El Santo del día
14 de diciembre
San Juan de la Cruz
Oración a San Juan de la Cruz
En la senda espiritual, tu luz resplandece, San Juan de la Cruz, guía en la oscuridad, Doctor místico, en lo divino floreces, En tu poesía, alma y amor en claridad. Tus versos son senda, almas buscan tu rastro, Camino de ascenso hacia la unión anhelada, En la noche oscura, el alma halla su astrolabio, Tu llama encendida, eterna y consagrada. En la contemplación, tu voz se alza serena, En el silencio, alma y Dios se entrelazan, Oh Santo Juan de la Cruz, luz en la pena, En tu legado, ansias y almas se abrazan.
Amén.
Después de una accidentada caminata a tientas por los vericuetos de la cárcel de Toledo, en esa noche del 15 de agosto de 1578, Juan de la Cruz encontró por fin, –tal como la Santísima Virgen se la había mostrado, en una aparición reciente–, la anhelada ventana del torreón que daba al río y sin tomarse un respiro, se las ingenió para amarrar al ventanuco una ristra de sábanas anudadas entre sí, y al amparo de la densa oscuridad reinante, se descolgó; al llegar al final de la improvisada cuerda, se dio cuenta de que le faltaban algunos metros para tocar el suelo y corría el doble peligro de caer –desde ese acantilado sobre el que se asentaba la prisión–, a las embravecidas aguas del Tajo, o del otro lado del muro junto a la garita, en donde los centinelas montaban guardia. Entonces cerró los ojos, se encomendó a la Santísima Virgen, se soltó y más que una interminable caída libre, fue un suave vuelo, al final del cual, sintió que lo descargaron delicadamente en tierra firme. Cuando entreabrió los ojos se llevó tamaña sorpresa, porque estaba en campo abierto al otro lado del río, fuera del alcance de sus enemigos.
Juan de Yepes Álvarez (nacido el 24 de junio de 1542, en Fontiveros, España), era hijo de un tejedor toledano que murió cuando él contaba cuatro años y la familia, que quedó en la indigencia, tuvo que trasladarse a Medina del Campo en donde, Juan adelantó sus estudios básicos con enorme esfuerzo –pues tenía que ayudar a la manutención de sus hermanos– y dada su consagración al aprendizaje, pudo ingresar en 1559, al colegio jesuita local, en el que fue un alumno aventajado en latín, literatura, poesía, retórica, oratoria y filosofía, pero también se distinguió por su acendrada piedad, lo que le allanó el camino para vestir, al cumplir 21 años, el hábito de los Carmelitas, en 1563, con el nombre de fray Juan de San Matías y al poco tiempo sus superiores lo enviaron a estudiar teología en la Universidad de Salamanca, de la que egresó en 1567, e inmediatamente fue ordenado sacerdote y regresó a Medina del Campo, para celebrar su primera misa, tras la cual conoció a Teresa de Jesús, quien en esos días estaba ocupada en la fundación de un convento Carmelita Reformado, en ese pueblo. Este encuentro selló su profunda amistad, cambió sus vidas y las de los carmelitas.
Ante la mitigación de la rígida regla de san Alberto, que relajó el espíritu carmelita, fray Juan de san Matías, que se sentía desencantado por ello, pensó en volverse cartujo, para dedicarse completamente a la oración, la meditación y el silencio, pero santa Teresa, (que lideraba el cambio de estructuras de las dos ramas: masculina y femenina de la Orden del Carmelo), lo convenció para que se sumara a su lucha y él, –con nuevo nombre: Juan de la Cruz–, aceptó con entusiasmo la misión, fundando en 1568, el primer convento Carmelita Descalzo en Duruelo, en el que aplicó con toda rigurosidad la Regla Primitiva de san Alberto.
En 1570 erigió otro monasterio en Mancera y un año después fue nombrado rector del Colegio Convento de los Carmelitas Descalzos recién abierto en Alcalá de Henares y como maestro de novicios, le devolvió a la orden carmelitana su espíritu original, lo que le generó intensos roces con los “Calzados”, que veían amenazada su comodidad y para sacarlo del camino inventaron toda suerte de calumnias que surtieron efecto y Juan de la Cruz fue a dar con sus huesos a la cárcel, injusta prisión que soportó estoicamente y la aprovechó para componer el Cántico espiritual, su obra poética más famosa, inspirada en el Cantar de los Cantares, (se dice que es lo mejor que se ha escrito en la lengua castellana en toda su historia), la que por no tener cómo ni con qué escribirla, la memorizó y tras su fuga la transcribió.
A la par, continuó levantando y dirigiendo monasterios de Carmelitas Descalzos, en compañía de santa Teresa –de la que fue su director espiritual hasta su muerte acaecida en 1582– y edificando almas mediante sus inconmensurables textos: La noche oscura del alma y Subida al Monte Carmelo, que en su conjunto, se refieren a las sequías espirituales y los caminos para salir de ellas y ascender a Dios; Llama de amor viva: un canto poético que habla de la unión amorosa total entre Dios y el hombre y la escribió en quince días. Estas tres obras más el Cántico espiritual, son consideradas las cuatro joyas de la literatura cristiana en Occidente. A lo anterior habría que sumarle una ingente cantidad de poemas sueltos, dichos, pensamientos espirituales y cartas a sus monjes y monjas.
Al final de sus días san Juan de la Cruz, fue relegado por sus superiores y maltratado sin contemplación en un oscuro convento de la Orden, en Úbeda, en donde murió el 14 de diciembre de 1591, cuando contaba 49 años. Fue canonizado en 1726 por el papa Benedicto XIII y en 1926, el papa Pío XI, lo proclamó: “Místico Doctor de la Iglesia”. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Juan de la Cruz, que nos indique como hacer del amor de Dios, nuestro mejor poema.