El Santo del día
8 de diciembre
La Inmaculada Concepción
Oración a La Inmaculada Concepción
«Oh María, Madre llena de gracia, Inmaculada Concepción, tú que fuiste concebida sin mancha original, te imploro con humildad en mi corazón. Tú, que por la voluntad divina, te convertiste en el sagrario puro donde habitó el Verbo encarnado, te ruego que intercedas por mí ante tu Hijo amado. Concédenos, Madre Santa, tu bondadosa protección en cada jornada de nuestra vida. Que podamos seguir tu ejemplo de entrega, pureza y amor. Guíanos en nuestro camino hacia la santidad y concédenos la gracia de vivir conforme a la voluntad de Dios. Oh Inmaculada Madre, escucha nuestras súplicas, fortalece nuestra fe y danos la paz que solo puede venir de tu Hijo Jesucristo.
Amén.
A Joaquín, refugiado en el aprisco con sus ovejas desde hacía 40 días, un ángel -según el protoevangelio de Santiago-, le dijo: “Joaquín, Joaquín, el Señor ha oído y aceptado tu ruego. Sal de aquí, porque tu mujer, Ana, concebirá en su seno”. En ese momento Ana que oraba en su jardín recibió la visita del mismo ángel, quien le aseguró que: “El Señor ha escuchado y atendido tu súplica. Concebirás y parirás, y se hablará de tu progenitura, en toda la tierra”. Esa era la respuesta que estos piadosos esposos judíos de edad avanzada esperaban desde hacía muchos años y por fin Dios, les obsequiaba de manera inmaculada, a ellos y a la humanidad, la criatura más perfecta de la creación: María, que sería el crisol en el que germinaría, Jesús, la Luz del Mundo y desde entonces ¡Llena de Gracia! -como la llamó el arcángel Gabriel, cuando le anunció su misión- es la Inmaculada Madre de Dios.
Así lo reconocieron desde los albores del cristianismo los Padres y los Doctores de la Iglesia, quienes sentaron las bases de su Inmaculada Concepción, la misma que a lo largo de los siglos pregonaron, ensalzaron y afirmaron en el corazón de todos los católicos como una verdad inmutable y aunque a su alrededor se suscitaron controversias, siempre terminaba imponiéndose lo que a todas luces era una verdad incuestionable: su Inmaculada Concepción.
Los grandes teólogos de los primeros siglos del cristianismo, se referían específicamente a la pureza de María, a su exención del pecado original por redención anticipada -al ser escogida por Dios como Madre de su Hijo- decían unos, mientras otros afirmaban que simplemente, Dios, la preservó libre de pecado y de toda mancha o efecto de ese pecado original y hacían la analogía de algo que cae y es purificado (que equivale a redención) o algo que es detenido en la caída antes de tocar el suelo (que es igual a preservación). Lo cierto del caso es que unos y otros coincidían en que María,, era pura e inmaculada, tal como lo reconoció el ángel cuando en el anuncio, le dijo: “María llena eres de gracia”, lo que se interpretó como que es la única criatura -aparte de Jesús-, libre de pecado, sin mancha a los ojos de Dios, desde su concepción.
Ya desde el siglo VII, por iniciativa de san Ildefonso, arzobispo de Toledo, se celebraba la Fiesta de la Inmaculada Concepción en España y en el siglo IX, también se realizaba en Nápoles y paulatinamente se fue extendiendo en los monasterios europeos. Durante la edad media muchos reyes y señores feudales encomendaron sus cofradías, órdenes, huestes y ciudades a la Inmaculada Concepción y tal advocación tomó mayor fuerza luego de que el 8 de diciembre de 1585, durante la batalla de Empel, que libraban los españoles contra fuerzas flamencas y todo estaba perdido, un soldado español, cavando una trinchera desenterró una tabla en la que estaba pintada la Inmaculada Concepción y encomendados a ella, vencieron al enemigo y eso contribuyó a que desde 1644, fuera fiesta de guardar obligatoria, en todo el imperio español -incluida América- y por orden del papa Clemente IX, en 1708, se convirtió en celebración universal de la iglesia, pero apenas el 8 de diciembre de 1854 (en presencia de 43 cardenales, 54 arzobispos, 92 obispos y una ingente cantidad de fieles que desde la noche anterior colmaban la Plaza de San Pedro y permanecían en vigilia con cirios encendidos, hecho del que nació la tradición de la noche de las velitas), la Inmaculada Concepción fue declarada dogma de la iglesia por el papa Pío IX y cuatro años después, en 1858, la misma Virgen María, reafirmó esta verdad revelada por Dios, en una de sus apariciones en Lourdes, cuando Bernardette Soubirous, (analfabeta que no sabía nada sobre el dogma y su nombre), le preguntó, qué quién era ella y la Santísima Virgen le respondió: “Soy la Inmaculada Concepción”. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a la Inmaculada Concepción, que interceda por nosotros ante su divino hijo.