El Santo del día
4 de noviembre
San Carlos Borromeo
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Oración a San Carlos Borromeo
Dios misericordioso y divino guía, En este momento de oración, nos dirigimos a ti recordando la vida de San Carlos Borromeo, quien dedicó su vida a servir a tu Iglesia y a los necesitados. Te agradecemos por el ejemplo de santidad que nos dejó y su compromiso con la fe. San Carlos, patrón de los catequistas y de quienes buscan la renovación espiritual, te pedimos que intercedas por nosotros. Inspíranos a vivir con pasión y fervor nuestra fe, a través del estudio de tu Palabra y el servicio a los demás. Que, siguiendo el legado de San Carlos Borromeo, podamos ser testigos vivos de tu amor y misericordia en el mundo. Que nuestra vida sea un reflejo de tu luz divina, guiándonos hacia la santidad.
Amén.
La ciudad de Milán, engalanada y alborozada, recibía a los peregrinos que acudían a ganar indulgencias en el jubileo declarado por el arzobispo-cardenal, Carlos Borromeo, y entre sus visitantes ilustres llegó el 11 de agosto de 1576, el príncipe Don Juan de Austria, gobernador de los Países Bajos, quien con una tropa pequeña, iba de paso y tras permanecer 48 horas en la ciudad continuó su camino, pero dejó la peste negra que uno de sus soldados había contraído. La epidemia se propagó como fuego en pasto seco y mientras las autoridades y todos los nobles salieron despavoridos. Carlos Borromeo, que estaba fuera de Milán, al conocer la noticia, regresó inmediatamente y se puso al frente de la situación: convirtió el palacio arzobispal en un hospital y allí mismo hospedó a los sacerdotes de todas las parroquias de su arquidiócesis a los que organizó en brigadas con los monjes y monjas de los monasterios de la región para atender a los afectados. Como los hospitales no daban abasto, ordenó que en las casas vacías de la periferia fueran acogidos los enfermos y dado que el comercio agotó sus existencias, vendió todo lo que poseía la Iglesia y mandó a traer alimentos con los que mitigó el hambre de toda la ciudad; el cortinaje de los templos y de su casa los descolgó para hacer vestidos y personalmente alimentaba, cuidaba, asistía a los enfermos, curaba a los infectados y enterraba a los muertos con sus propias manos; hizo levantar altares en parques, calles y plazas, en las que se turnaba con los sacerdotes para oficiar misas constantemente y cuando la peste desapareció, Carlos Borromeo caminó 150 kilómetros hasta Turín, para orar ante la Sábana Santa en acción de gracias.
Carlos Borromeo (nacido en Arona, Italia, el 2 de octubre de 1538), pertenecía a una de las familias más poderosas de Milán y en 1559, luego de graduarse con honores en derecho canónico y civil en la Universidad de Pavía, su tío, el recién electo papa Pío IV, le otorgó el capelo cardenalicio –sin ser sacerdote–, a los 22 años, lo nombró Secretario de Estado del Vaticano y administrador de la arquidiócesis de Milán, aunque en principio hubo reticencia por parte del clero y las autoridades civiles (que veían con malos ojos ese acto de nepotismo del pontífice). Muy pronto, Carlos Borromeo se ganó el respeto de todos y el cariño del pueblo, gracias a su preclara inteligencia, su precoz sabiduría para impartir justicia, su vida austera y sus incuestionables dotes de administrador, lo que fue determinante para que el papa le encargara en 1562, la organización de la última etapa del Concilio de Trento, en el que bajo su conducción puso a salvo a la Iglesia de la feroz arremetida de la reforma protestante, le dio herramientas para enfrentarla y reforzó sus estructuras doctrinarias y dogmáticas.
Al morir su hermano mayor que era el heredero de la fortuna familiar, este patrimonio pasó a sus manos, pero Carlos Borromeo, en una insólita muestra de desapego, renunció a ella en favor de Julio, su tío materno. Se ordenó sacerdote y dos meses más tarde, recibió la consagración episcopal. Tras la muerte del papa Pío IV, obtuvo permiso de su sucesor Pío V, para ponerse al frente de la arquidiócesis de Milán, que hasta entonces había administrado desde Roma y al llegar a la ciudad, Carlos Borromeo tuvo que poner orden en la casa, dada la laxitud del clero y la evidente apatía de los feligreses. Vendió todos los objetos preciosos del palacio y con el producto de su venta, Carlos Borromeo alimentó y dio techo a cientos de familias pobres durante mucho tiempo; acabó con el lujo en el que vivían los clérigos y por eso atentaron varias veces contra su vida. Con su intrepidez y valentía, Carlos Borromeo salvó a Milán de la peste negra; puso en marcha los cambios litúrgicos aprobados por el concilio; abrió 740 escuelas dominicales dirigidas por 3 mil catequistas que enseñaban a 40 mil alumnos y fundó seis seminarios para formar a los sacerdotes, de acuerdo con las innovaciones conciliares.
Sus permanentes ayunos, sus extensas jornadas de trabajo y oración, la penitencia constante y las escasas horas de sueño, le pasaron factura muy temprano a Carlos Borromeo, porque el mismo mes en que cumplía 46 años, su salud empezó a apagarse y el 4 de noviembre de 1584, murió apaciblemente, en medio del llanto de los milaneses. Fue canonizado por el papa Paulo V, en 1610. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Carlos Borromeo, que nos dé la valentía suficiente para renunciar a todo por seguir a Jesús.