El Santo del día
27 de octubre
Beata María Encarnación Rosal
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Oración a Beata María Encarnación Rosal
Oh Beata María Encarnación Rosal, Sierva de Dios y misionera sin igual, En ti encontramos un ejemplo ejemplar, De amor por los desfavorecidos y humilde devoción. Tu vida entregada a los más necesitados, Nos inspira a seguir tus pasos abnegados, Intercede por nosotros, alma de bienhechor, Para vivir con compasión y fervor. Beata María Encarnación, luz en la oscuridad, En tu servicio y caridad, encontramos claridad, Ruega por nosotros con sinceridad, Para que extendamos la paz y solidaridad.
Amén.
Ya había terminado sus oraciones. Se arrebujó entre sus cobijas y cuando estaba punto de cerrar sus ojos, la hermana Margarita Castro observó que por el resquicio de la puerta, una extraña luz blanca se colaba hasta bien adentro de la celda, entonces, se levantó sobresaltada y al salir, se quedó asombrada con esa luminosidad que inundaba todo el pasillo; presa de miedo, llamó a su vecina la hermana María Trinidad que no tardó en unírsele y ambas, que atónitas, no desataban palabra. Se miraron durante unos instantes sin saber qué hacer, hasta que la hermana Margarita, tomó la iniciativa de seguir el rastro del resplandor que las llevó hasta la capilla cercana de donde partía la irradiación y se llevaron tamaña sorpresa al asomarse por el portón entreabierto y ver de rodillas ensimismada en su oración a la madre María Encarnación Rosal, bañada por un halo de luz que salía del sagrario y colmaba el recinto. Al cabo de algunos minutos, sigilosamente, volvieron a sus aposentos con el acuerdo tácito de guardar el secreto, en tanto la madre, hiciera lo propio.
María Vicenta Rosal Vásquez nació el 26 de octubre de 1820 (en Quetzaltenango, Guatemala) en un hogar acaudalado en el que sus piadosos padres compartían las oraciones, la mesa y sus bienes con los pobres, lo que de hecho influyó tanto en ella, que el 1° de enero de 1838, a los 17 años, adoptó el nombre de María Encarnación y vistió el hábito de las Beatas de Belén (que constituían la rama femenina de la Orden Betlemita, fundada por el beato Pedro de San José Betancur, en 1656) e inmediatamente se notó su liderazgo –a partir de su disciplina y disposición para la oración–, que contrastaba con la laxitud que reinaba en el claustro y por eso varios años después, se trasladó al monasterio de santa Catalina, que sí se correspondía con su deseo de silencio, adoración y meditación.
Sin embargo, una fuerza interior la empujaba a volver al Beaterio de Belén, adonde regresó al poco tiempo y la superiora la nombró vicaria, posición desde la que introdujo rígidos cambios que generaron mucha oposición y luego como abadesa los reforzó al influjo de la aparición del Corazón de Jesús –aquella noche luminosa del Jueves Santo de 1857–, en la cual le pidió que instaurara su devoción con carácter de reparación por los dolores que soportaba a causa de la transgresión permanente de los diez mandamientos, y la madre María de la Encarnación se comprometió a hacerlo el día 25 de cada mes. Aunque la situación mejoró, no logró la reforma que soñaba, entonces aceptó la propuesta de abrir un convento y un colegio destinado a la educación de niñas pobres en Quetzaltenango y con la autorización del arzobispo, escribió nuevas reglas y refundó a las Betlemitas.
En pocos años floreció la obra y el colegio, abierto en 1862, se convirtió en el mejor del país. En 1871, cuando ya la cosecha estaba madura, el nuevo presidente de Guatemala, Justo Rufino Barrios, le ordenó que impartiera una educación laica pero ella se negó, por lo cual la comunidad fue suspendida; entonces se trasladó a Costa Rica y fundó un nuevo convento, con colegio incluido, en la ciudad de Cartago. Como era de esperarse, los resultados fueron óptimos, pero de nuevo la persecución religiosa del gobierno ateo del general Fernández, se encarnizó con la madre María de la Encarnación Rosal, que se vio forzada a viajar a Colombia y en Pasto volvió a empezar –para variar, desde cero–.
En poco tiempo, tenía en funcionamiento un convento pequeño y una institución educativa para niñas pobres y huérfanas a las que albergaba en su propio orfanato, experimento que quisieron replicar en Ecuador, adonde fue invitada para abrir casas en Ibarra, Otavalo y Tulcán. A pesar de su edad, la entusiasmada beata María de la Encarnación Rosal, dejó la sede pastusa en buenas manos y emprendió el viaje. En el camino, se cayó de su caballo y, en una improvisada camilla, la llevaron a Tulcán. Allí murió el 24 de agosto de 1886 y fue beatificada en 1997, por el papa san Juan Pablo II. Por eso hoy, 27 de septiembre, día de su festividad, pidámosle a la beata, María de la Encarnación Rosal, que nos dé fuerzas para empezar de nuevo, cuando creamos que todo está perdido.