El Santo del día
4 de diciembre
San Juan Damasceno
Oración a San Juan Damasceno
«Oh glorioso San Juan Damasceno, fiel defensor de la fe y sabio maestro de la Iglesia, ruega por nosotros ante el trono de Dios. Tú, que con tu ardiente amor por la verdad y tu profunda sabiduría, guiaste a muchos hacia la luz de la fe, intercede por nosotros en nuestros momentos de duda y confusión. Concédenos, oh amado santo, la gracia de una fe inquebrantable, la fortaleza para defender la verdad y la humildad para aceptar la voluntad de Dios en nuestras vidas. Que tu ejemplo de entrega y devoción nos inspire a seguir fielmente a Cristo en todo momento. San Juan Damasceno, patrón de los teólogos, ruega por nosotros para que, siguiendo tu legado, podamos crecer en sabiduría espiritual y en amor por Dios y nuestros hermanos.
Amén.
A medida que leía la carta, el rostro del califa Herscham se encendía de ira, porque le parecía inconcebible que Juan Damasceno, su tesorero y hombre de absoluta confianza, fuera capaz de ofrecerle en bandeja de plata el reino de Damasco a su enemigo el emperador bizantino León III –apodado, Isaurico–, al que le prometía abrirle las puertas de la ciudad para que entrara y la arrasara. Entonces lo mandó a llamar y cuando lo tuvo en su presencia le recriminó el hecho de que por ser el único cristiano que formaba parte de su círculo íntimo y tenía acceso a sus secretos y a los del estado, su traición era más dolorosa y por lo tanto merecía la pena de muerte. Damasceno proclamó su inocencia y le señaló que los rasgos de su letra diferían de la sutil falsificación. Ante estos argumentos, el califa, empezó a dudar, pero como soberano, no podía retractarse y optó por conmutarle la pena de muerte por la amputación de su mano derecha con la que supuestamente había escrito la misiva.
Esa misma tarde se la cercenaron y le concedieron la gracia de guardarla, lo que hizo con mucho cuidado, Juan Damasceno, quien milagrosamente había perdido muy poca sangre y pudo regresar por sus propios medios a casa en la que se encerró a orar y a pedirle a la Santísima Virgen que le ayudara a demostrar su inocencia y –cuenta la tradición–, que al instante la mano se adhirió al brazo sin que quedara huella alguna de la mutilación y al otro día compareció ante el califa Herscham, que al ver probada su rectitud, mediante ese prodigio, le pidió perdón, le ofreció los más altos cargos, honores y que todo lo que deseara, se lo concedería. Juan Damasceno solo le solicitó que le permitiera cristalizar su viejo anhelo de dedicar su vida a Dios en el silencio de un monasterio y el compungido monarca tuvo que aceptar su solicitud, sin chistar.
Juan Manzur (nacido en Damasco, en el año 676), era hijo de Sergio Manzur, que pese a su condición de cristiano logró escalar a la posición de ministro de las finanzas, del califato de Damasco, gracias a su probidad, transparencia y a su acendrada piedad, lo que le concedió la libertad de educar a su hijo con los mejores preceptores, entre los cuales, un viejo y sabio monje llamado Cosme, que se encargó de su esmerada formación religiosa y lo convirtió en un hombre devoto, de oración constante y notable erudición sobre Sagradas Escrituras, pero tras la muerte de su padre, Juan Damasceno –nombre con el que ya se le conocía y que es el gentilicio de los nacidos en Damasco–, heredó su cargo de ministro de finanzas, en el que demostró su capacidad administrativa y una honestidad a prueba de todo. Esa pulcritud y sus vastos conocimientos, le permitieron enfrentar con autoridad moral y sólidos argumentos, los ataques de León Isaurico contra la Iglesia católica y los fieles, que veneraban las imágenes de Nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Virgen. Entonces el iconoclasta emperador bizantino (cuya persecución no podía alcanzar a Juan Damasceno, por ser un dignatario extranjero), quiso hacerlo caer en desgracia con el califa Hescham, enviándole la carta con su firma falsificada, pero no logró su cometido.
Una vez liberado de sus obligaciones, Juan Damasceno repartió todos sus bienes y posesiones entre los pobres y se retiró a un monasterio en Palestina, en el que se dedicó a orar, ayunar, a llevar una vida muy austera y a recopilar, sistematizar y resumir los escritos de los doctores de la iglesia, con un lenguaje tan simple, que puso esos conocimientos al alcance de todos. Y de su propia cosecha publicó relevantes obras, entre las que se destacan: La fuente del conocimiento, que compila las teorías de los grandes teólogos de la antigüedad; Introducción elemental a los dogmas, un tratado filosófico, fuente de consulta de los teólogos de todos los tiempos; Exposición y declaración de fe, que es el conjunto de las verdades fundamentales de la fe católica; El libro de las herejías, en el que reúne, describe y analiza las 108 herejías, que habían surgido desde los comienzos del cristianismo y hasta sus días.
Inmerso en estos estudios y escritos, pasó la mayor parte de su vida monacal como simple monje, hasta que al final de sus días por petición expresa del patriarca de Jerusalén, fue ordenado sacerdote y continuó escribiendo hasta su muerte acaecida en el año 749. El papa León XIII, lo declaró Doctor de la Iglesia, el 19 de agosto de 1890. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Juan Damasceno, que nos defienda de la mentira y la calumnia.