El Santo del día
3 de octubre
San Remigio
![](https://televid.tv/wp-content/uploads/2020/09/3San-Remigio-de-Reims-1024x782-1-286x300.jpg)
Oración a San Remigio
San Remigio, Pastor y evangelizador valiente, que llevas la luz de Cristo a los corazones, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. Danos la gracia de proclamar la fe con valentía, inspíranos a ser testigos de Cristo en el mundo. Que en tu ejemplo de amor por la verdad encontramos fuerza, y en tu devoción, el coraje para enfrentar desafíos. San Remigio, patrón de Reims y modelo de caridad, ayudanos a vivir con pasión por el Evangelio. Ruega por nosotros ante el Trono Celestial, para que podamos seguir tu ejemplo y glorificar a Dios en todo.
Amén.
El solemne cortejo, flanqueado por los apiñados y asombrados habitantes de Reims, avanzó lentamente el día de Navidad del año 496, bajo el interminable arco de guirnaldas que unían al palacio con la catedral y al llegar a ella, el obispo Remigio (que presidía la procesión compuesta por tres mil guerreros catecúmenos, con sus respectivas cruces al hombro), condujo al rey Clodoveo, hacia la pila bautismal, le ayudó a despojarse de su túnica blanca de penitente y antes de sumergirlo en la fuente, le dijo con voz estentórea: “Humíllate príncipe; desde este momento adora lo que has quemado y quema lo que has adorado”. A continuación vertió agua sobre su cabeza y lo bautizó en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y en ese instante el prelado se percató de que no había óleo para ungirlo, y enviar por el aceite implicaría que su mensajero tendría que atravesar media ciudad –de ida y regreso–, por entre la abigarrada multitud que abarrotaba las calles y el templo, lo cual retrasaría considerablemente la ceremonia. Entonces el obispo Remigio, invocó la ayuda del Espíritu Santo –según cuentan sus biógrafos, san Gregorio de Tours y el obispo Hincmaro de Reims–, y al instante, una blanquísima paloma que portaba en su pico una ampolleta llena del Santo Crisma, descendió suavemente y la depositó sobre sus manos ante la mirada estupefacta del monarca y de los demás candidatos al bautismo.
Al abrir el recipiente un delicado aroma se esparció por toda la iglesia y con su contenido fueron ungidos Clodoveo, sus dos hermanas y los tres mil soldados catecúmenos que con la asistencia de varios sacerdotes fueron bautizados aquel día. El contenido de esta “Santa Ampolla” –como fue llamada en adelante–, conservada en la Abadía de San Remigio, alcanzó para consagrar a todos los reyes franceses en la catedral de Reims (iglesia en la que por ley tenían que ser coronados), hasta la revolución francesa, cuando el recipiente fue destruido.
Remigio (nacido en Laon, Francia, en el año 437), procedía de una acomodada y piadosa familia galo-romana, que incentivó su innata inclinación a la oración y estimuló su preclara inteligencia, poniendo a su disposición a los mejores preceptores de la ciudad y con ellos avanzó brillantemente en el estudio de la retórica, la gramática, la filosofía y especialmente en teología y Sagradas Escrituras. Esos conocimientos adquiridos precozmente los puso al servicio de su elocuencia natural, que según san Sidonio Apolinar –su compañero de juventud–, dejaba asombrados a sus maestros y por eso a los 18 años ya era considerado como el mejor predicador de la comarca, pero dada su natural modestia eludía los elogios y prefería refugiarse en un lugar recóndito de su casa, en el que se dedicaba a orar sin pausa.
Así nació la fama de santidad que el clero y los habitantes de Reims, esgrimieron para proclamarlo obispo de esa ciudad cuyo prelado había muerto recientemente y aunque Remigio argumentó que no podía aceptar porque no tenía los 30 años que los cánones de la Iglesia exigían para acceder a tal dignidad, una dispensa especial lo habilitó y con apenas 22 años ocupó la sede vacante. En poco tiempo se ganó la fidelidad de sus sacerdotes (a los que con su ejemplo y constantes prédicas les reverdeció el celo apostólico), la confianza de la feligresía a la que exhortaba con firmeza y el afecto de los pobres a los que servía con incondicional misericordia, pero toda la sabiduría y los esfuerzos del obispo Remigio, no fueron suficientes para convencer al rey Childerico, quien a pesar de que lo respetaba, admiraba y tenía en cuenta sus opiniones, no se dejó convertir al catolicismo.
Al morir Childerico en el 481, ascendió al trono su hijo Clodoveo, que a pesar de ser un adolescente de quince años, muy pronto mostró su temple y con temerario valor sometió a todos sus vecinos, extendió su dominio sobre buena parte de la actual Francia y así se convirtió en el primer rey francés de la historia. Sobre él, tenía un evidente ascendiente Remigio, de quien recibía consejos y sugerencias pero no se dejaba evangelizar. Sin embargo la gran oportunidad se dio cuando al quedar viudo, Clodoveo, le pidió una candidata para casarse y Remigio, ni corto ni perezoso, le recomendó a la joven Clotilde –hija del rey de los Burgundios–, una hermosa y piadosa princesa cristiana, de la que Clodoveo, se enamoró perdidamente y desposó en el año 492. Entre Clotilde –también santa, cuya fiesta se celebra el 22 de diciembre– y Remigio, lograron atemperar al impulsivo rey, que en adelante apoyaba las obras que su esposa, en combinación con el santo obispo, adelantaba en favor de los pobres: le financiaba la construcción de hospitales, hospicios, albergues (para asistir a los huérfanos, ancianos, viudas y mujeres abandonadas) y la edificación de templos en todo el reino, pero persistía en su paganismo a pesar de que Clotilde y Remigio le insistían vehementemente en su conversión, la cual se presentó por fin cuando en la batalla de Tolbiac, el desesperado Clodoveo, que estaba rodeado por sus enemigos y a punto de morir, invocó a Nuestro Señor Jesucristo, prometiéndole que si lo salvaba se convertiría y luego de obtener una clamorosa victoria cumplió su promesa el 25 de diciembre del 496, y a su bautismo, el de sus hermanas y el de sus tres mil guerreros, siguió el de todo su pueblo, hecho que convirtió a Francia –de acuerdo con el título que le confirió La Santa Sede–, en “La Hija Primogénita de la Iglesia”.
A partir de ese momento, Remigio, con las manos libres y el apoyo total de la Corona, se dedicó a afianzar la fe católica en todo el reino con su amorosa elocuencia, su indeclinable misericordia, sus continuos milagros y sus sabios consejos, que atendidos y puestos en práctica por Clodoveo, consolidaron a Francia, como un país, justo, próspero, equitativo y ejemplo para las demás naciones que la aceptaron como la primera potencia de Europa. Cumplida con creces su misión, el peso de los años y los achaques doblegaron a san Remigio y en el año 533, murió en medio de la veneración del pueblo de Reims, a los 96 años de edad y 70 de episcopado. Por eso hoy, 3 de octubre, día de su festividad, pidámosle a san Remigio, que nos enseñe a ser fieles a nuestra Santa Iglesia Católica.