El Santo del día
25 de octubre
Los Santos Macabeos
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Oración a Los Santos Macabeos
Oh Santos Macabeos, valientes y firmes, En defensa de la fe, no cedieron ante los vientos, Con coraje y convicción, enfrentaron tiempos aciagos, Hoy acudimos a ustedes, modelos de sufrimiento. En medio de la persecución y la adversidad, Mantuvieron la fe con tenacidad, Intercedan por nosotros con su humildad, Para que en nuestra vida, haya fidelidad. Santos Macabeos, ejemplo de lealtad, En su lucha, encontraron libertad, Rueguen por nosotros con sinceridad, Para vivir con valentía y caridad.
Amén.
Después de robarse 61 mil kilos de plata del tesoro del templo, el rey Antíoco IV emprendió su retirada hacia Antioquía y dejó un ejército de 22 mil soldados bajo el mando de un cruel general llamado Apolonio, quien en su primer sábado en Jerusalén, aprovechó la aglomeración de fieles que celebraban su día sagrado para masacrar a cientos de judíos y luego convirtió el recinto sagrado en un burdel en el que con sus hombres celebraba banquetes y orgías con prostitutas, obligaba a los habitantes a jurar fidelidad a sus dioses, a tomar parte en sus bacanales y a participar de las procesiones que realizaba en honor de Baco. Pero animados por el ejemplo de Eleazar (el escriba más venerable y sabio de la ciudad, que prefirió morir flagelado antes que renunciar a la fe de sus padres), paulatinamente los hombres se fueron llenando de motivos y con frecuencia desafiaban temerariamente (como el caso de Judas Macabeo, que con otros nueve sediciosos emboscaban a los soldados y se refugiaban en el desierto) a los invasores, que aunque reprimían con crueldad a los pobladores, en vez de amedrentarlos, estimulaban su rebeldía y por eso crecía vertiginosamente el número de insurrectos y mártires, situación que se volvió un círculo vicioso, porque a mayor cantidad de sublevados, era peor la sevicia con la que los esbirros de Antíoco castigaban a los indómitos israelitas.
Esa brutalidad se puso de manifiesto cuando una madre y sus siete hijos fueron conminados a comer carne de cerdo (que era prohibida para los judíos) y adorar a sus dioses, pero como se negaron tajantemente, los apresaron y aunque los azotaron, se mantuvieron firmes: con inusitada valentía, el hermano mayor encaró al jefe de los verdugos diciéndole: “¿Qué buscas o qué quieres de nosotros? Todos estamos dispuestos a morir antes que quebrantar las leyes patrias”. Entonces el enfurecido sátrapa –según se relata en el capítulo 7 del segundo libro de los Macabeos–: “mandó poner fuego debajo de las sartenes y ollas; y, cuando estuvieron encendidas, mandó cortar la lengua del que había hablado en nombre de todos, desollarle la cabeza y cortarle las extremidades, mientras sus hermanos y su madre lo presenciaban. Una vez completamente mutilado, mandó echarlo al fuego y freírlo cuando todavía vivía”. Al segundo le arrancaron el cuero cabelludo y luego le aplicaron igual tormento; al tercero le sacaron la lengua y repitieron con él, el mismo patrón de torturas que continuaron replicando con el resto de los valientes hermanos y cada uno, antes de morir, alababa a Dios, se enorgullecía de dar la vida por su fe y de paso, todos, amonestaban a sus verdugos para que se arrepintieran de sus conductas y reconocieran al de Israel, como él único Dios Verdadero.
Cuando le tocó el turno al menor, dada su corta edad, el sátrapa creyó que podía convencerlo a punta de zalamerías: le prometió riquezas, cargos prominentes en el gobierno, mujeres y poder; pero el muchacho –a quien su madre le había pedido que no renegara de sus principios–, le respondió al verdugo: “Yo, como mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida por las leyes patrias, pidiendo a Dios que muestre pronto su misericordia con su pueblo, y a ti, con tormentos y castigos, te obligue a confesar que sólo Él es Dios” y a continuación, fue sometido a peores tormentos que los que sufrieron sus hermanos. Una vez muertos todos sus hijos, la madre también entregó su vida sin la menor queja y alabando a Dios. A estos mártires los conoce la historia como los Santos Macabeos. Por eso hoy, 25 de octubre, día de su festividad, pidámosles a los Santos Macabeos, que nos alienten para proclamar el nombre de Dios, aunque por ello tengamos que dar la vida.