El Santo del día
3 de septiembre
San Gregorio Magno

Oración a San Gregorio Magno
San Gregorio Magno, Papa y Doctor de la Iglesia, hombre de profunda sabiduría y amor por Dios, te imploramos que intercedas por nosotros ante el trono de Dios. Ayúdanos a crecer en nuestra fe y en nuestro servicio a los demás, inspíranos a buscar la verdad y la caridad en todas nuestras acciones. Te pedimos que intercedas por nuestras necesidades y nos guías con tu ejemplo de humildad y compasión. Oh Dios, que concediste a San Gregorio Magno un corazón ardiente por la salvación de las almas y una profunda sabiduría para guiar a tu Iglesia, concédenos, te rogamos, que siguiendo su ejemplo, podamos ser diligentes en nuestra búsqueda de la verdad y comprometidos en Lleva tu amor y tu mensaje al mundo. San Gregorio Magno, ruega por nosotros.
Amén.
Las macilentas figuras encadenadas, llevadas en fila y con una profunda tristeza reflejada en sus rostros demacrados, lo conmovieron hasta la médula y por eso, Gregorio Anisio se arrimó a los esclavos anglosajones y con la ayuda de un intérprete los invitó a entregarle a Nuestro Señor Jesucristo, todas sus angustias, pero al saber que no conocían a Jesús, decidió viajar a Inglaterra como misionero para liberar a sus habitantes de las cadenas del paganismo y ponerlos a los pies de Cristo. Discretamente salió de Roma con algunos de sus compañeros de oración y cuando había recorrido veinte kilómetros, una patrulla de soldados lo alcanzó y lo conminó a volver inmediatamente a la Ciudad Eterna porque el pueblo sublevado exigía su presencia sin pena de armar una revolución. En vista de los graves acontecimientos, Gregorio tuvo que regresar y al llegar a la urbe, los romanos lo aclamaron, pero montaron guardia alrededor de su palacio –que Gregorio había convertido en convento– para que no se volviera a escapar.
Gregorio (nacido en Roma, en el año 540), pertenecía a la familia Anisia, una de las más antiguas, ricas y poderosas de la Ciudad Eterna, (de la que habían surgido dos papas: Felix III, su tatarabuelo y Agapito, un tío materno), lo que le allanó el camino hacia una esmerada educación que coronó al obtener el grado de doctor en derecho y gracias a sus dotes manifiestas de administrador y a su sorprendente elocuencia, fue nombrado prefecto –alcalde– de Roma, en el 572, por el emperador Justino II y en ese cargo se convirtió en el defensor de los pobres, equilibró las arcas del estado y recompuso las relaciones de Roma con Constantinopla, pero su agitación interior lo impulsaba hacia la vida religiosa, por lo que tres años después –tras la muerte de su padre–, Gregorio abandonó el cargo, convirtió su palacio en monasterio, se dedicó a estudiar las Sagradas Escrituras, a perfeccionar su teología, al ayuno, la contemplación, la oración y la mortificación corporal, pero poco le duró la dicha porque el papa Pelagio II, le concedió el diaconado y lo nombró nuncio ante la corte de Constantinopla en la que Gregorio se demoró seis extenuantes años para conciliar los intereses de la Iglesia con el poder imperial.
Cuando volvió, en el 585, Gregorio habilitó seis de sus propiedades en Roma y Sicilia, como conventos, liquidó todos sus bienes, los repartió entre los pobres, alimentó a buena parte de la población desamparada y luego quiso escaparse a Inglaterra para evangelizar a esa nación indómita, pero el pueblo se lo impidió, entonces el papa le concedió el título de abad de su monasterio y lo amarró como secretario privado, función que Gregorio desempeñó hasta que murió Pelagio II, y espontáneamente el pueblo y el clero se unieron el 3 de septiembre del año 590, para proclamarlo papa. Aunque volvió a intentarlo en esa oportunidad, tampoco pudo huir.
Una vez instalado en el solio pontificio, Gregorio Magno –el primer monje papa–, se convirtió en el defensor y proveedor de todos los pobres, desamparados, viudas, huérfanos, ancianos y mendigos del pueblo romano a los que alimentó durante varios años de cuenta de la Santa Sede. Mantuvo a raya al rey de los longobardos Agilulfo y aunque pagó tributo por ello, logró una paz duradera con él y terminó convirtiéndolo al cristianismo; equilibró sus relaciones con Constantinopla y con los ortodoxos; desarrolló un sistema misional que le permitió evangelizar completamente a Inglaterra, Italia, España, las Galias y Armenia; hizo recopilar toda la música sacra y las antífonas, para darle cuerpo a lo que hoy se conoce como música gregoriana.
Además Gregorio Magno escribió una monumental obra, que todavía, es una de las columnas vertebrales de la Iglesia. Entre sus libros se destacan: La regla pastoral, un completo manual de comportamiento de los obispos; Moralia, un tratado sobre el libro de Job, que es un canto a la paciencia y a la fe en Dios; Diálogos, una exaltación de las vidas de los santos y más de 800 cartas apostólicas. Y no paró de escribir, a pesar de que los terribles dolores causados por la gota, lo mantenían paralizado y con la pluma en la mano esperó pacientemente su muerte, acaecida el 12 de marzo del 604. Por la magnitud de su creación, en 1295, el papa Bonifacio VIII proclamó a san Gregorio, como Padre y Doctor de la Iglesia y le otorgó el título de “Magno”. Por eso hoy, 3 de septiembre, día de su festividad, pidámosle a san Gregorio Magno, que nos enseñe a evangelizar.