo la avalancha de peregrinos que cada domingo pujaba por acomodarse en su interior. Aunque la estructura estaba apenas en sus inicios, superó la prueba consecuentemente con la tradición, según la cual, el santuario era inmune a los sismos, gracias a la protección de Nuestro Señor de Monserrate, pues hasta ese momento, había salido indemne de los fuertes temblores de 1743, 1785 y 1827, eventos en los que invariablemente el cerro de Guadalupe, resultaba destruido.
Esta historia había comenzado en 1620, año en el que empezó a popularizarse la celebración de la fiesta de la Santa Cruz en el Cerro de las Nieves y para el efecto a lo largo del tortuoso ascenso se fueron levantando cruces para marcar las estaciones que reproducían los misterios de la Pasión. Dada la creciente popularidad que fue adquiriendo tal conmemoración, don Pedro Solís de Valenzuela y sus amigos Jacinto García, Domingo Pérez y Francisco Pérez de la Puebla, recibieron autorización del Presidente de la Audiencia y del arzobispo de Santafé, para construir una ermita en la cima y al concluirla, convinieron en que también debía entronizarse a la Madre de Dios y escogieron a la Virgen de Monserrat de España, cuya advocación se denominó a partir de entonces: Nuestra Señora de la Cruz de Monserrate y por extensión, el sitio comenzó a llamarse, Cerro de Monserrate.
Algunos años después se unió a la causa el nuevo párroco de la ermita, el padre Bernardino de Rojas, que –de su propio bolsillo–, encargó la talla de un Santo Cristo Caído a los Azotes y Clavado en la Cruz, al maestro español, don Pedro Lugo de Albarracín, que logró esculpir en el madero, una figura de ascética perfección –y 150 kilos de peso, la cual conmovió desde el principio a quienes la observaban, por su patética vivacidad y ello incidió profundamente para que el Señor Caído desplazara de su patronazgo en el altar mayor a la Virgen Morena de Monserrat, que fue llevada a una capilla lateral. Como era previsible, los milagros no se hicieron esperar y la afluencia de peregrinos de todo el país y el exterior se multiplicó, hasta que en 1915 fue necesario demoler la antigua ermita y emprender la construcción de la nueva que fue concluida en 1920, lo que a su vez exigió que se mejoraran las vías de acceso a Monserrate con funicular y teleférico.
Tales obras contribuyeron para que el templo de Nuestro Señor de Monserrate se convirtiera en uno de los más visitados de Colombia y ello le concedió los suficientes méritos para ser elevado a la condición de Basílica Menor en 1956. No obstante su modernización, el recinto conserva su austeridad y recogimiento y el Señor Caído sigue prodigando milagros a manos llenas. Por eso la devoción se mantiene intacta y prueba de ello es que los verdaderos peregrinos prefieren ascender a pie la calzada empedrada como parte de la penitencia. Por eso hoy, 2 de septiembre, día de su festividad, pidámosle al Señor Caído de Monserrate, que nos ayude a levantarnos de nuestras caídas espirituales.