El Santo del día
23 de diciembre
San Juan Cancio
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Oración a San Juan Cancio
Oh San Juan Cancio, fiel servidor de Dios y ejemplo de humildad y sabiduría, te pedimos tu intercesión en nuestras vidas. Tú, que con tu amor por la educación y la verdad, guiaste a muchos hacia el conocimiento de Cristo, ayúdanos a encontrar la luz en nuestros caminos. Concédenos tu valentía para defender la fe y proclamar el Evangelio en un mundo que a menudo lo necesita. Que tu dedicación a la enseñanza y la caridad nos inspire a ser instrumentos de amor y comprensión. San Juan Cancio, modelo de rectitud y devoción, ruega por nosotros para que, siguiendo tu ejemplo, podamos vivir vidas llenas de fe y servicio a los demás.
Amén.
Todo parecía a pedir de boca, pues el río Solana estaba calmado, el vado habitual ofrecía la seguridad de siempre y por eso el confiado arriero entró a la corriente cabestreando el primer buey y los demás –cargados hasta el tope–, le seguían en fila, lenta y dócilmente, pero cuando la recua alcanzó la mitad del curso, una intempestiva creciente se le vino encima y arrancó de cuajo todas las mercancías a los lomos de las bestias, que libres del peso pudieron ganar la otra orilla en donde las esperaba el azorado y jadeante arriero, que se había salvado por un pelo y veía cómo las cargas bajaban dando bandazos contra las piedras, pero no perdió su esperanza y en medio de la angustia invocó a san Juan Cancio, del que era ferviente devoto. Al instante, los fardos –que ya iban muy lejos–, comenzaron a subir contra la tromba y como si tuvieran vida propia, eludían las piedras y los troncos que la impetuosa riada arrastraba en su desmadre y fueron arrimando uno a uno a la ribera en la que el dueño del cargamento observaba con estupefacción el milagro. Sobrepuesto del impacto, sacó los bultos –no faltaba ninguno–, los reacomodó en sus bueyes y continuó el camino, dándole gracias a Dios y a san Juan Cancio, por ese prodigio nunca visto.
Jan Kanty (nacido el 23 de junio de 1390, en Kety, Polonia), creció en Cracovia, una ciudad que por su ubicación, era el puente entre el oriente y el occidente europeos, y en ella confluían e intercambiaban sus productos, mercaderes españoles, italianos, franceses, húngaros, checos, eslovacos y turcos, entre otros. Tal cosmopolitismo le confirió a Juan Cancio –nombre latinizado y que es con el que la iglesia lo conoce– una amplia perspectiva cultural, que lo surtió de suficiente información para afirmar su fe evangelizadora, porque veía en esos forasteros un vacío espiritual, que él sentía la necesidad de llenar y por eso ingresó muy joven a la universidad de Cracovia –fundada por Casimiro el Grande, en 1364 y hoy es conocida como la Jagelloniana– que gozaba de gran prestigio y en ella adelantó con brillantez sus estudios: obtuvo el título de maestro de artes, luego se doctoró en filosofía en 1417, dos años después en teología y a continuación fue ordenado sacerdote.
Dadas sus notables calificaciones y su fogosa elocuencia, lo nombraron profesor de filosofía y teología del mismo claustro y Juan Cancio permaneció allí el resto de su vida, excepto una temporada de varios años, en la que por intrigas de algunos profesores envidiosos, fue enviado a Olkusz, como párroco y aunque no tenía experiencia en este tipo de apostolado, realizó en esa aldea una intensa y fecunda labor pastoral, mediante la cual rejuveneció la fe de sus feligreses, que entre otras cosas, cuando lo devolvieron a la universidad realizaron protestas y lloraron profusamente su partida, pero como contrapartida, los alumnos recibieron alborozados al afamado profesor que en adelante sólo salió para realizar dos peregrinaciones: una a Roma y otra pasando por la Ciudad Eterna a Tierra Santa; en una de esas oportunidades fue atracado en el camino y cuando los delincuentes huyeron, Juan Cancio recordó que todavía guardaba algunas monedas de oro en su faltriquera, entonces emprendió veloz carrera, alcanzó a los ladrones y se las entregó diciéndoles que le perdonaran porque no había caído en la cuenta de que tenía más dinero y ante esta actitud, los asaltantes, le devolvieron todo, se confesaron con él y recompusieron sus vidas.
Pero a pesar de ser un académico de toda la regla, Juan Cancio predicaba diariamente en las distintas iglesias de Cracovia, visitaba enfermos, socorría a los desvalidos a los que les regalaba hasta su manto o sus sandalias y siempre salía a las calles con sus comidas para dárselas a algún pobre en el que –decía Juan Cancio– veía a Jesús, cuyo rostro buscaba, además, en el permanente ayuno, penitencia y meditación a las que dedicaba el tiempo libre de las clases que preparaba con rigor al comienzo de la noche, porque el resto era para la oración y solo dormía dos horas en la madrugada.
A pesar de su avanzada edad y los achaques causados por su austeridad, san Juan Cancio, mantuvo inalterable su ritmo de trabajo, hasta que a los 83 años tuvo que rendirse y murió en su amado claustro, el 23 de diciembre de 1473. Fue canonizado en 1767, por el Papa Clemente XIII. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Juan Cancio, que nos enseñe a ser benignos, con los que nos hacen daño.