El Santo del día
5 de diciembre
San Sabas
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Oración a San Sabas
Oh glorioso San Sabas, fiel servidor de Dios y ejemplo de virtud, te imploramos tu intercesión y ayuda. Con humildad y devoción, acudimos a ti en busca de tu guía y protección en nuestras vidas. Concédenos tu valiosa asistencia para superar nuestras dificultades y fortalecer nuestra fe en Dios. Oh santo venerado, escucha nuestras súplicas y ruega por nosotros ante el Señor.
Amén.
Después de varios años de soledad, meditación, oración y ayuno en su cueva empotrada sobre una cornisa que miraba hacia el torrente Cedrón, en las cercanías de Jerusalén y a la que solo se podía subir trepando por una cuerda, Sabas fue descubierto por unos monjes que desde hacía tiempo lo buscaban con insistencia para acogerse a su dirección espiritual y con el paso de los días, llegaban más aspirantes, hasta que se reunieron ciento cincuenta que aunque no tenían en donde acomodarse se resistían a abandonar la región; entonces al sabio ermitaño no le quedó otro camino que aceptarlos y con humilde firmeza puso manos a la obra: comenzó con la construcción de una “Laura” (término griego que equivale al de claustro en occidente) y los entusiasmados monjes a la par que oraban, trabajaban de sol a sol soportando las elevadas temperaturas del inclemente desierto y muchos de ellos se desmayaban deshidratados, pues la poca agua que podían consumir, debían acarrearla desde muy lejos.
Como la salud de los estoicos anacoretas menguaba con el paso de los meses, Sabas se apiadó de ellos y una tarde especialmente canicular, se arrodilló junto a los cimientos de la edificación y con fervor le pidió a Dios que les regalara la preciada agua. Al instante apareció un asno que comenzó a patear sobre el suelo a unos pasos de distancia y el mismo santo excavó en donde señalaba el borrico; de repente, surgió de las entrañas de la tierra un chorro en el que calmaron el calor y la sed los ávidos trabajadores y luego el surtidor se convirtió en un manantial del que todavía se abastece el monasterio de Mar Saba, aún en pie, ocupado por monjes de su tradición y en el que se venera al incorrupto san Sabas.
Sabas (nacido en Mutalaska, actual Turquía, en el año 439), era hijo de un oficial del imperio bizantino que por su constante movilidad se vio obligado a dejar a su pequeño al cuidado de un cuñado maltratador, hecho que el infante no soportó y buscó la protección de otro ambicioso tío que lo aceptó pero exigió que se le entregaran los bienes que pertenecían al niño y al suscitarse una confrontación entre estos parientes, Sabas huyó y se asiló en un monasterio cercano en el que descubrió su vocación eremita y aunque más adelante su familia intentó convencerlo para que abandonara la vida religiosa se reafirmó en ella y cuando contaba 18 años peregrinó a Jerusalén.
Luego de visitar los santos lugares pidió a san Eutimio (que por entonces era el anacoreta más respetado de Tierra Santa), que lo admitiera como su discípulo, pero éste no lo aceptó por su juventud y con prudencia se lo recomendó a san Teoctisto, a la sazón abad de un monasterio cercano, en el que recibió una exigente formación monacal y como su riguroso ejemplo era una piedra en el zapato para el relajado estilo de vida que imperaba en el cenobio, los demás novicios le hicieron la vida imposible, entonces, Sabas se fue a vivir a una alejada gruta en la que permaneció cuatro años en oración, meditación y solo tenía contacto con san Eutimio, a quien acompañaba anualmente al mismo desierto en el que Jesús se había refugiado y como Él, ayunaban –separados y en silencio–, durante cuarenta días antes de Semana Santa.
Tras la muerte de san Eutimio, se trasladó a la gruta de la cornisa junto al Cedrón en donde lo encontraron los postulantes que iban en pos de sus enseñanzas atraídos por la fama de su santidad y como no pudo negarse, Sabas asumió su conducción espiritual y construyó con ellos la Gran Laura (convento que hoy conoce la historia como Mar Saba, denominada así en su honor), en la que impuso la pesada regla de san Pacomio, de cuya rigidez se quejaron más adelante sus discípulos ante Salustio, el patriarca de Jerusalén, que respondió en el 490, ordenándolo sacerdote (aunque Sabas no quería aceptar la unción por considerarse indigno) y nombrándolo abad de su monasterio del que dependían los monjes internos y todos los que vivían en grutas individuales diseminadas por toda Palestina y poco a poco logró reunirlos en una sólida comunidad monacal, que se convirtió en el referente del movimiento ascético de la edad media.
A pesar de su acendrada tendencia a la soledad y su avanzada senectud, Sabas se vio impelido a salir a la palestra para combatir a Nestorianos, Monofisistas y otras herejías, que estaban estropeando la unidad de la Iglesia y por encargo del patriarca de Jerusalén, visitó en varias oportunidades a los emperadores de Constantinopla quienes le ayudaron a neutralizar los avances de esas disidencias. En el último de sus viajes, Sabas obtuvo del emperador Justiniano, el perdón para los samaritanos que rebelados contra el imperio habían sido objeto de una dura represión de las tropas estatales; consiguió la rebaja de los impuestos a los habitantes de Palestina; la plena protección de los peregrinos en los caminos de Tierra Santa; la construcción de un hostal para ellos en Jerusalén y la erección de una muralla para resguardar su monasterio de las recurrentes incursiones de los facinerosos que infestaban sus alrededores.
La extenuante travesía de su retorno acabó con las pocas fuerzas que le quedaban a san Sabas, pero alcanzó a llegar a su convento en donde asistido por el propio patriarca de Jerusalén, falleció a los 94 años, el 5 de diciembre del año 532 y allí todavía reposan sus restos. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Sabas, que nos enseñe a encontrar a Dios en el silencio.