El Santo del día
15 de diciembre
Santa María Crucificada de la Rosa
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Oración a Santa María Crucificada de la Rosa
Oh Santa María Crucificada de la Rosa, Ejemplo de amor en la cruz y la entrega divina, Tu nombre resuena como melodía celestial, Guía nuestra alma hacia la luz que ilumina. En tu sacrificio encontramos consuelo y fe, Tu presencia, bendición que enaltece el ser, Rosa bendita, flor que emana compasión, Intercede por nosotros ante el trono del Señor. En cada pétalo de rosa percibimos tu amor, Caminas con nosotros, aliviando nuestro dolor, Tu devoción eterna es faro en la tempestad, Oh Santa María Crucificada, ruega por nuestra paz.
Amén.
Era cuestión de tiempo. Todos esperaban ese 12 de marzo de 1947, el desenlace fatal, pues la monja Pierina Gilli, de 36 años, ya había recibido la extrema unción e inconsciente, deliraba invocando constantemente a la fundadora de la Orden. Sus compañeras las Siervas de la Caridad, entonaban oraciones para ayudarle a bien morir y de pronto se incorporó con inusitada energía mirando hacia un lugar indeterminado de la habitación y absorta se mantuvo sonriendo unos minutos (al mismo tiempo, la estancia se llenó de una dulce fragancia), luego se dejó caer sobre su almohada, poco a poco se fue aquietando y al cabo de un rato se sumió en un plácido sueño, del que despertó rozagante al otro día y sus hermanas que continuaban a la expectativa, en su cabecera, le preguntaron sorprendidas sobre su milagrosa recuperación y ella les respondió que su venerable madre, santa María Crucificada de la Rosa –creadora de la congregación–, se le apareció en medio de un radiante halo de luz, le aplicó un fragante ungüento en la cabeza y la espalda, la consoló y le dijo que su misión en la tierra aún no terminaba. A los tres días la hermana Pierina Gilli revoloteaba como enfermera entre los pacientes del hospital de los niños de Brescia, imitando en todo a santa María Crucificada de la Rosa.
María Paola de la Rosa (nacida en Brescia, Italia, en 1813), era hija de un acaudalado industrial, que quedó viudo cuando la niña contaba once años y su piadoso padre, quiso que los principios cristianos que la madre le había inculcado se acrecentaran y por eso confió su educación a las monjas de la Visitación, que no tuvieron que hacer mucho esfuerzo, porque de por sí, María Paola, era un dechado de virtudes entre las cuales se destacaba su desprendimiento, generosidad y entrega a las niñas más pobres, desamparadas o en peligro de caer en las garras de la prostitución y aunque su belleza atraía a encumbrados pretendientes, ella le hizo saber a su progenitor que se mantendría virgen y entregada a Dios a través del servicio al prójimo y Clemente de la Rosa, con gran tino, respetó el deseo de su hija –que apenas contaba 19 años– y a petición suya, le abrió las puertas de Acquafredda, su fábrica de hilados, en donde la inquieta María Paola de la Rosa organizó a las obreras –que permanecían toda la semana en la factoría– en una fraternidad de oración, asistencia mutua y ayuda a las niñas de la calle y en vista del éxito obtenido, amplió su radio de acción en la hacienda familiar con sus trabajadoras y a su iniciativa se unieron otros terratenientes que con su asesoría, hicieron lo propio en sus estancias.
Cuando una epidemia de cólera hizo su aparición en Brescia, en 1836 –contra la voluntad de su indulgente padre–, se lanzó a las calles y a las casas de los infectados y con su compañera y amiga la viuda Gabriela Bornatti, desplegó toda su misericordia, aseando, alimentando, orando y asistiendo a los moribundos, con tal celo y dedicación que siguiendo su ejemplo, muchas doncellas de la ciudad se le unieron y estas voluntarias, precisamente, fueron las que la siguieron cuando al terminar el flagelo aceptó la organización y dirección de un taller hogar para niñas abandonadas o vulnerables a la prostitución y aunque el proyecto colmaba las expectativas de la población, decidió a sus 24 años, hacer rancho aparte (porque la burocracia le atravesaba palos a la rueda) y entonces abrió su propio hogar para niñas sordomudas y desamparadas y fundó en 1840, la congregación de las Siervas de la Caridad y adoptó el nombre de María Crucificada de la Rosa.
Con la ayuda de su padre que le cedió una amplia edificación y de su director espiritual y mentor, monseñor Faustino Pinzoni, redactó las constituciones. Por esa época se desató la guerra de la reunificación italiana, en la que santa María Crucificada de la Rosa se multiplicó con sus monjas exponiendo sus vidas temerariamente, para atender a los heridos en los hospitales y en los campos de batalla. Todas las vicisitudes sufridas en medio de los combates y los continuos ataques de sus enemigos –que no aceptaban mujeres en estas lides–, se vieron recompensadas en 1850, cuando el papa Pío IX, aprobó oficialmente su congregación, que comenzó a expandirse por toda Italia y en ello ocupó los últimos cinco años de su vida, porque a los 42 años, su vida austera y su frágil salud, le cobraron sus excesos y murió el 15 de diciembre de 1855, en su amada Brescia y después de su fallecimiento siguió haciendo el bien, eso fue lo que afirmó, Pierina Gilli, tras la aparición de santa María Crucificada de la Rosa, que le devolvió la salud y la fe. Fue canonizada por el papa Pío XII, en 1954. Por eso, hoy día de su festividad, pidámosle a santa María Crucificada de la Rosa, que estimule en nosotros la disposición de hacer el bien, sin mirar a quién.