El Santo del día
7 de diciembre
Ambrosio
Oración a Ambrosio
Oh Santo Ambrosio, sabio maestro y defensor de la fe, te invocamos con reverencia y devoción. Intercede por nosotros ante el Todopoderoso, ilumina nuestros caminos con tu sabiduría y fortalece nuestra fe en tiempos de duda. Concede tu valiosa protección y guía, inspira nuestros corazones con tu ejemplo de rectitud y ayuda a propagar la justicia y la compasión en el mundo. Oh glorioso Santo Ambrosio, ruega por nosotros y acompañanos en nuestro viaje espiritual hacia la luz divina.
Amén.
La muerte del gobernador de Tesalónica, Buterico, y de varios de sus soldados a manos de la turba encolerizada que exigía la libertad del auriga Porcio –el mejor de la ciudad–, que no podría conducir su carruaje en las siguientes competencias (a causa del juicio que se le seguía por raptar a una sirvienta de palacio), enfureció de tal forma al emperador Teodosio, que ordenó una cruel represalia que le costó la vida a siete mil de los espectadores que asistían a una carrera dentro del circo, cuyas puertas fueron selladas y los asistentes asesinados a punta de espada y cuchillo.
Cuando Ambrosio, el obispo de Milán, se enteró de lo ocurrido, llamó a cuentas al monarca y una vez en su presencia, lo reconvino como un padre severo: le ordenó confesar su culpa, expiarla mediante arrepentimiento público y le impuso una dura penitencia que Teodosio se negó a cumplir. Entonces le prohibió la entrada a la iglesia, le retiró los sacramentos y en vista de que no volvía al redil, lo excomulgó y a los ocho meses –a finales del año 390–, el emperador no aguantó más y tal como se lo había exigido Ambrosio, se despojó de sus vestiduras reales, recorrió de rodillas toda la catedral de Milán, desde el atrio hasta el altar y allí, rostro en tierra, le pidió perdón a Dios y al obispo, que lo absolvió, lo levantó y lo abrazó llorando. Este hecho, se constituyó en la primera demostración práctica de la supremacía de la autoridad de la Iglesia, sobre el poder temporal.
Ambrosio (nacido en el año 340, en la ciudad de Tréveris, Italia) hijo del gobernador de la Galia –actual Francia–, perdió a su padre cuando aún era niño y su madre se radicó en Roma, en donde el joven adelantó sus estudios de griego, retórica, filosofía y derecho romano. Una vez graduado, empezó a litigar con notable éxito y su piedad cristiana –sin ser bautizado–, la aplicó en la defensa gratuita de los más desvalidos ante los tribunales, lo que llamó la atención del prefecto de la ciudad Anisio Probo, que lo nombró asesor suyo; en vista de su rectitud, transparencia y sentido de la equidad, se lo recomendó más adelante al emperador Valentiniano I, que lo designó gobernador de Milán y con apenas 30 años llegó a regir todo el norte de Italia.
En cuestión de meses ya tenía en su bolsillo a toda la población que lo consideraba como el mejor gobernante de su historia, prestigio que fue determinante cuando tras la muerte del obispo arriano, Auxencio, los partidarios de este prelado y los católicos, se enzarzaron en una ardua disputa por la posesión del obispado y Ambrosio entró a la catedral en donde estaban deliberando, para calmar los ánimos y su discurso conciliatorio caló tan profundamente que uno de los asistentes gritó: “Ambrosio Obispo” e inmediatamente el resto se unió al coro y fue elegido por unanimidad y aunque él se escabuyó, fue traído de regreso y aclamado con la aprobación del emperador Valentiniano. A continuación lo bautizaron, ordenaron sacerdote y el 7 de diciembre del año 374, a sus 35 años, lo consagraron obispo.
Después de repartir sus bienes, entre los pobres y la iglesia y consciente de su ignorancia religiosa, se puso en manos de san Simpliciano, que lo formó teológicamente y lo condujo a través de las Sagradas Escrituras, preparación que reforzó posteriormente con el estudio de los escritos de los autores más reconocidos de la Iglesia y se compenetró especialmente con las obras de Orígenes y san Basilio. Gracias a su indiscutible inteligencia, su preparación laica y un discernimiento sorprendente, Ambrosio asimiló en muy poco tiempo todo ese conocimiento, que con diligencia aplicó en la defensa de los fundamentos de la Iglesia frente al arrianismo al que prácticamente desterró de Milán, aunque para lograrlo, tuvo que enfrentarse a la emperatriz Justina y sus aliados arrianos, que le exigían la adjudicación de templos, reclamo que con presteza y firmeza, les negó Ambrosio.
Luego encaró al senado romano, que pretendía restablecer el culto a la diosa Victoria y con sus poderosos argumentos derrumbó sus aspiraciones y sometió a su autoridad a Teodosio. Al mismo tiempo, Ambrosio llevaba una vida austera y las puertas de su habitación estaban abiertas al pueblo las 24 horas para auxiliar a los pobres y a la par escribía incesantemente, hasta completar una portentosa obra (nutrida por el fructífero intercambio epistolar que sostuvo con sus amigos entrañables san Jerónimo y san Agustín, al que catequizó y bautizó), compuesta por varios tratados llamados: La fe, El Espíritu Santo, La encarnación del Señor, El libro de los misterios, el de Los sacramentos, Deberes de los ministros y muchas homilías, cartas pastorales e ingente cantidad de documentos apostólicos que continuó redactando hasta que sus fuerzas lo abandonaron y el 4 de abril –Viernes Santo– del año 397, murió a los 57 años, en Milán.
San Ambrosio fue declarado Doctor de la Iglesia en 1295 y con san Agustín, san Jerónimo y san Gregorio Magno, comparte el privilegio de ser considerado Padre de la Iglesia. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Ambrosio, que nos muestre el camino de la fe.