El Santo del día
3 de diciembre
San Francisco Javier
Oración a San Francisco Javier
San Francisco Javier, apóstol de las misiones, te invocamos con humildad y devoción. Tú, que viajas por tierras lejanas para llevar el mensaje de Cristo a los corazones necesitados, te pedimos tu intercesión en nuestras vidas. San Francisco Javier, patrón de los misioneros, danos la fortaleza y la valentía para difundir la fe y el amor de Dios en cada rincón del mundo en el que nos encontramos. Que tu ejemplo de entrega y sacrificio nos inspire a ser testigos de la palabra de Dios en nuestras acciones y palabras diarias. San Francisco Javier, ruega por nosotros y ayúdanos a ser instrumentos de paz y esperanza en un mundo que tanto lo necesita.
Amén.
Ya hacía cuatro meses que lo esperaba pacientemente y tampoco ese día apareció el capitán chino que habría de llevarlo clandestinamente a China (a cambio de 20 quintales de pimienta que ya le había entregado), pero Francisco Javier no perdía la esperanza y continuaba mirando hacia lontananza a la espera de que en el horizonte emergiera el anhelado buque y por eso sentado en la piedra de siempre, presa de la fiebre, tiritando y orando, soportaba estoicamente el embate de la gélida ventisca que batía inmisericordemente a la isla de Sanchón, ubicada a 20 kilómetros de la costa continental china.
Cuando el último vestigio de sol se hundió en el mar, se levantó pesadamente y trastabillando penetró en la barraca en la que las corrientes de aire se colaban silbando por entre las junturas de la madera, de tal suerte, que parecía confinado en un túnel de viento. Se recostó en su jergón y Antonio de Santafé, –un converso japonés, que era su fiel escudero–, lo cubrió con una tosca cobija, mientras Francisco Javier respiraba con dificultad y jadeando, invocaba febrilmente el nombre de María Santísima. Esa lenta agonía se extendió hasta la madrugada y poco antes de amanecer, su abnegado compañero puso un cirio en sus manos y desde ese instante la llama y la vida de Francisco Javier se fueron apagando al unísono y se extinguieron definitivamente, en el momento en que despuntó el sol, ese sábado 3 de diciembre de 1552.
Francisco Jasso Azpilicueta Atondo y Aznares (nacido el 7 de abril de 1506, en el Castillo de Javier, en Navarra, España), era el último hijo del presidente del Real Consejo de los Reyes de Navarra, razón por la cual, pasó sus primeros años en medio del ruidoso y frívolo mundo cortesano que se le derrumbó cuando Navarra fue atacada por Fernando el Católico, rey de Castilla y Aragón y el Castillo de Javier –que era el feudo de su familia–, resultó destruido y su padre –dice una crónica de la época– murió de tristeza en el exilio, en 1516. Francisco Javier, desencantado por esos avatares, se refugió en la soledad, la meditación y al cabo de un tiempo en 1525, se fue a estudiar al Colegio de Santa Bárbara de París.
Cinco años después se graduó de maestro de artes y empezó a ejercer como docente de filosofía a la par que estudiaba teología y en esas, conoció y trabó una perenne amistad con san Ignacio de Loyola, quien a través de sus ejercicios espirituales, lo condujo a la presencia de Cristo y Francisco Javier se convirtió así, en su primer discípulo y cofundador de la Compañía de Jesús. Juntos se ordenaron sacerdotes en Venecia, en 1537.
Aunque intentaron peregrinar a Tierra Santa, tuvieron que resignar su deseo y con la aquiescencia del papa, se dedicaron a fortalecer la Compañía de Jesús, a evangelizar, asistir a los menesterosos y atender a los enfermos y en 1541 a petición del rey de Portugal, Ignacio envió a Francisco Javier como misionero a India adonde llegó el 6 de mayo de 1542 y desde la ciudad de Goas –última avanzada portuguesa en India–, emprendió una epopeya misionera que no ha tenido par en la historia: en la islas de Pesquería, Francisco Javier redimió a los explotados pescadores de perlas, que morían muy jóvenes a causa de las constantes inmersiones; se adentró en India y se hizo igual a los parias a los que conquistó con su blando corazón; en Malaca, convirtió a todas las tribus; en las Islas Molucas, catequizó a los nativos y a los contrabandistas de especias; a Ceilán que era budista, la transformó en cristiana; se anduvo medio Japón y regó la semilla del evangelio, en más de cien de sus islas.
Era tal su labor y su cansancio que hubo un mes en el que Francisco Javier, bautizó a diez mil personas –según su propio registro– y como ya no daba más, tenían que levantarle la mano para impartir la bendición. A pesar de que en diez años –según cálculos basados en sus rutas–, Francisco Javier recorrió más de 100 mil kilómetros, sin que su frágil salud, sus constantes ayunos y penitencias lo detuvieran, no estaba satisfecho porque su premio mayor era China y hacia ella encaminó sus esfuerzos.
Sin embargo por orden del capitán de marina portugués, Álvaro de Ataide, lo dejaron abandonado en la isla de Sanchón, en donde Francisco Javier contrajo pulmonía y aunque aguantó varios meses, al fin su vida se apagó como una llamarada vencida por el torbellino. Fue canonizado por el papa Gregorio XV, el 12 de marzo de 1622, el mismo día que su maestro y amigo, san Ignacio de Loyola. Por eso hoy 3 de diciembre, día de su festividad, pidámosle a san Francisco Javier, que nos enseñe a evangelizar sin miedo.