El Santo del día
23 de octubre
San Juan de Capistrano
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Oración a San Juan de Capistrano
Oh San Juan de Capistrano, predicador ardiente, Defensor de la fe, valiente y persistente, En tiempos oscuros, fuiste luz resplandeciente, Hoy acudimos a ti, humildemente. Con tu cruz y estandarte en la batalla, Luchaste por la verdad sin batalla, Intercede por nosotros, oh santo de talla, Para mantener firme nuestra fe, sin batalla. San Juan de Capistrano, protector y guía, En ti encontramos fortaleza y alegría, Ruega por nosotros con fervor y valía, Para seguir a Cristo con amor cada día.
Amén.
El imponente ejército de Mehmet II, que en 1453 se había tomado a Constantinopla, avanzaba tres años después como aplanadora hacia Hungría, cuya caída sería la puerta abierta para invadir a Europa central y por eso el papa Calixto III convocó a una Cruzada y comisionó al padre Juan de Capistrano, para que convenciera a los reyes cristianos de participar en ella, pero la mayoría de los monarcas se mostró reacia. Entonces el santo con su prédica apocalíptica, recorrió buena parte de los pueblos húngaros y reclutó a 35 mil campesinos, artesanos y siervos, que mal entrenados y con pocas armas, alcanzaron a llegar a Belgrado, cuando las huestes musulmanas ya levantaban la polvareda. Mientras esperaban a los enemigos, el padre Juan de Capistrano aprovechó para inculcarles tal fervor a sus soldados y a los de Juan de Hunyadi (el único señor feudal que lo secundó y aportó cincuenta mil hombres), que todos asistían a sus misas, se confesaban, comulgaban y rezaban el rosario. En el comienzo del asalto, la superioridad numérica de los invasores –en proporción de cinco a uno–, estaba desastillando la defensa a pesar del ardor místico de los soldados; entonces el padre Juan de Capistrano, enarbolando una cruz, parecía volar por toda la muralla animándolos, arengándolos, entonando el nombre de Jesús, levantando a los caídos y atendiendo a los heridos. Cuando la derrota parecía irreversible, ordenó la salida de las tropas cristianas, que con su intrépida arremetida, pusieron en desbandada a los moros y sólo quedaron en el campo 25 mil enemigos muertos. Después de esta batalla, los europeos pudieron dormir tranquilos ¡Gracias a Dios!
Juan de Capistrano (nacido el 24 de junio de 1386, en Capistrano, Italia), era hijo de un noble que estaba al servicio del rey Luis I, de Nápoles y por lo tanto pudo estudiar Derecho, en la Universidad de Perugia. Una vez egresado, fue nombrado juez de la ciudad y –dada su elocuencia e inteligencia–alcanzó pronto la posición de gobernador. Al poco tiempo contrajo matrimonio pero no tuvo tiempo de consumarlo, porque la misma noche de bodas, las tropas de Segismundo Malatesta, señor de Rímini, atacaron la ciudad, lo apresaron y lo encadenaron en una mazmorra en la cual permaneció varios meses, durante los cuales, reflexionó sobre la veleidad de la política y la frivolidad de la vida cortesana por lo que prometió que si salía con vida, se haría monje. Tras recobrar la libertad y obtener la anulación de su desposorio, cumplió su promesa e ingresó al convento franciscano de Perugia; en 1416 y superó con creces las ominosas pruebas a las que lo sometieron para refrendar su vocación y disipó todas las dudas dando muestras de una admirable humildad, una obediencia incondicional y una inclinación desmedida hacia el ayuno, la oración y a las crudas penitencias, sin descuidar su aplicación a los estudios, por lo cual fue ordenado sacerdote en 1420.
Dotado de una elocuencia admirable, Juan de Capistrano comenzó a predicar y en cuestión de meses ya llenaba las plazas y su verbo encendido calaba de tal forma que los oyentes quemaban frente a él, sus amuletos, libros de brujería, cartas de juego y todo aquello que pudiera –según el santo–, ser ocasión de pecado. Con un ritmo febril (algo incomprensible, por su deplorable condición física), Juan de Capistrano evangelizó en toda Europa: Alemania, Austria, Hungría, Baviera, Sajonia, Polonia, Moravia, Saboya, Borgoña y Flandes.
Además fue legado de cuatro pontífices para recomponer las relaciones de las ciudades-estados –que se mantenían en guerra permanente–, a las que unió, para formar frente común contra los musulmanes que desistieron de atacar a Europa luego de la derrota de Belgrado. Pero esa victoria cristiana le costó la vida a Juan de Capistrano porque los cadáveres insepultos en el campo de batalla originaron una epidemia de tifo que diezmó la población de Belgrado y, entre sus víctimas, estuvo san Juan de Capistrano, que murió el 23 de octubre de 1456. Fue canonizado por el papa Alejandro VIII, en 1690. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Juan de Capistrano, que nos ayude a enfrentar a los enemigos de la fe católica.